Lagunas de Sierra Nevada, una evolución permanente

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Lagunas glaciares en el valle del Trevélez, Sierra Nevada

 

Como he comentado en alguna ocasión, mi relación más intensa con las lagunas de Sierra Nevada, realmente con la hidrología de su alta montaña, comenzó en el año 1997. Fue de la mano de Bruno Fedeli, un joven geólogo italiano que venía de trabajar en hidrogeología de ambientes glaciares de los Alpes. Poco más de 20 años de ir a verlas, de pensar en ellas, de aprender, y lo que me queda. En todo ese tiempo, las he recorrido solo más veces de las aconsejables, pero sobre todo bien acompañado. Han sido precisamente mis amigos «laguneros» los que han hecho más agradables las jornadas de campo y me han ayudado a ver cosas que no apreciaba, o que permitían otras interpretaciones. En soledad, o con ellos, a lo largo de largas jornadas (algunas con deliciosos trasnochos incluidos), fueron tomando fuerza algunas ideas sobre la evolución de las lagunas. Conocer sobre el terreno lagos y lagunas glaciares de otros sistemas montañosos, intercambiar impresiones al respecto con colegas y leer sus investigaciones me ha ayudado definitivamente a comprender mejor cómo funcionan estas lagunas glaciares de Sierra Nevada y a prever hacia donde se encaminan.

Hoy quiero hablarles precisamente de la evolución a futuro de estas lagunas. Como sabemos, lo que tenemos en Sierra Nevada son pequeñas lagunas (ningún lago), cuando no lagunillos y charcas, en general someras y bastante de ellas temporales (cada vez más). Fueron hijas, hace unos 10.000 años, de un tardoglaciarismo suave de retroceso que terminó de remodelar circos, cuencos, vasares y plataformas de abrasión a cotas muy elevadas, cerca de la línea de cumbres, entre los 2.600 y 3.100 metros de altitud. Es precisamente en esos cuencos, cerrados y abiertos, donde hoy hallamos refugiadas a las lagunas de Sierra Nevada. En los tiempos que corren, realmente son un anacronismo, una rareza, unos fósiles vivientes, unas reliquias, que chocan con el imaginario popular cuando las contemplamos en los secos, calurosos y prolongados estiajes de Sierra Nevada.

Aunque parezcan reliquias fosilizadas, estas lagunas no han parado de evolucionar, de nacer, de crecer y de morir. Pero también de resucitar o de nacer por primera vez. En general, se han mantenido «fosilizadas» en los periodos fríos, saludables en los templados y en decadencia en los cálidos. Desde que finalizó la Pequeña Edad del Hielo (siglos XIV al XIX) y entramos en el periodo cálido actual, se han reactivado los procesos de sedimentación y colmatación, sin olvidar la expansión (acreción) de las praderas turbosas circundantes (borreguiles en el argot local). Un proceso de envejecimiento y lenta muerte que aboca a un final predecible, aunque pudiera revertirse bajo circunstancias excepcionales, lo que no ocurre con la vida que conocemos, en este símil de nacimiento, vida y muerte que estamos utilizando. Así pues, en este último siglo de mayores temperaturas, con práctica ausencia de neveros estivales, las lagunas se vienen haciendo más someras, si bien no necesariamente menos permanentes, aunque la estacionalidad está creciendo en muchas. DSFV779a

Evolución de un lago o laguna glaciar en un periodo cálido, desde su formación en un cuenco por sobre-excavación de una lengua glaciar (ilustración «Lagunas de Sierra Nevada», 2009) (chancal es un localismo que alude a una pradera encharcada con pequeñas zonas de aguas libres)

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En un mismo espacio se localizan lagunas profundas, otras más someras y lagunillas que evolucionan hacia praderas encharcadas o «chancales» (lagunas de las Calderetas)

 

¿Qué pasó en la reciente Pequeña Edad del Hielo? Pues que las lagunas permanecían prácticamente cubiertas por nieve buena parte del año. En esas condiciones, quedaron «fosilizadas», semiocultas a los ojos de los pocos intrépidos que entonces se aventuraban en verano por las altas tundras frías de Sierra Nevada. Esa es una de las razones (hay más) de por qué ciertas lagunas no fueron citadas hasta fechas bastante recientes.

Lo que viene ocurriendo desde finales del XIX, en que se inició este último periodo cálido, es que las lagunas, tras desembarazarse de su capa nival, se mostraron lozanas y espléndidas, al tiempo que quedaban expuestas (una vez más) a una compleja y variada interacción de fenómenos físicos, químicos y biológicos. El más influyente seguramente ha venido de la combinación de una mayor tasa de sedimentación de arrastres y de una mayor disponibilidad de nutrientes orgánicos y de actividad vegetal. Todas estas aportaciones (minerales y orgánicas) vienen haciendo más someras las aguas y más extensas sus praderas turbosas circundantes («borreguiles»), en parte manejadas sabiamente por pastores en lo que hemos dado en llamar «siembra de aguas». Ahora que sale, el papel de los «borreguiles» es vital en la conservación de los ecosistemas húmedos de esta montaña. A fin de cuentas, se trata de una simbiosis perfecta, en la que las praderas hacen de nicho ecológico, sustento alimenticio, amortiguación, y filtro depurador y de arrastres, mientras que las lagunas les garantizan una humedad estival permanente. Ni que decir tiene que ese equilibrio es relativamente frágil e inestable, sometido a variables e impactos de diferente naturaleza, que las pueden hacer más o menos extensas, según los casos.

Entrando en materia, ¿qué me parece estar observando en estos últimos 20 años, echándole buenas dosis de imaginación al asunto? Pues que muchos lagunillos y charcas evolucionan aceleradamente hacia borreguiles encharcados (chancales, en el argot local) y otros hacia planicies colmatadas. Tenemos varios casos en tránsito, entre ellos los lagunillos de la Virgen, la laguna del Carnero, el lagunillo Inferior del Púlpito y el del Valdeinfierno, por citar solo algunos. Por contrapartida, lagunas que se encaminan hacia la colmatación pudieran ser la Seca, la Mula o la Mojonera, pero hay más. Si se mantienen las condiciones climáticas actuales, a futuro perderán sus aguas libres y desaparecerán como tales. Pero nada de esto es nuevo, ni desconocido o sorprendente. Ha ocurrido otras veces, de forma que algunos borreguiles que hoy ocupan rellanos y cuencos glaciares fueron en su día lagunas. Sería el caso por ejemplo de la lagunilla de Covatillas, hoy convertida en mullido borreguil, o de la que había en el nacimiento del río Lagunillos, una planicie colmatada de sedimentos, donde excepcionalmente para las pendientes laderas de Sierra Nevada, hoy podría jugarse un partido de fútbol por dimensiones y llanura.

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Lagunillo Bajo del Valdeinfierno, en proceso de colmatación y colonización por un borreguil encharcadoDAQQ225

Borreguil encharcado o chancal, evolución por colmatación de una antigua laguna (la de Covatillas)

 

Ahora bien, de forma coetánea, es posible observar el fenómeno inverso, es decir no la muerte, sino el nacimiento de nuevas lagunillas. Se trataría de cuencos y rellanos glaciares de fondo rocoso permeable, en los que el agua antes se perdía por filtraciones. En este periodo cálido, el aumento de depósitos finos empiezan a favorecer almacenamientos temporales al mejorar las impermeabilizaciones de fondo. A futuro pueden convertirse en pequeñas masas de aguas libres, creando posteriormente (o no) anillos de borreguiles, si bien esa misma sedimentación terminará colmatándolas.

Un caso excepcional es el de la laguna del Corral, la más alta hoy de Sierra Nevada (3.086 m) y hasta el 2015 de Europa, año en el que se «descubrió» un nuevo lago por retirada del glaciar de Monte Perdido, en el Pirineo, cuya cota aproximada parece superar por algunos metros a la del Corral . Nunca fue fotografiada, descrita o cartografiada, pese a localizarse en una zona muy visible, como era el emblemático Corral del Veleta, al que se asomaron en todos los tiempos los montañeros que visitaban Sierra Nevada. Empezó a dar la cara al retirarse en los veranos las nieves perpetuas que cubrían el cuenco donde hoy se halla. Excesivamente pedregoso, seguramente al principio apenas almacenaba agua, o lo hacía de forma efímera. Pero se ha consolidado como una laguna permanente al ir sellándose el fondo, dentro de una cuenca muy pendiente, con rocas altamente descompuestas y meteorizadas. La antecesora de la del Corral, por retirada de neveros perpetuos, pudo ser la Laguna Altera de Siete Lagunas. Entre las lagunas que retienen mejor al agua por una mayor impermeabilización pueden citarse los lagunillos de Juego de Bolos, los de Tajos Coloraos, los de Peñón Negro, la laguna Baja del Púlpito, la del Majano o la inferior de la Ermita, entre otras.

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Laguna del Corral, «descubierta» no hace muchos años por una retirada de los neveros perpetuos y relictos allí existentes. Con una impermeabilización de fondo progresivamente mejor, cada vez retiene mejor el agua. Obsérvese las aguas turbias por partículas en suspensión de arrastres pluviales y del deshielo

 

Así pues, ese proceso aniquilador por colmatación que pende como una espada de Damocles sobre las lagunas (hasta una nueva época fría, que llegará) está favoreciendo al mismo tiempo la aparición de otras, o permitiendo a las de «siempre» que aguanten mejor el agua el disminuir las filtraciones, en compensación a unas mayores tasas de evapotranspiración ligadas al aumento de la temperatura media.

En estas condiciones de calentamiento global, que afecta a todas las altas montañas del planeta, las lagunillas que tuvieron desde antiguo excelente impermeabilización vienen perdiendo nivel, profundidad y superficie por una mayor tasa evaporativa, mientras que las que tenían deficiente sellado ganan en el balance, almacenando más agua y durante más tiempo. Eso explicaría por qué en un año hidrológico tan extremadamente seco y cálido como este pasado 2016-17, un buen número de lagunas han ofrecido al final del verano volúmenes de agua sorprendentemente (¿?) más elevados que los que le hubieran correspondido por los registros de bajas precipitaciones y elevadas temperaturas medidos.

Dicho de otro modo, el seguimiento de la evolución del niveles y caudales de aliviadero de las lagunas glaciares de Sierra Nevada puede que no sea tan excelente indicador del cambio climático o del calentamiento global como se pensaba por su condición de sistemas hídricos inalterados y vírgenes. Tiro piedras sobre mi propio tejado, porque siempre he pensado que estas láminas de agua casi colgadas del cielo eran testigos privilegiados, realmente fantásticos pluvio-nivómetros acumuladores (y tanques de evaporación para las lagunas cerradas), de la evolución de los balances hídricos año a año. Dicho esto, algunas pocas, viejas y estables lagunas de Sierra Nevada siguen siendo excelentes testigos climáticos.

Y termino con dos reflexiones importantes a mi juicio. Una de ellas es que deberíamos alterar lo menos posible los depósitos de fondo, limosos y arcillosos, que sellan los cuencos de nuestras lagunas. De ello depende que retengan convenientemente el agua, especialmente en situaciones que se prevén adversas en el futuro por menores nevadas y mayores pérdidas evaporativas. De ahí la importancia de no remover fangos, ni alterarlos con pisoteos, ni baños (prohibidos). También, y a ser posible, de no perforarlos ni someterlos al «arado» de los fondeos de boyas, salvo que ello se haga con un cuidadoso control científico. Corren riesgo también esos frágiles depósitos por pisoteos, camas y revolcaderos del ganado y fauna (cabra montés) cuando quedan en seco, lo que pone a disposición del viento y del arroyamiento una mas fácil denudación de los mismos. La segunda reflexión va en la línea de conservar adecuadamente los borreguiles periféricos a las lagunas, cuya simbiosis e interacción con las láminas de agua es esencial. Aparte de ello, estas praderas encharcadas son auténticos tesoros para fauna y flora de la alta montaña de Sierra Nevada. En detalle, están sometidos a severas agresiones, perturbaciones y manejos ancestrales de pastores, en principio positivos porque su finalidad era hidratar (siembra de aguas) y extender las praderías. Pero por esa misma razón, cambios drásticos de manejo, tanto por exceso de irrigación como por defecto pueden desequilibrar los ecosistemas húmedos borreguiles-lagunas. Me preocupa el abandono que esas prácticas puedan tener por falta de relevo generacional y decadencia de la ganadería en extensivo. La carga humana y de herbívoros puede ser puntualmente excesiva, o lo será pronto, lo que actúa también como factor regresivo. En casos concretos se empiezan a observar destrucciones irreversibles de estos borreguiles lagunares por el hozado de jabalíes, que en primavera y verano suben cada vez más arriba.

El hombre es cortoplacista por naturaleza, por pura temporalidad de su efímera experiencia vital. Los procesos geológicos llevan otro ritmo, no tienen prisa. Estas lagunas glaciares que se engendraron en la última fase glaciar y que tenderán a morir a futuro a lo largo de este periodo cálido, volverán a nacer. La Naturaleza aplicará de nuevo (otra vez más) el borrador sobre la superficie de estas montañas de Sierra Nevada cuando llegue la siguiente glaciación. Se iniciará un nuevo ciclo natural y de observación, esperemos que con presencia de hombres.

Mientras tanto, conozcamos mejor, amemos más y cuidemos («conocer para amar/amar para conservar», es un adagio muy querido en la educación ambiental) las lagunas de Sierra Nevada. Son fósiles vivientes de las últimas glaciaciones. Son un anacronismo. Son los nacimientos de muchos ríos. Son sustento de fauna y flora. Son consuelo visual y espiritual de los hombres. Son auténticos tesoros. Son, como dejó escrito con sensible lirismo Ángel Casas (1943), «Estrellas que han bajado del cielo para lucir eternamente en la negra noche de la pizarra…Gotas del firmamento, en las que se refleja la bóveda celeste…Espejos de luna clara, tallados en la roca…Jirones de azul desprendidos del manto de los cielos». AménP1080666

Laguna de Aguas Verdes, ese día otoñal con una llamativa coloración turquesa

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