¿El desierto, nace o se hace? A propósito de la Hoya de Guadix-Baza

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El día 20 de este mes de febrero estoy embarcado en Guadix en una charla con este titular-gancho: «¿El desierto, nace o se hace?», con la mirada puesta en el territorio semidesértico que me acoge, la extensa Hoya de Guadix-Baza (Granada). Para los que no la conozcan, decir que se localiza en la depresión del Guadiana Menor, rodeada de montañas y surcada por profundos valles, ramblas y campos de badlands, un paisaje típico de las películas de wéstern, que podría hacer pasar por los más genuinos desiertos de Arizona o Colorado de los indios americanos.

El comprometido título me vino dado por el organizador del asunto, pero reconozco que acepté con gusto, pese a que nunca antes lo había desarrollado en público. Me pareció un reto, y a ciertas edades uno ya no está para reservas, sino para meterse en charcos con polémicas científicas y ecológicas, como esta, en la que el hombre tiene (¿mucha o poca?) culpa. He ahí el quid de la cuestión. De todas formas asumo, por adelantado, que mis predicamentos serán de nuevo como clamar en el desierto, nunca mejor dicho.

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Vayamos al grano entonces: ¿el desierto, nace o se hace? Bueno, aunque la respuesta pudiera parecer difícil, la verdad es que es de primaria. Nace sobretodo, pero también se hace, aunque bastante menos y normalmente por ese orden. Ya sé, esa no es la respuesta inequívoca y tajante que muchos hubieran deseado escuchar, sino una salida light y poco comprometida. Lo siento, en la naturaleza las cosas suelen ser así. De todas formas, lo primero quizás sería aclarar qué entendemos por desierto, cuestión en la que seguramente no todos estaremos de acuerdo, y que no es tan fácil de responder como la pregunta anterior. Según el diccionario de la Real Academia (RAE), un desierto es un «Territorio arenoso o pedregoso, que por falta casi total de lluvias carece de vegetación o la tiene muy escasa». Hay que decir en mi descargo que tampoco los sesudos académicos de la RAE se complicaron la vida, ofreciendo una definición simplista e imprecisa, aunque vale para entender intuitivamente lo que es un desierto.

Efectivamente, un desierto en su acepción fisiográfica es, a grandes rasgos, un territorio en el que llueve muy poco (generalmente por debajo de los 250 mm al año) y donde, por tanto, la vida es complicada. A esa definición le añadiría, «y donde además hay poca agua (superficial y subterránea)». Pero en este debate deberíamos contemplar también la acepción sociológica, en la que de forma más genérica un desierto sería aquél territorio donde percibimos que la vida, al menos durante el estiaje, se hace inhóspita por escasez de agua (desierto percibido). Como se ve, ambas definiciones, aunque pudieran parecer equivalentes, si uno es perspicaz se dará cuenta que no lo son del todo. Algo similar, y estrechamente relacionado con esto ocurre con el concepto de sequía, que en sentido estricto se relaciona con un periodo de escasas precipitaciones, pero que comúnmente la sociedad moderna asimila a un episodio de restricciones o falta de agua para usos básicos.

Pues bien , partiendo de la definición física, que tiene menos aristas y es más fácil de trabajar, hasta hace apenas unos pocos milenios (antes de la aparición de la agricultura) todos los desiertos nacían. Sin embargo, hoy, en pleno siglo XXI, las cosas son bastante más complejas, porque el hombre ha aumentado terriblemente su capacidad de impacto sobre el planeta. Atención, afecciones que no necesariamente tienen por qué ser negativas, las más habituales, sino que puntualmente pueden ser también positivas a través de medidas correctoras, como reforestaciones, correcciones hidrológicas, regulación y «siembra» de aguas, etc. Al respecto, tenemos un caso paradigmático, como es el de los oasis, lugares dentro de un desierto donde el hombre a lo largo de los siglos ha procurado que la vida se desarrolle de forma más amable.

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Dentro de la semidesértica Hoya de Guadix-Baza existen riberas bien irrigadas, pequeños oasis dónde la vida es más fácil

 

No obstante, lo habitual es que, efectivamente, la mano del hombre influya en la extensión, intensificación e incluso la creación de desiertos. A ese proceso antropogénico le llamamos desertificación, en contraposición de la desertización, que se daría por causas naturales. Aunque ambos conceptos no son unánimemente reconocidos, pueden valer para entendernos. Llegados a este punto, emerge el omnipresente cambio climático, de forma que si admitimos que el hombre es el principal responsable del cambio del clima actual en la Tierra, efectivamente la acción humana será capaz de extender, radicalizar o generar desiertos donde antes no los había. Pero, ojo, conceptualmente eso significa que ese mismo cambio climático puede generar también estepas o bosques donde antes había desiertos. Porque el calentamiento global provocará mayores tasas de precipitación sobre el planeta, aunque su reparto será desigual y caprichoso, de forma que aún no sabemos bien como nos afectará a nuestra minúscula parcela vital, aunque los modelos predictivos no parecen ser favorables al área mediterránea.

Pero hay otros factores, aparte de la precipitación y de la temperatura, que «hacen desierto». Por ejemplo, la desaparición de la cubierta vegetal (incendios, cortas, plagas, secas), de la capa de suelo y la sobreexplotación de las aguas son factores que disminuyen las aguas disponibles y las precipitaciones, tanto de forma directa como indirecta, con «lluvias útiles» (o netas) inferiores. Ocurre, sobre todo, que al disminuir sensiblemente los recursos hídricos disponibles se da lugar a desiertos percibidos, aunque las precipitaciones no estén necesariamente por debajo de los 250 mm anuales. Dejo de lado el impacto que sobre el clima dicen que tienen las «avionetas rompenubes», que según la práctica totalidad de los científicos es nulo, más allá de los efectos locales que pudieran tener en algún caso. Me hago cargo que es un tema comprometido que suscita pasiones, especialmente en las zonas que sufren endémicamente falta de lluvias. Lo que el futuro nos depare como «manipuladores» del tiempo no lo sé, porque los hombres somos muy atrevidos y la tecnología avanza que es un susto. Otra cuestión importante que dejo en el aire, y que sería motivo de un interesante debate, es si los desiertos son buenos o malos, bellos o feos, útiles o inútiles. Al respecto, en lo único que casi seguro estamos todos de acuerdo es en que son inhóspitos para la vida, y que son sobrecogedores y espectaculares.

Todo eso está bien, ¿pero, y qué pasa con el sureste español y con la Hoya de Guadix-Baza? Mi conocimiento (escaso) y mi percepción (más afinada) me dice que en este trozo del solar hispano el desierto avanzará, sobre todo por razones estructurales (aumento de las temperaturas), a las que acompañará una más que previsible sobreexplotación de los recursos hídricos. En realidad, a lo largo de la historia ha habido en este lugar altibajos climáticos e hídricos, si bien para el hombre, hasta fechas recientes, este territorio nunca fue un desierto percibido, porque en él había grandes manantiales, lagos y el agua circulaba durante todo el año por sus cauces principales. Dicho esto, no se puede obviar que la Hoya cumple las condiciones de un «desierto orográfico» (rodeado de montañas, efecto Foehn), con un paisaje típicamente desértico de cárcavas y ramblas, que es heredado en las zonas centrales de la depresión, mientras que se mantiene muy vivo en bordes y periferias. Un paisaje acarcavado, de malpaís, tierras malas o badlands, que el imaginario identifica como propio de un desierto, cuando en realidad se produjo al «abrirse el tapón» del antiguo lago del altiplano, que entonces estaba unos ¡¡500 metros!! por encima del nivel de base fluvial. Fue un afluente del Guadalquivir el que lo capturó por erosión remontante hace unos 250.000 años y produjo el vaciado de aguas y, sobre todo, de ¿billones? de toneladas de sedimentos que sirvieron para dar lustre al delta del Guadalquivir. En cualquier caso, todo el sureste español está afectado por procesos y paisajes erosivos activos, lo que motivó que en los años 90 se pusiera en marcha el megaproyecto LUCDEME (Lucha contra la Desertificación del Mediterráneo). Y lo único que sacamos en claro fueron diagnósticos, porque luchar al final hemos de convenir que revertir procesos «naturales» es casi misión imposible. Lo que si deberíamos haber aprendido, es que tenemos obligatoriamente que desarrollar estrategias de adaptación y resistencia, partiendo de la base de una gestión sostenible de los recursos. Esa será la única forma de garantizar la supervivencia en estas áreas donde llueve poco, hace mucho calor en el estiaje y el agua no abunda.

Bueno, retomando el hilo, lo que está ocurriendo sobre todo es que las temperaturas se están incrementando, y no tanto que esté lloviendo menos de media, que hasta podría ocurrir lo contrario en ciertas zonas. En cualquier caso, la temperatura se basta por si sola para crear desierto, ya que con su aumento disminuye la lluvia útil, como adelantábamos antes, a través de la evapotranspiración, que, al igual que el resto de consumos, se incrementa con la temperatura. Pero el aumento del mercurio trae otras muchas consecuencias negativas para el balance hídrico. Una de las más notables es que nieva menos, lo cual importa mucho en áreas montañosas como son las que rodean la Hoya de Guadix-Baza. La recarga de acuíferos es menor y las aguas superficiales de primavera y verano son más escasas, precisamente cuando más se necesitan (abastecimientos y regadíos). Pero hay más consecuencias en cadena, como que la cubierta vegetal sufrirá mayor estrés hídrico, por lo que muchas masas forestales morirán (si no se las ayuda) por secas, plagas o incendios, procesos que empiezan a dar la cara en algunos pinares de la sierra de Baza, de Sierra Nevada y del interior de la depresión, y que auguran un gravísimo panorama de cara al futuro. Imagínense lo que puede ocurrir si empiezan a desaparecer los bosques protectores, que siempre hubo (naturales), que se perdieron por talas en épocas pasadas, que se regeneraron o reforestaron después, y que ahora vuelven a peligrar.P1080507

El aumento de las temperaturas y de la aridez va a poner en serio riesgo de supervivencia a los pinares (la mayoría de repoblación sin naturalizar) que han venido sujetando la erosión y las pérdidas de suelo, sobre todo en bordes y sierras del entorno. Alrededores del embalse Francisco Abellán (diciembre, 2016)

 

Así pues, en esas circunstancias presumiblemente adversas que se avecinan, sería más necesario que nunca llevar a cabo una óptima gestión del agua, de forma que una explotación insostenible (sobreexplotación) provocará, junto a las causas antes apuntadas, que los desiertos y las sequías percibidas (y reales) sean más intensas y frecuentes. Aquí quiero detenerme algo más en las aguas subterráneas, mi campo de actuación profesional. Lo he escrito y advertido en numerosas ocasiones, una explotación mantenida en el tiempo superior a los recursos renovables ocasiona sobreexplotación, y a la larga desertización en su vertiente más rotunda. Ello además va en contra de la gestión sostenible económica y ambiental que propugna la Directiva Marco del Agua (2000) y la legislación española. Aparte de quedarnos sin suficiente agua para usos básicos, al descender notablemente los niveles piezométricos la franja superficial del terreno se deshidrata, se secan fuentes y ríos, y la lluvia, aunque pudiera ser superior, queda en gran parte retenida en el subsuelo para restituir los importantes déficits de humedad acumulados durante años.

Naturalmente, en largas series temporales vendrán de vez en cuando años muy húmedos, con embalses llenos, riadas e incluso modestos acuíferos aliviando por manantiales, pero aunque la economía pudiera mal-sostenerse así, la Naturaleza no, aparte de que esa aparente restitución del statu quo sería solo efímera.

Para pilotar la sostenibilidad ambiental y económica en circunstancias difíciles soy un firme defensor de la Técnica y la Ciencia, por encima de la Política. Hay soluciones, pero estás son impopulares y difíciles de tomar. Hoy disponemos de herramientas y conocimientos más que suficientes para estimar el techo de explotación sostenible del agua en cada territorio. Pero falta disciplina, vigilancia y buenas redes de control, que (¿curiosamente?) son muy deficientes (artículo). Así, lo que para unos es sobreexplotación, para otros es intensa explotación para generar riqueza. Bastaría entonces con echar un vistazo a la evolución temporal de esas redes de control (de aforos y de niveles) para saber cómo de bien o de mal anda la salud de nuestros recursos hídricos. Pero, ya se sabe aquello tan antiguo de «ojos que no ven, corazón que no siente».

Y voy terminando. Lo de la segunda desertificación del título de la conferencia tiene que ver con un artículo anterior (ver) en el que alertaba de la segunda desecación del campo español por la seca de manantiales y ríos (tras la primera, que fue la de los humedales a principios del siglo XX). Mi impresión es que en esta desbocada carrera hemos apostado porque nuestros ojos no vean y nuestros corazones no sientan, al menos hasta que sea irremediable (y tarde). Nada de esto es nuevo en la Humanidad, que se retiró en el pasado (¿misteriosamente?) de muchos asentamientos, dando lugar a otros desiertos de los que no hemos tenido tiempo de hablar, aunque posiblemente son los más intuitivos. Son los que la RAE define como «Territorios despoblados, solos o inhabitados». Obsérvese que en esta nueva definición de desierto no se habla ni de lluvias, ni de temperaturas, ni de aguas, ni de suelos, ni siquiera de bosques. Se entiende que se convirtieron en desiertos al perder sus capacidades productivas. ¿Pudo ser por guerras?, ¿por desastres naturales?, ¿por agotamiento de las fuentes de agua?, ¿por arrasamiento de los recursos naturales?, ¿por plagas o enfermedades…? Como se ve, esto de los desiertos y de la desertificación da para mucho debate.

Por cierto, mucha suerte para ese proyecto de crear un Geoparque del Cuaternario de los Valles del Altiplano (o como se le quiera llamar al final), que algunos conocen como el «Serengueti granadino». Le auguro un gran éxito si se hace bien. No se pierdan una visita a este territorio, aunque haya poca agua y muchas cárcavas. Su historia paleoclimática, ecológica y humana es impresionante, y los paisajes sobrecogedores.

 

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