Las fuentes del Camino de Santiago gallego, vistas por un andaluz

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En el Camino de Santiago gallego no hay demasiadas fuentes acondicionadas para la bebida. Esta es una de ellas

 

Tenía ganas. Muchas veces había leído y oído vivencias de peregrinos del Camino de Santiago. Era una asignatura pendiente, que un cúmulo de casualidades, pienso que mecidas por la Providencia, hicieron posible solventar en mayo de 2017. ¡Por fin!. Siendo el tiempo limitado y los caminos inabarcables, optamos (fui con cuatro amigos) por un valor seguro para una primera vez. Cómo la llegada a Santiago de Compostela era obligada, elegimos como punto de partida la población de Sarria, a cinco jornadas de distancia a pie. En concreto, las etapas oficiales fueron: Sarria – Portomarín – Palas de Rei – Melide – Arzúa – Arca – Santiago. Un trayecto preñado de historia, a lo largo de cual confluyen buena parte de los caminos que buscan desde otros destinos e itinerarios alcanzar Santiago. Un tramo cargado de peregrinos, de vivencias, de señales, de viejas piedras y de pisadas. Más de 100 kilómetros de alpargatazos por tierras gallegas, un desplazamiento lento y una distancia suficiente para empaparse de esa bella región y conseguir además la Compostela. Pero mi objetivo principal no era ese, sino conocer el ambiente, hacerme una idea, tener opinión propia. Así pues, para la ocasión llevaba una libreta de bolsillo y los sentidos alerta. Como mantengo y defiendo, «al campo hay que ir a algo, porque ir para nada es tontería». Es verdad que, para muchos, ese algo es simplemente andar. Yo necesito más, y a los motivos habituales de conocer el Camino, religiosos, espirituales, culturales, naturales, gastronómicos o deportivos, sumé en esta ocasión llevar el ojo puesto también en las fuentes de boca.

Para un andaluz, todo lo que percibí en la húmeda Galicia por los ojos, la nariz y el oído fue una continua sorpresa. Lo primero que llama la atención al ojo es el color del paisaje, cubierto casi completamente por un tapiz de verdes diferentes, que resultan de la alternancia de pastizales, cultivos, huertos, setos, sotobosques y espesos bosques. Fue raro ver los ocres de la tierra o la piedra, que también son bellos y que un geólogo como yo aprecia y escudriña cada vez que puede. La geología se hace allí viendo las piedras de las lindes y de las casas. Mientras, al oído, me sorprendieron amablemente la variedad y persistencia de cantos de pájaros que dulcificaron nuestro caminar, seguramente encendidos por el celo primaveral. Trinos variopintos, que, dicho sea de paso, cada vez echo más de menos en el sur peninsular, donde las fuentes y los pájaros desaparecen a pasos agigantados (de esto trata otro artículo de este blog). Mientras, al olfato, percibí multitud de olores, reforzados por la humedad. Galicia huele mucho. Olores penetrantes de mi niñez, casi olvidados. Efluvios a tierra mojada, a estiércol, a purines de vacas a ratos, pero también a heno, a hierba recién cortada, a humus, a esencias balsámicas de eucaliptos y de pinos, a flores… Vistas, sonidos y olores ricos y variados que tenían una explicación: el Agua. Generosas aguas madres del cielo en forma de humedad permanente procedente de rocíos, de nieblas mañaneras, de calabobos, chaparrones, tormentas y borrascas. Y aguas hijas de la tierra en forma de charcos y barros en el camino, pero también de nacimientos, arroyos, ríos y regueras.

Si, el Camino gallego es un generoso escaparate para los sentidos, un manantial de sensaciones, un paraíso para observadores, aparte de un laboratorio para escudriñadores de uno mismo y del resto de semejantes que lo transitan. Un camino hacia el interior para cualquier ser humano, de ahí su enorme atractivo y éxito. Introspección y observación al mismo tiempo, que se hacen con el automático puesto (lo que no es frecuente), porque allí la preocupación por perderse no existe. Una señalización abundante permite centrarnos en lo importante, en nuestros pensamientos y en la contemplación del paisaje y del paisanaje. Remata la bondad del camino si, además, se va relajado, con las preocupaciones habituales aparcadas, el móvil apagado a ser posible y sin prisas, sin la agonía de llegar pronto a los albergues para tener sitio. Por todo eso es importante acudir a ese camino sin demasiados agobios, ni multitudes. Los veteranos recomiendan, a ser posible, hacerlo en los meses con «r». No lo sabía, y en mayo, cuando fui, incumplí esa norma, pero no me fue mal del todo.

Bueno, vayamos con las aguas y las fuentes. Aunque resulte paradójico, que no lo es, cuanto más seco y caluroso es un territorio, más fuentes suele haber al paso de los caminantes. Por eso, no me extrañó demasiado encontrarme en Galicia con relativamente pocas fuentes de boca. Bien pensado, ¿para qué se necesitan, si el calor no suele apretar y el agua circula generosa y abundantemente en nacimientos, arroyos y regueras? En resumen, encontré pocas «fuentes del Peregrino«, puntos «oficiales» de aguada y descanso que hilvanaran un camino tan transitado de personas cansadas por largos trayectos con pesadas mochilas y mal dormidas. Gentes que, a mi modo de ver, agradecerían paradas con bancos, mesas y alegres chorros de agua fresca. Por esa razón reconstituyente o reconfortante, esperaba más espacios recreativos alrededor del agua. Apenas apunté en mi libreta una docena de fuentes naturales (no cloradas) en los más de 100 kilómetros del Camino, acondicionadas para su uso de boca.

Antiguamente había bastantes más, pero, como todo lo añoso, muchas de las fuentes originales estaban restauradas y conectadas a la red de aguas potables, o, peor aún, con el chorro clausurado. De las primeras había un número regular, algunas con grifo y otras con chorro tieso. La mayoría junto a aldeas y poblaciones, y unas pocas en extrarradios, aprovechando históricas fuentes de peregrinos. Estas aguas son de garantía sanitaria y se agradecen, pero no son las que aprecio y las que me interesan.

Como todo en la vida, las cosas tienen sus explicaciones, y yo deduje las mías. La primera es que, salvo en verano, los caminantes beben y necesitan poca agua, que además se ha puesto de moda llevar en botellas comerciales en sus mochilas. La segunda, seguramente de mayor peso, es que la irregular calidad microbiológica del agua de muchas fuentes no ofrece las suficientes garantizas sanitarias, en especial si tenemos en cuanta que los peregrinos son personas de muy diferente edad y procedencias. Esto de la calidad del agua de las fuentes está relacionado con la hidrogeología regional. Gran parte de Galicia está ocupada por rocas metamórficas de baja permeabilidad, tipo esquistos, pizarras o granitos. Se trata de materiales muy alterados y meteorizados en su capa más superficial. En ella hay buenos suelos, merced a procesos edáficos acelerados por elevadas pluviometrías. Es precisamente en esos niveles superiores dónde se dan ciertos flujos rápidos, por encima de la roca madre, responsables de los abundantes rezumes y manantiales existentes, casi todos de moderado caudal. Ello no favorece la autodepuración natural que suele ejercer habitualmente el terreno. Por si fuera poco, el agua circula muchas veces atravesando el subsuelo de prados fertilizados con purines y con abundantes defecaciones del ganado vacuno, o bien recogiendo filtraciones de granjas, pozos negros y de aguas residuales de aldeas y pueblos. Es conocida la diseminación poblacional de Galicia. Aparte de ello, en arroyos y ríos las aguas son ligeramente oscuras, algunas veces tirando a tonos anaranjados, debido a la abundante materia orgánica que transportan, procedente de humus naturales. Son las aguas que uno suele encontrar en bosques húmedos.

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Fuente del Camino de Santiago donde se advierte (en varios idiomas) que está «prohibido» beber. No haría falta tal advertencia viendo las flores, cruces y rosarios que la adornan. Pareciera que fueron dejadas allí por familiares de peregrinos fallecidos por haber ingerido dichas aguas

 

No obstante, en nuestro caminar también tropezamos con fuentes ligadas a elevaciones rocosas cubiertas de bosques o relacionadas con flujos más profundos a través de fracturas. Aguas que me merecieron plena confianza, santificado por el afecto que los lugareños les profesaban, por encima, por supuesto, de las fuentes potables de suministro. Entre ellas, estarían las de Airexe y la famosa de la Lavacolla. De esta última, el libro V del Códice Calixtino (siglo XII) dice «… está a unas dos millas de Santiago, en un paraje frondoso, que llaman Labacolla, porque en él suele la gente francesa que peregrina a Santiago lavarse, no solamente sus partes, sino también, por amor al Apóstol, la suciedad de todo su cuerpo, despojándose de sus vestidos». Como se ve, esta última fuente era punto de parada obligada antiguamente. En épocas pasadas, debió haber muchas más fuentes de este tipo, sobre todo al paso por las numerosas aldeas, pueblos y ciudades del Camino. Famosas eran, por ejemplo, las del casco viejo de Santiago, la mayoría procedentes de viejas minas, hoy conectadas a la red de aguas potables y muchas dotadas de recirculación. En todas  hay que decir que antiguamente se bebía con normalidad. Eran otros tiempos y otras gentes. Y para los tramos más largos sin aguas de confianza estaba la cantimplora del peregrino, que no era otra que esa calabaza que siempre lo acompañaba, y que se vincula a su típica estampa junto a la concha de vieira (también usada para beber y para comer), a la capa, al sombrero, al zurrón y al bordón o bastón.

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Aspecto actual de la fuente de Lavacolla, junto al arroyo del mismo nombre, a  diez kilómetros de Santiago. Rotulada como «Agua No Potable» (Auga Non Potable), se advierte del posible riesgo de consumirla al no estar clorada (si los peregrinos antiguos hablaran)

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Fuente de los Caballos, en la plaza de Platerías del centro histórico de Santiago de Compostela, junto a la catedral. Dotada actualmente de agua de red, en el pasado el agua provenía de una mina, y servía para el abasto de las gentes de la ciudad, peregrinos incluidos

 

Ya sé que el tema de la potabilidad de las aguas de fuentes naturales es motivo de encendidas controversias. Pero lo cierto es que a lo largo de los tiempos se han producido numerosas afecciones sanitarias entre peregrinos, la mayoría circunscritas a incómodas gastroenteritis, que cursan con diarreas, vómitos y fiebres, más que suficientes para arruinar un viaje largamente anhelado y concebido. Tendríamos que oír algunas experiencias de esos hombretones y mujeronas venidos del norte, rubios y de ojos azules, pero apenas inmunizados frente a patógenos del agua, como si lo están los aparentemente más escuchimizados paisanos gallegos, o los que pertenecieron a la antigua raza ibérica. En fin, ello explica por qué las autoridades han apostado porque los peregrinos sacien su sed, preferentemente, en fuentes cloradas de aldeas, pueblos y ciudades.

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Típica fuente de peregrinos, con bancada semicircular para favorecer el descanso y la conversación de buen número de ellos. Dotada hoy día de grifo, un cartel nos tranquiliza informándonos que está conectada a la red de aguas potables (cloradas)

Y, por fin, hay a mi modo de ver una tercera y también poderosa razón de por qué existen pocas fuentes naturales de boca acondicionadas y áreas recreativas adyacentes. Se trata de la influencia que ha debido ejercer el mundo de la restauración y del turismo rural. Todo el Camino de Santiago gallego está salpicado de bares, ventas, kioscos, chiringuitos y restaurantes donde descansar plácidamente y reponer los líquidos perdidos. Por ahí no tengo pega. Doy fe que había muchos, buenos y baratos. Nunca bebí más cervezas («Estrellas de Galicia») yendo de senderismo, como en esta ocasión que les cuento. Aunque me encanta meter el morro en una fuente de campo, en esta ocasión la alternativa no fue mala. A fin de cuentas, la cerveza está hecha con agua y es una magnífica bebida hidratante y reconstituyente, especialmente si se bebe bien fría, después de una larga caminata.

En cualquier caso, y ponderando esos tres motivos que les he comentado, seguí echando de menos una mayor dotación de áreas de descanso alrededor de fuentes firmes y seguras (que las había), donde poder beber, refrescarse, meter los ardientes pies en agua, y tomarse un bocadillo o hacer un «mantelillo» al amparo de frondosas arboledas. En ese sentido, me alegró pasar por un tramo bien atendido. Fue el del Concello de Arzúa, imagino que por la existencia de buenas aguas, pero también por una mayor empatía de la administración local con las necesidades de andariegos y peregrinos. Eso si, siempre con el rótulo de «Agua No Potable (defiendo poner mejor «No Tratada Sanitariamente») para que la gente no se lleve a engaño y actúe con total libertad.

Lo que si es cierto es que las buenas aguas gallegas son extraordinarias. Aguas de elevada pureza y baja mineralización, que explican por qué Galicia dispone de dos de los alimentos más extraordinarios que existen para mí, la cerveza, ya comentada, y el pan ¡Señores, vaya pan hay allí en cualquier lugar! Otra delicia más a sumar a los sentidos de los peregrinos, el del gusto y la gastronomía. Si pueden, hagan al menos una vez en la vida ese Camino gallego, no se arrepentirán (recuerden, a ser posible en los meses con «r»). Muchos repetiremos.

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El silencio del agua y…de los pájaros

– El pescador fantasma de la iglesia de Furelos, en el Camino de Santiago

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