Hace tiempo que vengo utilizando en charlas y conferencias (incluso en las más formales) un símil del que me siento especialmente satisfecho, el del espermatozoide fluvial. Los ejemplos y símiles los empleo con frecuencia en divulgación, porque son herramientas útiles para hacerse entender y también para fijar conocimientos, ya que se suelen recordar, y este del espermatozoide cumple a la perfección ambas funciones. En esencia, defiendo que todos los ríos mediterráneos (los españoles y otros muchos) tienen su origen (espacial y genético) en un manantial. De esta forma, entrando ya de lleno en el símil, los ríos se parecen a un espermatozoide, que, como sabemos, está dotado de cabeza y cola, en la que la cabeza es el nacimiento del río y la cola el cauce o río propiamente dicho. En detalle, y en la realidad, el ejemplo admitiría otras muchas variantes, cómo varias cabezas, grandes y chicas, con colas gordas y finas, largas y cortas, etc. En fin, igual que ocurre con nuestros ríos, que no existen dos iguales.
La idea saltó, como ocurre muchas veces en la vida, de forma imprevista. Fue en una tarde primaveral del mes de mayo de 2006. Recorría la cabecera del río Zumeta, por recónditas tierras jienenses, en la raya con las provincias de Granada y Albacete, cuando fui a dar vistas al Nacimiento del Berral. El acceso del carril, por alto, me ofreció una visión del alumbramiento que se me antojó ese día como un perfecto espermatozoide. Una ovalada cabeza, la balsilla del nacimiento, de la que salía una cola, un arroyo convertido ahora en acequia. Y desde ese momento empecé a darle forma y a madurar la idea. Muy cerca de allí visité, ese mismo día, otro buen ejemplo de espermatozoide fluvial (ya llevaba el ojo puesto, como se suele decir), el del nacimiento del río Segura en Fuente Segura, y desde aquellos días he visto cientos de ejemplos más o menos perfectos.
Nacimiento del Berral, en el término de Santiago-Pontones (Jaén) (26 de mayo de 2006)
Y entonces empecé a llevar ese símil a mis charlas, al principio con un poco de recelo y vergüenza. Cuando llegaba el momento de sacar el tema, estaba igual de pendiente de mi discurso, que de la reacción del público. La aparición de un solitario espermatozoide, después de imágenes de aguas, mapas y gráficos, ocupando toda la pantalla de proyección, provocaba de inmediato sorpresa, seguida de movimientos de culos en las sillas, cuchicheos y risitas, especialmente entre la gente más joven. Aquello funcionaba. Los oyentes se removían, espantaban el sopor y por un momento volvían a estar atentos e interesados.
El concepto e idea que trasmite esta comparación no es banal ni superflua, como quizás alguno pudiera pensar. Tiene la enigmática fuerza de un auténtico espermatozoide, origen, junto al óvulo, del nacimiento de la vida que tenemos más cerca. Así, los ríos no son sólo esas sinuosas colas o cauces, son también, y sobre todo, por razones genéticas, las cabezas, los manantiales. Sin esas cabezas, los cauces no serían más que estériles ramblas o barrancos de transporte de efímeras aguas de precipitación, sin posibilidades de regulación, ni de sobrevivir más allá de unas pocas horas o, a lo sumo, días.
Enlaza este símil con otro de parecida intención, el de «El árbol y el río» (ver), publicado en este mismo blog, que compara árboles y ríos, en el sentido de que ambos sobreviven gracias a sus ocultas, pero imprescindibles, raíces, que en los ríos son los enjambres de manantiales de su cuenca. En última instancia, ambos ejemplos van en la dirección de hacer entender al público la enorme importancia que tiene el principio de unicidad del agua, de forma que aguas superficiales y subterráneas son una misma cosa y que la gestión sostenible solo puede ser acometida de forma conjunta.
Ilustración sobre el símil de «El árbol y el río», que ilustra sobre el papel vital de las raíces, tanto en árboles como en ríos (sus manantiales)
No sé si muchos de ustedes saben que los espermatozoides son los que determinan el sexo, de forma que podríamos decir que los hay «machos» y «hembras». Esto, que mucha gente desconoce, especialmente las nuevas generaciones, ahora que la información es más accesible que nunca, lo supe hace un porrón de años por mi teniente Agudelo (que puede dar fe de ello, porque lo recuerda y sigue este blog). ¡Lo que se aprende en la mili!, aquella etapa de convivencia, valores y disciplina, que, a mí, tanto me sirvió después para la vida. En fin, a lo que iba, en base al distinto comportamiento de esos espermatozoides, dejo para más adelante explicarles en otro articulillo cuales serían los ríos «macho» y los ríos «hembra». Aunque esta digresión entra ya en el puro divertimento, no carece de fundamento y creo que tampoco de gracia.
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