El Corral del Veleta en 1928. Bajo ese espeso manto de nieve yacía «dormida» una laguna (foto L. Roisin)
Hasta hace un suspiro en el tiempo geológico, digamos que 10.000 años, las cumbres de Sierra Nevada estaban cubiertas por hielos, que bajaban por sus valles barrenándolos en U. Con la deglaciación (la fusión del hielo) del periodo cálido posterior, en el que estamos inmersos, la cota nival fue ascendiendo poco a poco, dejando al desnudo los circos glaciares. Fue entonces cuando en el centro de ellos, en las cubetas sobre-excavadas, algunas recrecidas por morrenas frontales, empezaron a quedar retenidas las primeras aguas de los deshielos. ¡Habían nacido las lagunas glaciares! Nada nuevo ni extraño. Realmente eran descendientes de otras más antiguas. Pero esa es una historia que se alarga «algo» más en el tiempo geológico, pongamos que 10 millones de años, que es lo que Sierra Nevada lleva emergida y sometida a los agentes erosivos propios de alternantes pulsaciones cíclicas frías y cálidas.
Pero el nacimiento de las lagunas que hoy conocemos tampoco fue contemporáneo en todos los valles. No era solo porque necesitaban que el hielo se retirara de sus cuencos, era también porque se requería que los fondos de las cubetas dispusieran de suficiente impermeabilización. Y ambas cosas llevaron sus ritmos y sus tiempos, diferentes según los lugares. Esas morfologías cóncavas de erosión, tipo cuchara, se convirtieron en una trampa para las aguas, pero también para los sedimentos que estas y los vientos arrastraban. Y es a esas frágiles capas de materiales finos a las que debemos en última instancia la retención y el almacenamiento de las aguas. Arcillas y limos que a lo largo del tiempo han ido dando lugar, además, a un excelente registro (una especie de libro) del clima y de los ecosistemas del pasado reciente.
Ahora, en pleno periodo de calentamiento global, tras el último evento relativamente frío de la Pequeña Edad del Hielo (siglos XIV-XIX), estas lagunas glaciares de Sierra Nevada, verdaderos oasis de verdes praderas y translúcidas aguas, incrustados entre vastas laderas de negras pizarras, resultan al ojo experto cada vez más anacrónicas. Con acierto, se las ha asemejado a arcaicos seres, a fósiles vivientes o a reliquias del pasado. Aunque puedan aparentar lozanía y esplendor, caminan, de forma desigual, eso sí, hacia su muerte o extinción. De hecho, en el repertorio de las aproximadamente 74 láminas de aguas (lagunas, lagunillos y charcas) que hoy atesora Sierra Nevada, no se han contabilizado las ya extintas, mientras que, curiosamente, otras se pueden considerar jóvenes o recientes. Aparentes misterios lagunares. En todo caso, será cuestión de tiempo que la mayoría de las lagunas de Sierra Nevada se vean abocadas a su colmatación, porque en ausencia de nieve, el proceso natural será el progresivo relleno de depresiones y vaguadas glaciares. Algunas, las más profundas y elevadas, se salvarán. En cualquier caso, sea sepultadas por sedimentos o por los hielos de la próxima glaciación, estas lagunas tienen los días contados. Nada que deba sorprendernos, es lo que les ocurrió a las lagunas antecesoras de glaciaciones más antiguas. Es la fascinante historia de la climatología y de la geología, dos ruedas que no tienen prisa y que nunca dejarán de rodar, al menos durante los próximos 4.000 millones de años, que es el tiempo que algunos científicos la dan al planeta Tierra. Pero, ¡vaya usted a saber!
Pues bien, hablando del nacimiento y muerte de las lagunas, paso a hablarles ahora de una de las que pudiera parecer que va a contracorriente, una de las últimas en nacer, la del Corral del Veleta, a la sazón la más alta también. Porque edad y altitud suelen ir de la mano, en el sentido de que las más recientes van siendo las más elevadas tras la progresiva retirada en altura de glaciares y neveros. Esto lleva decenios pasando en los Alpes (en los Andes y en las más altas montañas del planeta), donde están apareciendo lagos, que hasta ahora permanecían ocultos bajo el hielo. Algo parecido ocurre con restos momificados de montañeros, como el famoso Otzi (descubierto en 1991, tras permanecer 5.300 años bajo el hielo), o con cuerpos helados de mamut y otros grandes mamíferos del Cuaternario reciente.
En la península ibérica se dejó ver, en 2015, un nuevo ibón (lago) en el Pirineo aragonés por el retroceso del glaciar de Monte Perdido, que, según dicen, está unos metros más alto que la laguna del Corral de la que hablamos (3.086 metros), lo que significaría que en este momento, y no será por mucho tiempo, es la de mayor cota de Europa. Tristemente, a Sierra Nevada ya se le ha agotado ese recorrido, tras llegar al tope de altitud con la desaparición de las últimas nieves perpetuas del Corral del Veleta en el siglo pasado.
Comparativa del circo del Corral del Veleta cuando aún era reservorio de nieves perpetuas en el primer tercio del siglo XX (arriba, L. Roisin, 1928) y en los veranos actuales (2016)
El 9 de septiembre de 2013 el periódico Ideal se hizo eco de la “aparición” de la laguna del Corral del Veleta, la más alta de península (en aquel momento) y sin figurar entonces en las cartografías de Sierra Nevada
Volviendo al Corral del Veleta, su profundo y umbrío cuenco, a sotavento de los vientos dominantes de poniente, siempre fue una magnífica trampa para las nieves aventiscadas, al tiempo que era un potente congelador para conservarlas apelmazadas como duro hielo durante los veranos. A ello se debe que allí quedara, colgado del cielo, muy cerca de la línea de cumbres, el último glaciar de Sierra Nevada, más tarde el último reservorio de nieves perpetuas y ahora apenas el último hielo fósil subterráneo y la laguna glaciar más alta.
“La nieve, acopiada por los vientos, que encierra el grandísimo depósito de este corral, está tan petrificada, que tiene la consistencia del mármol”
Pascual Madoz, 1849
Sólo cuando se fundieron las nieves perpetuas se dejó ver un pequeño cuenco lagunar, imagino que al principio con muy poca agua. Esa fue la razón de la ausencia de fotografías, citas o alusiones antiguas a esta laguna, pese a que se encontraba a la vista de las rutas más transitadas de los primeros montañeros y visitantes de Sierra Nevada.
El primero que citó esta laguna, con el nombre de lagunillo del Guarnón, fue Eugenio Fernández Durán en 1993, en el libro Aguas de Sierra Nevada. Como es habitual, hay que entender que la laguna era conocida anteriormente por serranos y montañeros, si bien nada escribieron de ella. La editorial Alpina fue la primera que la incluyó en cartografía en la edición de 2013 del mapa topográfico de Sierra Nevada, tras volcar el inventario de 2009 del libro Lagunas de Sierra Nevada. Más recientes aún son los dos lagunillos incrustados en la coronación de la morrena frontal de este circo del Corral de Veleta. Se trata de humildes láminas de agua, pero con una excepcional génesis, única en Sierra Nevada, como es la ocupar cuencos de subsidencia originados por fusión de hielo fósil subterráneo. Conocidos como lagunillos del Corral, fueron citados y descritos por primera vez hace apenas nada, en 2009 (Lagunas de Sierra Nevada).
Como les ocurre a todas las lagunas glaciares de Sierra Nevada, esta laguna del Corral queda completamente cubierta de nieve al llegar el invierno. El momento de su “eclosión” primaveral, una especie de renacimiento o rompimiento de aguas, es un acontecimiento visual bellísimo (especialmente si se observa desde el pico del Veleta, 3.396 m) por las intensas coloraciones celestes de las aguas sobre el blanco hielo. En alguna ocasión he señalado que ese fenómeno puede ser incorporado como un magnífico indicador de fenología climática anual, igual que lo son el comienzo de la floración de los almendros o la llegada de las primeras golondrinas.
Comparativa de la “eclosión» de la laguna del Corral el mismo día (20 de julio) de dos años diferentes (2013 a la izquierda, foto F. Monsalve, y 2018 a la derecha)
A futuro, sin cubierta protectora de la nieve durante bastantes meses al año, la cuenca de esa laguna estará sometida a mayores arrastres pluviales y a una más intensa gelifracción (rotura de rocas por efecto de la congelación del agua). Con el tiempo, el cuenco de la laguna irá colmatándose y perdiendo volumen, sobre todo por coladas de derrubios y caída de bloques desde las altas paredes del circo. Los sedimentos finos aportados por las aguas de arroyada mejorarán la impermeabilidad de la cubeta, con mayor tiempo de retención del agua, pero también le restarán volumen. La turbidez y opacidad característica de sus aguas no son más que fiel reflejo de esos arrastres finos.
El riesgo de colmatación de la laguna del Corral es elevado por coladas de derrubios, desprendimientos de rocas desde las altas paredes del circo y sedimentación de arrastres de aguas de deshielo y pluviales
En definitiva, no corren buenos tiempos para las lagunas de Sierra Nevada. Se pronostican decenios (¿siglos?) más cálidos, que irán disminuyendo la innivación, adelantando los deshielos, y erosionando y colmatando las cubetas glaciares. Pero la historia climática de la Tierra nos previene que volverá a enfriarse. Que se vestirá de nuevo de blanco y que el hielo bajará otra vez barrenando en U sus valles. Cuando llegue ese momento, las lagunas que hoy conocemos serán cosa del pasado. Habrá pasado otra página más de la historia geomorfológica de esta montaña. Se tallarán (o retallarán) otras cubetas, que, en el periodo cálido posterior, darán lugar al nacimiento de lagunas diferentes. ¿Estarán los hombres allí para contemplarlas? ¿Llegarán a escribir algo sobre ellas, recordando a estas antecesoras de los calurosos albores del siglo XXI? Cualquiera sabe….
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