Sierra Nevada, embalse sin paredes, mina y tesoro de aguas

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Sierra Nevada semeja a lontananza un enorme embalse sin paredes, un depósito de agua helada que irrigará sus laderas, depresiones y vegas circundantes durante la primavera y el verano (foto Junta de Andalucía)

 

Ante un mapa de relieve o una imagen de satélite de la península ibérica, el macizo de Sierra Nevada destaca como una arruga, una prominencia o un resalte orográfico de casi 2.000 km2 de extensión, con una línea de cumbres alargada en dirección este-oeste de 80 km de longitud, donde se suceden hasta más de 50 picos con altitudes superiores a los 3.000 metros sobre el nivel del mar. La altitud es la principal razón que explica por qué Sierra Nevada posee asimismo una notable anomalía pluviométrica positiva. «Dadme montañas, y os daré aguas», reza un sabio proverbio. Consecuentemente, y con todo acierto, Sierra Nevada ha sido asimilada a una isla de precipitación o, si se quiere también, a una mina de agua. Además, sus elevadas y valiosas precipitaciones en forma sólida proporcionan, por si fuera poco, una inestimable regulación natural, especialmente valiosa si tenemos en cuenta que se trata de una montaña abrupta (con una vertiente sur demasiado próxima al mar), de clima mediterráneo, caracterizado por una elevada irregularidad pluviométrica, alta torrencialidad potencial, y largos, calurosos y secos estiajes. Por tanto, aparte de mina de agua, también han hecho fortuna los símiles de Sierra Nevada como despensa de agua o como embalse sin paredes.

Ahora bien, una cosa es eso y otra es aforar con precisión cual es la riqueza en aguas de esa imaginaria mina o el volumen de agua anual retenido en ese embalse colgado del cielo. Y, más difícil aún es conocer el reparto espacio-temporal de esa riqueza hídrica con la información disponible hasta el momento. Hecha esa salvedad, los recursos superficiales (habitualmente expresados en hm3/año) se estimaron (en 1996) a través de los caudales específicos promedio de sus ríos, un parámetro interesante para ese menester. Con un valor medio de 9 litros por segundo y kilómetro cuadrado, pero con enormes diferencias entre valles y cotas, se obtuvieron unos recursos superficiales del orden de 600 hm3/año. De ellos, cerca de 350 hm3/año corresponderían a la vertiente mediterránea (1.300 km2) y 250 hm3/año a la atlántica (700 km2). Recursos importantes, que vienen disminuyendo con el tiempo, no tanto por un descenso de las precipitaciones medias, como, sobre todo, por un incremento de las temperaturas, lo que conlleva mayores pérdidas por evapotranspiración, y una disminución de las nevadas, lo que incide en este caso en la disminución de los recursos regulados. Con estas cautelas, los recursos por cuencas serían los siguientes: Guadalfeo 300, Genil 180, Fardes 70, Adra 30 y Andarax 15 hm3/año.

Río Genil, uno de los más caudalosos, antes de entrar en el embalse de Canales procedente del drenaje de la vertiente norte más abrupta de Sierra Nevada

 

A esos recursos habría que añadir los subterráneos, drenados tanto por manantiales de borde, como transferidos de forma oculta hacia acuíferos limítrofes. Esa partida, por razones obvias, es también compleja de establecer, pero se admite que su cuantía podría rondar los 150 hm3/año.

Así pues, ambas partidas (aguas superficiales y subterráneas) suman unos recursos hídricos para Sierra Nevada del orden de 750 hm3/año. En esa cuenta, no están contabilizados algunos de los recursos consumidos en el interior del macizo. Una mina de agua en toda regla, y más si tenemos en cuanta la excelente pureza y calidad de sus aguas, que es responsable de mantener la cubierta vegetal existente y de generar abundantes lagunas, ríos, arroyos y manantiales, donde la vida animal y vegetal se nos muestra exultante, diversa y única en muchos casos.

Laguna de las Yeguas, una de las más de 70 lagunas y lagunillos que existen en Sierra Nevada, la única represada, a pesar de lo cual ofrece imágenes tan bellas como la de la fotografía

Chorrera del Molinillo, en el Alto Dílar, con aguas procedentes del deshielo de Sierra Nevada

 

Así pues, qué Sierra Nevada es una mina de agua parece evidente, pero una cosa es eso, y otra que esas aguas sean verdaderamente un tesoro. Y, lo son. En primer lugar porque son el soporte de un rico abanico de ecosistemas relativamente húmedos, repartidos en altitud (y latitud), que albergan todo un reservorio de vida animal y vegetal, integrado en gran parte por especies raras o endémicas. “Donde hay agua, hay vida”, dice otro sabio proverbio. Vida animal que incluye, por supuesto, a la de los hombres, que desde la Prehistoria ocuparon los pies de monte del macizo, precisamente buscando la riqueza y pureza de las aguas. Gentes que posteriormente colonizaron las laderas medias por el ascenso de pastores y labradores, que tuvieron que fajarse durante siglos (sobre todo a partir del IX) en “entretener” y regular las torrenciales aguas del deshielo para que éstas no abandonaran excesivamente rápido la montaña, dando mayores oportunidades a los pastizales, riegos y abastecimientos de verano. Ello se consiguió a través de una intrincada, densa y kilométrica red de acequias de careo y riego, que recorre las laderas a diferentes cotas y en todas direcciones. Un eficiente sistema de regulación, recarga y distribución del agua que ha generado un paisaje cultural único, que es seña de identidad de Sierra Nevada, al tiempo que la hace mucho más biodiversa. Un hermoso y genuino paisaje cultural, que puede contemplarse en todo su esplendor en la comarca de la Alpujarra granadina y almeriense.

Genuino paisaje abancalado de la Alpujarra, con el pueblo de Trevélez y el río del mismo nombre en primer plano. Se trata de un paisaje cultural en franco retroceso por pérdida de los usos tradicionales del agua ligados a la agricultura de montaña (foto Paisajes Españoles, años 60 del siglo pasado)

 

Y así han funcionado las cosas, hasta que hace apenas 40 años se empezaron a levantarse las primeras grandes presas en los bordes de la montaña (Quéntar, Beninar, Béznar, Canales, Francisco Abellán y Rules, en el orden en el que fueron inauguradas, desde 1976 la de Quéntar, hasta 2004 la de Rules). A ello habría que añadir la existencia de cientos de pantanetas, balsas, albercas y grandes depósitos, en una frenética carrera en los últimos años por una más intensa regulación y aprovechamiento de las aguas, que, siendo loable en sus intenciones, es necesario que respeten unos indispensables caudales ecológicos que garanticen la sostenibilidad ambiental y paisajística, que a fin de cuentas es también la sostenibilidad económica.

Embalse de Canales, sobre el río Genil, principal fuente de abastecimiento de la ciudad de Granada y de su área metropolitana

 

Pero las aguas de Sierra Nevada, aparte de constituir un tesoro ambiental y material (socio-económico) de primera magnitud, brindan también otros muchos beneficios inmateriales. Entran ahí, por ejemplo, todas las actividades contemplativas y de ocio. Es el caso del senderismo y del montañismo que buscan la amable compañía de ríos, riberas, acequias y lagunas, pero también es la aventura de los deportes de agua (barranquismo, natación, pesca, piragüismo, vela, etc.), entre ellos el esquí, que se realiza a fin de cuentas sobre agua sólida. Y también habría que incluir aquí el beneficio que para la salud del cuerpo y del espíritu prestan estas aguas en exquisitas fuentes de boca, en áreas recreativas, zonas de baños, aguas minero-medicinales y usos balnearios.

Sierra Nevada posee una gran variedad de aguas minero-medicinales e incluso termales, entre las que destacan las ferruginosas y picantes (gas carbónico), especialmente abundantes en la comarca de la Alpujarra (Chorreón de Pórtugos, junto a la famosa Fuente Agria)

 

Como se ve, Sierra Nevada es al mismo tiempo mina y tesoro de aguas. Un recurso natural indispensable para entender y apreciar más a esta gran montaña mediterránea del extremo sur europeo, desde la que se divisan las costas de África, apenas separadas por una lengua de mar. Aguas que tenemos la obligación de cuidar y usar con respeto, garantizando su sostenibilidad ambiental, cultural y económica, para el disfrute de las generaciones venideras.

 

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