Sendero fluvial junto al Elster, en el estado de Sajonia
Como si fuera un ritual, cuando llega el otoño busco la belleza y cálida compañía de bosques caudifolios y de ríos, entre los que siento una llamada muy especial por los centroeuropeos. Como alguna vez he comentado, estas escapadas se han intensificado desde que tengo hijos por esas tierras (como tantos padres españoles). De esta forma, intento, si es posible, hacerlas coincidir con el otoño, que es, además, época propicia de reencuentros por la morriña que suele acarrear para los que están lejos el acortamiento de los días, la pérdida de luz y el comienzo del frío. Algunas veces me retraso a esa llamada, y acudo en el alto otoño, e incluso en el invierno. Pero no me importa, porque esas épocas, denostadas por muchos, son muy bellas también para mí, que encuentro atractivo el frío (bien abrigado claro), la nieve y el hielo. Además, a la frialdad y soledad de bosques desnudos y aguas heladas, me acompaña por contrapartida la extrema calidez de las ciudades, engalanadas e iluminadas primorosamente para recibir la Navidad, y ese oloroso vino caliente con canela de sus abarrotados mercados navideños al aire libre. Por el contrario, no siento tanta atracción por estos bosques en primavera y verano, salvo si hablamos de las altas montañas, pero eso es harina de otro costal.
Europa Central tiene ríos magníficos, con ello no descubro nada nuevo. Pero salvo para cruceros fluviales, una experiencia muy recomendable, placentera y cómoda para los amantes del hidroturismo, prefiero escaparme por afluentes secundarios o terciarios, que siguen siendo grandes de más para un mediterráneo sureño. Ríos que han sido cordón umbilical de casi todas las ciudades europeas. Cauces que van ensartando como las perlas de un collar a viejas ciudades, desde las que, como un rito casi religioso, arrancan senderos aguas arriba y abajo por ambas márgenes.
Esos son mis destinos, la mezcla perfecta entre lo urbano y lo boscoso, sin solución de continuidad. La naturaleza para airearme y estirar la vista, y las ciudades para conocer su historia, y reponer fuerzas en familia en sus tabernas, donde no puede faltar la nutritiva cerveza y el vino caliente del que he hablado antes. Si uno es un mediano andarín, sin pereza para echarse al camino (allí todo es llano), se pueden emplear horas y horas por los senderos que acompañan a los ríos hasta agotar completamente las fuerzas o las horas de luz disponibles. Para andar rápido prefiero el frío, siempre que se vaya confortablemente abrigado (las camisetas térmicas son un invento) y no llueva. Aunque planifico rutas circulares, muchas veces es posible regresar utilizando la red de transporte público de las ciudades ribereñas.
El Johanna Park de Leipzig (Alemania)
Son senderos, ya digo, bellísimos en otoño, intimistas, coloristas, olorosos, silenciosos y húmedos. Caminos interminables que transitan entre ríos, canales y bosques, los más grandes y cuidados antiguos cotos de caza de la realeza, con árboles que son auténticos monumentos naturales. Bosques mixtos de robles, hayas, castaños, abetos, arces, almeces, sauces, olmos, alisos, fresnos, álamos, abedules, etc. Una generosa variedad de especies, gracias a que podemos disfrutar de ricas paletas de color, algunas veces rayando con lo almibarado o pasteloso, sin que por ello dejen de ser hermosas. A ratos, también bosques oscuros e impenetrables, cuyos húmedos caminos y senderos aparecen tapizados de hojas muertas que huelen a tierra mojada, a humus y a materia orgánica en fermentación.
Con frecuencia, en su andar el caminante se tropieza con arroyos o canales secundarios que van o vienen de estas murallas vegetales. Entonces, muchas veces, me siento atraído por esos caminos que me separan de mi paseo fluvial y me invitan sutilmente a seguirlos por el interior de la espesura. ¡Qué placer ese de deambular por territorios nuevos! ¡Ese de dejarse seducir por lo que se vaya presentando en cada momento, sólo guiado por la intuición y por un buen plano, sin preocupaciones y con tiempo por delante!
En el bosque «de los dos ríos», en el anillo verde de Leipzig (Alemania)
Naturalmente, algunas veces me he perdido (sin wifi en el móvil) debido al denso entramado de sendas y caminos existentes, sin referencias visuales, ni apenas elementos diferenciadores. Bueno, un aliciente más del que se sale orientándose por la luz del sol y dándole más rápido a los pies, o por los carteles que algunas veces uno encuentra, o, en última instancia, auxiliado por otros paseantes, que siempre encuentra uno por muy lejos y recóndito que se esté del punto de partida. Bosques queridos y usados por los ciudadanos de esas ciudades del Viejo Continente, en los que el caminante suele encontrar bancos, descansaderos y letreros informativos de forma relativamente continua, pero siempre discreta.
Sí, noto que esas escapadas otoñales e invernales, en las que puedo abrazar de nuevo a mis hijos, me revitalizan el alma de reencuentros, ciudades mágicas, aguas y bosques. Escapadas que añoro hasta el año siguiente. Paseos anhelados, si no fuera porque el motivo principal es el de visitar a personas queridas que muchos tenemos lejos. Para todas ellas, que son muchísimas, deseo con todas mis fuerzas que España les brinde la oportunidad de un futuro laboral mejor.
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