El árbol y el río

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Hace 5 años empecé a incluir en charlas y conferencias una analogía entre el árbol y el río, un recurso pedagógico que no había visto con anterioridad, aunque el mundo es muy grande y seguro que alguien lo usa. Todo venía de la necesidad de hacer llegar con más fuerza (y claridad) el mensaje de que los nacimientos o manantiales son esenciales para la naturaleza, entre otras cosas porque le dan la vida a los ecosistemas acuáticos terrestres. Después de madurar la idea durante un tiempo, me pareció que la comparación entre árboles y ríos era acertada para el propósito marcado y, lo más importante, sumamente fácil de entender por cualquier persona. Sobre todo eso, porque muchas veces los mensajes que lanzamos los científicos no calan en la sociedad por fallos estrepitosos de pedagogía, por nuestra gran dificultad en acomodar el lenguaje críptico de la ciencia al nivel comprensible que exige la gente. Ese arte tan noble que es la transmisión de conocimientos y la divulgación científica, en buena parte denostada por la propia Ciencia, no es tarea nada fácil, aunque pudiera parecer lo contrario para un previsible experto.

Pues bien, ¿quién no entiende el funcionamiento elemental del árbol como ser vivo? Y, ¿quién no se deja arrastrar por su belleza? Ambos son interrogantes, que sin necesidad de formación alguna tienen claras respuestas. Los árboles crecen y viven gracias a sus raíces (aunque no sólo a ellas, claro está). Y siendo eso verdad, los apreciamos por lo que vemos, por su porte, por su vuelo, por su sombra… ¿Quién se acuerda entonces de sus ocultas raíces?

Los ríos, salvando las diferencias, funcionan de forma similar. También están dotados de «raíces». En nuestro clima mediterráneo, viven gracias también a ellas, que en su caso son el enjambre de nacimientos, muchos al mismo cauce, que existen en sus cuencas. E igual que ocurre con los árboles, nos dejamos seducir únicamente por lo que nuestros ojos ven, por sus rápidos, por sus pozas, por sus remansos, por sus bellas aguas…. ¿Quién defiende entonces a esas otras raíces ocultas, que son las aguas subterráneas y a sus nacimientos?

A lo largo de estos años de docencia, el símil ha ido creciendo y engordando con aportaciones de compañeros y alumnos. De forma que el tema daría actualmente para un sui géneris y entretenido curso semanal. Quién lo hubiera dicho. Con peculiares capítulos, como: árboles, arbustos y matojos versus ríos, arroyos y barrancos; árboles de secano y de regadío versus ríos perdedores y ganadores; árboles de riscos y de hondonadas versus ríos de cabecera y de tramos bajos; árboles de raíces profundas y someras versus ríos regulados y torrenciales…En fin, que las comparaciones en detalle y profundidad darían, como se ha comentado, para un buen número de horas. Seguro que muchos de los que lean este post podrán ampliar, mejorar y perfeccionar esas similitudes. Espero aportaciones.

La moraleja o reflexión final para el agua (el tema de este blog) está clara. ¡Cuidemos a las aguas subterráneas- y a sus nacimientos-, son muchas cosas, pero, ante todo, son las raíces vivificadoras de todos los ríos y humedales permanentes en clima mediterráneo, aunque frecuentemente no reparemos en ellas (ni las apreciemos como es debido) porque no se ven. Son las arterias de la tierra, por donde circula la sangre, que no es más que el agua que aporta la vida a nuestros ríos.

Continuará…

Etiquetado en Ciencia, Reflexiones

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