Aguas de Granada, esas joyas de la Naturaleza

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Embalse de los Bermejales

 

Granada es una provincia de sorprendentes y numerosos contrastes. También en sus aguas, en su abundancia y desigual reparto, pero, sobre todo, en la variedad de las mismas. La culpa la tiene una vigorosa y diversa geología, y un rango de altitudes muy amplio, desde las orillas del cálido Mediterráneo hasta las cimas heladas de Sierra Nevada, techo de la península ibérica. En la abundancia, lo que más cuenta son precisamente las montañas. Hay un certero adagio que dice: “Dadme montañas y os daré aguas”. El carácter fuertemente montañoso de Granada ha propiciado la existencia de lagunas glaciares, manantiales, fuentes, arroyos, ríos y hasta humedales litorales, según las diferentes franjas altitudinales. Una auténtica joya en los tiempos que corren, en los que las aguas disponibles para la vida están disminuyendo por razón del calentamiento global, pero sobre todo por la sobreexplotación de los recursos hídricos, sin contar con otras causas, que no vienen ahora al caso. Sin embargo, en la variedad lo que más cuenta no son tanto las montañas, como la geología, y en eso Granada también es maestra, escuela desde los años 50 de una licenciatura de ciencias geológicas que fue pionera en España.

Como el que no conoce, no aprecia, no disfruta y por tanto no ama lo que tiene, que es de lo que se trata, animo a que en vuestros paseos os acerquéis a conocer las aguas de Granada. En este pequeño artículo, no hay espacio, ni siquiera para un esbozo, por lo que pido perdón de antemano por las numerosas y significadas ausencias que habrá. Empiezo por las aguas más altas, las de las lagunas glaciares de Sierra Nevada, verdaderas reliquias de un pasado frío reciente, origen de buen número de los ríos más importantes de Sierra Nevada. Su visita durante el deshielo, a mediados de primavera, es una auténtica gozada. La Cañada de Siete Lagunas en el valle del Trevélez, las lagunas del valle del Lanjarón, las de los colosos de la cara norte, el deshielo generoso de los Lavaderos de la Reina o la visita a las remotas lagunas de las Calderetas, Vacares y Juntillas, son destinos que no defraudaran a nadie.

Laguna de las Yeguas (Sierra Nevada)

 

Y ¡qué decir de los ríos granadinos!, esos que bajan de la nieve al trigo, en palabras del poeta. Los tenemos de todos los tipos, desde los agitados de alta montaña, entre ellos el Genil y el Trevélez, hasta los más pausados que brotan de las entrañas de grandes montañas kársticas, como podrían ser los de Río Frío, el Guardal o el Castril. Sin olvidar al río que es el alma mater de Granada y la Alhambra, el humilde Darro. Sin embargo, pese a la abundancia de cursos superficiales, lamentablemente solo unos pocos mantienen caudales aceptablemente importantes durante el estiaje. Entre ellos, estarían los colectores principales, el Genil, el Guadalfeo y el Guadiana Menor, merced al agua de desembalses procedentes de la recogida en grandes superficies. Por contrapartida, las calidades de sus aguas se ven deterioradas, igual que sus flujos naturales, en los que se interponen en escalera presas y derivaciones. Los más bellos son los de montaña, medianos o pequeños, algunos todavía apenas arroyos, procedentes del deshielo de neveros o de nacimientos puros y cristalinos. La mayoría permanecen colgados en las cabeceras de sus respectivas cuencas, en lugares aislados y remotos, como ocurre con los ríos del Marquesado, de la Alpujarra oriental, de la Almijara o de la Sierra de Baza. Son un verdadero encanto, sobre todo en otoño, cuando sus setos y arboledas de ribera se tiñen de rojos, naranjas y amarillos.

Tramo medio del río Castril

 

¿Y los manantiales?, mi debilidad. Granada alumbra una variedad enorme, aunque pocos de ellos sean realmente caudalosos. Algunos son origen de ríos ya citados, y otros fuentes de abastecimiento, como los de Deifontes o Fuente Grande. No obstante, los más conocidos, por sus propiedades, quizás sean los minero-medicinales y termales. De ellos tenemos una buena colección, algunos afamados, como los de Lanjarón, Alhama, Graena, Zújar o Alicún, o las fuentes ferruginosos y agrios de la Alpujarra, en Pórtugos o en Válor, o las “picantes” de la Gaseosa (Ferreirola), o las “sulfurosas” de Fuente Crebite (Baza), y muchos tipos más. Imposible citarlos a todos.

El Chorreón del Pórtugos (en La Alpujarra). Aguas ferruginosas y agrias

 

Muy apreciadas asimismo son las fuentes de boca, con una enorme variedad de sabores al paladar, aunque los manuales digan que el agua es insípida. Ahí están las “dulces” del pilar del Mono (Dúrcal), pilar de Cristino (Colomera), Fuente Martín (Nechite), Morquí (Alfacar) y tantas otras, muchas escondidas en campos y barrancos, que cada comarca tiene las suyas preferidas. O las fuentes “saladas” de la Capuchina (Lanjarón), la Malahá o Fuente Camacho.

El pilar del Mono (Dúrcal), una de las fuentes de boca con más tradición en Granada

 

 Pero el agua no está solo para beberla y usarla en riegos o en la industria, el espíritu, el alma diría yo, se alimenta por los sentidos, y para ello hay lugares que irradian una fuerza especial. Ahí están los nacimientos y cursos altos de los ríos Castril (Nacimiento del Río, la Magdalena, Túnez…), Guardal (la Natividad, Fuente Alta), o los de las sierras de Almijara, Tejeda y Alhama (Verde, Cabañeros, Añales, Cebollón, Cacín…). Para los que lo prefieran, ese relax anímico también puede encontrarse en las fuentes de plazas y callejuelas solitarias, como las de Sonsoles, Churriana, los Manzanos, el Capitán, Fuente Hondera, y tantas otras de la Alpujarra granadina. O en las fuentes, surtidores, acequias y albercas de la Alhambra, lugar sagrado y místico para el agua donde los haya.

Y por supuesto, tenemos bastantes aguas que destacan por ser hábitat de flora y fauna. Cualquier hilo de agua, por humilde que sea, es un milagro para la vida en los tórridos estiajes andaluces, donde ríos, lagunas, nacimientos, humedales, acequias y balsas se convierten en sustentos hídricos imprescindibles. En los últimos años, los humedales de Padul y de la Charca de Suárez han recobrado parte del esplendor perdido en tiempos pasados, aunque sigue pesando la contaminación de las aguas. Algo parecido podría decirse de los ecosistemas artificiales en que se han convertido algunas aguas embalsadas, como las de las pantanetas de Alhama y Cacín, o las colas de los embalses del Negratín, los Bermejales o Francisco Abellán. Los manantiales de las áreas subdesérticas del norte de la provincia, algunos convertidos en zonas ganadoras de arroyos y barrancos, juegan igualmente un papel trascendental como sustento de fauna y flora, en muchas ocasiones de carácter endémicas.

Amanecer en el humedal de Padul

 

Con 12.000 km2 de extensión de sierras, valles, depresiones y llanuras costeras, Granada atesora muchísimos lugares de interés para el agua. Queda ahora que cada uno de nosotros, poco a poco, los vayamos descubriendo, recorriendo y queriendo (tarea que puede llevarnos toda una vida), como medio de preservarlos para las generaciones venideras.

 

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