No, no son árboles, ni raíces, son ríos de un saladar de la Baja California (México) (fotografía Adriana Franco)
Hoy 22 de abril se celebra el Día Internacional de la Madre Tierra (instaurado en el año 1970). Un día necesario para rendir homenaje a la Tierra como madre de la vida que conocemos y disfrutamos. Para la ocasión, he querido traer aquí dos elementos imprescindibles de los ecosistemas terrestres y del bienestar de las personas. Me refiero a los ríos y a los árboles. Como se verá, el artículo no es lo que podría esperarse, sino más bien un texto bastante sui generis, pero ello quizás ayude a llamar más la atención sobre la importancia de proteger y conservar a los ríos y sus nacimientos. Al agua, en definitiva, que como se ha dicho, acertadamente, es la sangre de nuestra Madre Tierra.
Hace unos meses publiqué en este blog una entrada titulada «El árbol y el río». En esencia, se trataba de una analogía entre árboles y ríos, y más concretamente entre las raíces de los primeros y los nacimientos de los segundos. Los árboles crecen y viven gracias a sus raíces, igual que los ríos, cuyas «raíces» son en su caso los nacimientos de la cuenca. No hay nada más que ver una red fluvial desde el aire para caer en la cuenta del enorme paralelismo existente entre ésta y el sistema radicular de cualquier árbol. Un hermanamiento este de ríos y árboles que es existencial, pero también íntimo, sentimental y vivencial para cualquier ser humano.
Como decía en «El árbol y el río», todo surgió como un divertimento pedagógico, como una manera de explicar cómo funciona, si se me permite, la parte subterránea de los ríos, ese flujo oculto que termina dándoles vida a partir de los manantiales (por eso denominados con todo fundamento nacimientos). Desde que incorporé este símil a clases, charlas y conferencias, el corpus docente ha ido creciendo, de forma que el tema se compone ahora de varios capítulos, como: árboles y arbustos versus ríos y arroyos; árboles y ríos de secano y de regadío; tipos de ríos y de árboles, etc.. Acababa el post citado con un lacónico «Continuará»…
Pues bien, este breve artículo de «Los ríos higuera» es parte de esa continuación, el primero de una serie de tres pertenecientes al capítulo «Tipos de ríos y de árboles» (al que seguirán «los ríos álamo» y «los ríos pino»). Lo que pretendo con todo ello es mostrar las similitudes que guardan ciertos tipos de ríos con árboles bien conocidos de nuestro entorno. Claro, son semejanzas relativas, porque ni todos los ríos kársticos son iguales, ni todas las higueras tampoco, por poner solo esos dos ejemplos.
Pues bien, ¿cuáles son los «ríos higuera«? Para ello habría que dar antes unas pinceladas sobre los atributos y características más reseñables de las higueras. Veamos. Se trata de árboles de porte medio, bastante ramificados y abiertos, con un sistema radicular extraordinariamente denso y extenso, magistralmente adaptado al clima mediterráneo para captar la poca (o la mucha) agua del entorno. Son árboles rústicos, de regadío y de secano, que sobreviven a las más duras penurias hídricas. Pero también son árboles resistentes a las agresiones y a los intentos, incluso, de aniquilación por parte del hombre utilizando el fuego o las podas salvajes (rebrotan). Pues bien, hay algunos ríos de nuestro entorno geológico (Cordilleras Béticas) y climático (mediterráneo) que presentan curiosas analogías con las higueras, en este tipo de juego pedagógico que estamos manteniendo.
Unos de los «ríos higuera» más fenotípicos son los procedentes del drenaje de las dolomías alpujárrides (también de las escamas calizas prebéticas, y hay más). Hace escasamente un mes recorrí los ríos del Parque Natural Sierras de Tejeda, Almijara y Alhama (en las provincias de Granada y Málaga), todos ellos del tipo higuera. Se trata de ríos que discurren por materiales acuíferos dolomíticos muy tectonizados (pero poco karstificados), que se nutren de numerosos nacimientos, muchas veces de carácter difuso y oculto dentro de los cauces. Manantiales que se localizan a diferentes cotas, respondiendo al drenaje de niveles permeables más o menos locales e independientes.
Río Cebollón, en el Parque Natural Sierras de Tejeda, Almijara y Alhama. Un típico «río higuera»
En esas situaciones, los cauces en su discurrir van ganando caudal progresivamente, muchas veces de forma casi imperceptible. No suele tratarse de ríos caudalosos (aunque puede haberlos), sino más bien discretos, que presentan hidrogramas atenuados (bastante inerciales), en oposición a los ríos kársticos típicos, que suelen caracterizarse por presentar grandes puntas de caudal tras aguaceros, a las que siguen agotamientos más o menos rápidos. Pero el atributo mas genuino de los «ríos higuera» es que soportan bien las sequías y, sobre todo (y esto es muy importante), las afecciones provocadas por extracciones de aguas subterráneas, que, como se sabe, son la principal amenaza (junto a las presas y derivaciones) al caudal de los cauces fluviales de cabecera. Estos bombeos pueden, efectivamente, secar algunos de sus nacimientos (parte de sus «raíces»), pero no acaban con el río que sigue nutriéndose de otros manantiales procedentes de niveles acuíferos que no se han visto afectados («no matan al árbol»). También son ríos que, aunque les sienta como un tiro, toleran con cierto decoro los sangrados (las podas) del cauce desde presas y azudes de derivación, al ser frecuente el rebrote de caudales aguas abajo desde nacimientos situados a cotas inferiores.
Los ríos de la Venta de Vicario, Cebollón, Grande, Añales, Chillar, Verde, Higuerón, etc. son del tipo que venimos reseñando. Curioso lo del río Higuerón, cuya relación toponímica con lo que venimos comentando es puramente casual (las higueras que crecen junto al agua). En todos los casos se trata de ríos pequeños, modestos, pero duros y resistentes, una joya para cualquiera de nuestras sierras. Una garantía de tramos fluviales permanentes (aunque de escaso caudal), que son tan necesarios para la fauna y la flora en los prolongados, secos y ardientes estiajes de nuestro clima mediterráneo. En cualquier caso, cuidémoslos, también pueden llegar a secarse las higueras si nos empeñamos.
La vida que habita en nuestra Madre Tierra depende de la cantidad y calidad del agua, que, como ya se ha dicho por muchos, es la sangre que corre por sus venas, que son los ríos.
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