Aguadero real (Cogollos de Guadix, Granada)
A mediados del pasado mes de julio, en plena ola de calor de este ardiente verano de 2017, contemplé una escena impactante. Andaba mi padre mal-regando a cubos una hilera de arbolitos recién puestos, cuando a sus espaldas veía caer bandadas de pinzones al agua que aún no se había tragado la tierra. Hasta hace no mucho tiempo esa escena hubiera sido imposible, primero porque en la finca había varias fuentecillas, pilones, acequias y albercas (todo seco hoy) donde el pajarerío bebía y en segundo lugar por el natural recelo que antaño tenía cualquier animal que se preciara de salvaje. Aquella escena de pájaros sedientos perdiendo su instinto natural para tirarse al agua a nuestros pies me empujó a instalar un modesto bebedero (del tipo de otros que tengo repartidos por ahí) junto a la que había sido la fuente de mayor querencia de la finca. Y ya puestos, comencé a darle forma a este artículo, que venía rondando en mi cabeza desde hacía tiempo.
Las sierras y las montañas más o menos hidratadas, como las hemos conocido quienes ya peinamos canas, se están perdiendo en el sur peninsular. El abandono del mundo rural y de las tareas, oficios y gentes que cuidaban del agua, porque la necesitaban para vivir, ha transformado severamente los ecosistemas, la biodiversidad y los paisajes montanos de antaño. Es posible que algunos conservacionistas digan que esto de ahora es lo natural y no lo de antes, pero yo defiendo que el uso respetuoso y sostenible del territorio por parte del hombre entra dentro de lo «natural». Aparte de que el campo es más bello y diverso si tiene mosaicos, áreas salvajes e inalteradas junto a agroecosistemas de montaña y otros tipos de paisajes rurales culturales.
Pero regresando al agua, uno de los cambios más dramáticos del campo de estas últimas décadas, como se ha apuntado, ha consistido en la pérdida (casi epidémica) de aguas superficiales, y especialmente de las de manantiales y fuentes. Pero también de rezumes, humedales, charcas, arroyos, ríos, balsas, acequias, albercas, etc. Y en ello, el citado éxodo rural ha tenido una gran influencia a través del cambio del modelo agrícola productivo, con un abandono de la agricultura tradicional y de montaña, y un aumento vertiginoso del regadío intensivo de pies de monte, depresiones y llanuras desde derivaciones de arroyos y ríos, y captaciones de aguas subterráneas. Lo que viene haciéndose en muchas zonas, y desde hace tiempo, es una gestión insostenible desde el punto de vista ambiental, aunque hay más razones del agotamiento de manantiales y ríos, entre ellos el calentamiento global, que he analizado en otros artículos. Esta deshidratación de suelos y acuíferos tendrá a futuro serias consecuencias en la salud vegetal (secas, plagas e incendios) y animal. Grosso modo, lo que ocurre es que cada vez con más frecuencia la fauna huye en verano de sus nichos montunos para buscar el frescor, agua y alimento que le proporcionan los regadíos y las áreas urbanizadas. Ello ocasiona traslocaciones indeseables, molestias y daños, cuando no es la propia fauna la que se ve afectada por agroquímicos tóxicos en aguas y alimentos.
Cabras abrevando en una piscina privada (Valle de Abdalajís, Málaga) (procedencia Emilio Calvo de Mora)
Cultivos intensivos de regadío en el Altiplano granadino, donde las aguas llevan agroquímicos disueltos, aguaderos indeseables para multitud de aves
Muy probablemente la situación de escasez de las aguas serranas, y consecuentemente de la fauna, se agudizará en el futuro, con una reversibilidad que preveo difícil. Mi experiencia me dice que cuando una fuente se agota por causas ajenas a la meteorología, lo más común es que ya sea para siempre, aunque vengan después años buenos en aguas. Así pues, este artículo quiere hacerse eco de esta grave problemática ambiental, haciendo un recordatorio de algunas medidas paliativas que pueden adoptarse, sobre todo en los meses de verano.
Conviene advertir que cualquier suministro de agua es un parche, cuyo óptimo, evidentemente, sería ir a la raíz del problema y revertir, en lo posible, la sobreexplotación de los recursos hídricos, que se ha olvidado de la salvaguarda de unos mínimos caudales ecológicos como dispone la legislación vigente. Sobre la vegetación, desgraciadamente, poco puede hacerse, más que llevar a cabo reforestaciones con especies resistentes, hacer tratamientos selvícolas adaptativos o esperar a que la naturaleza (en gran medida a través del fuego) deje crecer únicamente a la vegetación adaptada a resistir condiciones de elevada xericidad estival. Diferente sería si estuviéramos ante una problemática de escasez de agua temporal por razones naturales, en cuyo caso podría admitirse dejar tranquila la naturaleza, para no interferir en los procesos de resiliencia y selección de las especies. Pero cuando las mermas son antrópicas, o actuamos compensando, o en caso contrario habrá que resignarse a la progresiva desaparición de mucha fauna de nuestras sierras y montes. Y, en ese caso, no es necesario incidir en las repercusiones en cadena que esas ausencias y colonizaciones pueden causar en las complejas y frágiles relaciones ecosistémicas.
Como casi todo está inventado, son muchas y variadas las actuaciones de suministro de agua para ganadería y fauna que vienen llevándose a cabo. En España, se aplican, sobre todo, por ganaderos, así como por gestores cinegéticos, por razones obvias de salvaguarda de sus respectivos intereses. En Internet pueden consultarse multitud de intervenciones, incluidas publicaciones y tesis doctorales sobre el asunto. De todo ello, lo que sorprende es que dichas iniciativas hayan sido en general no suficientemente demandadas o ejecutadas hasta el momento por movimientos conservacionistas, aunque hay excepciones ejemplarizantes. Del mismo modo, tampoco han sido apenas aplicadas desde la administración, y, de forma singular, en espacios naturales protegidos. Lo más frecuente en ellos es encontrar pequeñas adecuaciones en manantiales ya existentes, cuyos nacimientos son algunas veces cercados para protegerlos y se hacen abrevaderos, escalas y balsas terreras, todo ello loable y necesario, pero me temo que insuficiente. De forma indirecta, la adecuación de puntos de agua en la lucha contraincendios ayuda también a estas mermas de aguas estivales para la fauna, si bien falta sensibilidad en muchos casos para adecuarlos a ese uso secundario de bebederos.
En definitiva, los hechos vienen demostrando que aquellas fincas que se afanan en acondicionar abrevaderos y aguaderos (y más si refuerzan la comida con aclareos, adehesados, resalveos, pastos, siembras, etc.) se están convirtiendo en islas de biodiversidad. A fin de cuentas, pueden considerarse como pequeños oasis o refugios de fauna, cuya recolonización viene lógicamente desde territorios circundantes, donde, por contrapartida, el espacio es cada vez más seco, menos biodiverso y más yermo en vida y en valor ambiental.
Entrando en materia, hay multitud de sistemas de suministrar agua a la fauna, sobre todo, en función de la escala. Para empezar, hoy día muchos animales sacian la sed colateralmente en zonas de regadío y urbanizadas. Como se ha comentado, esto no es en absoluto recomendable porque los desplazan y alejan de sus ecosistemas, donde suelen provocar molestias y daños, porque muchos mueren ahogados en balsas y canales, o también por agroquímicos presentes en el agua. Así pues, el sistema más natural y eficiente para fijar la fauna en sierras y montes son las pantanetas, las balsas y las charcas terreras (no incluyo aquí a las miles de balsas de riego impermeabilizadas con láminas que salpican el sureste español, que merecerían un análisis independiente, las cuales provocan numerosos ahogamientos de fauna, cuando no de personas). En las pantanetas terreras se suelen almacenar aguas sobrantes o de invierno desde pequeñas fuentes, pozos, acequias o escorrentías, de forma que los volúmenes retenidos son suficientes para resistir filtraciones, evaporaciones y consumos estivales. Estos puntos de agua no desentonan en el ambiente y admiten un aprovechamiento por parte de casi toda la cohorte animal (anfibios, aves, insectos, mamíferos, etc.). De ese modo, algunas pantanetas se han convertido en auténticas joyas de biodiversidad e incluso en reservorios de especies amenazadas o raras.
Otra alternativa de menor fuste consiste en construir depósitos o aljibes relativamente grandes, a ser posible enterrados o integrados en el medio, que acumulen el agua de lluvia de pequeñas cuencas, que pueden estar impermeabilizadas, o bien la aportada por manantiales estacionales, por pozos e incluso por camiones cisternas. Desde ellos lo más común es dar servicio a un abrevadero adjunto y a varios bebederos bien repartidos por las proximidades. En todos los casos, es conveniente que los puntos de agua estén sólidamente construidos en piedra y hormigón para darle durabilidad, evitar filtraciones y no ser dañados por fauna mayor, entre ellos por el hozado de jabalíes. También valen los aguaderos fabricados en fibra de vidrio (y otros materiales), a ser posible recubiertos de tierra, así como, mucho mejor, las impermeabilizaciones con arcilla natural o aportada (ahí existe mucho oficio). Lo importante es huir del uso de materiales inadecuados o incluso perjudiciales para la fauna, como pueden ser plásticos, gomas, láminas de poliuretano, telas asfálticas, chapas, etc. Con una dispensación obligatoriamente regulada por relojes, vacío, goteros o flotadores (entre los principales sistemas), estos aguaderos pueden cumplir su función estival e incluso anual con una solo carga de aljibe. Algo similar puede decirse de los depósitos prefabricados de alta capacidad, que no salen caros, si bien algunos son de colores horrorosamente feos para el campo (generalmente azules). En infinidad de explotaciones ganaderas y cinegéticas se utilizan como bebederos depósitos comerciales estándar (muchos de un metro cúbico de capacidad de plástico blanco) adaptados en remolques, que resultan prácticos, aunque no pasan precisamente desapercibidos. Imagino que habrá por ahí alguna empresa espabilada que los estará camuflando, e incluso fabricando con formas de rocas, árboles, etc. Porque ya tengo mi ocupación resuelta, sino de buena gana me dedicaba a eso.
Aljibe de agua de lluvia que da suministro a un abrevadero y a varios aguaderos (depresión de Guadix, Granada)
Y ahora llegamos al menudeo, a esos pequeños e ingeniosos bebederos de pájaros e insectos que tanto proliferan últimamente a nivel particular y doméstico. Aunque a estos sistemas les dedicaré más adelante un artículo independiente, porque considero importante el «goteo» que suponen en la concienciación ciudadana, algo podemos adelantar. Son los «artilugios» comerciales y fabricados que se vienen instalando en hazas, parcelas, fincas y domicilios particulares (terrazas, azoteas, etc.). Se trata de depósitos de pequeña capacidad (hasta 60 litros, que es lo que puede mover una o dos personas), dotados de dispensación a demanda. Dependiendo de la capacidad del recipiente, de la evaporación y del consumo, deben ser repuestos con cierta frecuencia. En campo suelen ir mal a pie de suelo, especialmente si hay jabalíes u otros mamíferos de cierto tamaño, como perros, zorros, cabras, ciervos, etc. En esos casos, es fácil que los trastoquen y agoten rápidamente. Para ello hay que cercarlos o disponerlos a cierta altura. En pequeñas propiedades bien valladas perimetralmente y enclavadas en el interior del monte este tipo de bebederos cumplen una magnífica función.
Por su mínimo coste, alta eficiencia para aves, crear concienciación y ser sumamente entretenidos de fabricar, mantener y observar, recomiendo su uso a nivel particular. Ello no quita para que puedan ser utilizados en ciertas circunstancias por las administraciones en lugares especialmente adecuados (granjas escuela, aulas de naturaleza, centros de visitantes, viveros, jardines botánicos, casas forestales, parcelas experimentales, etc.). En esos lugares, y en otros similares, pueden cumplir una función práctica, educativa y de observación, siendo atendidos por personal a cargo de las instalaciones.
Modesto bebedero por goteo, adaptado al caño de una antigua fuente hoy seca
Para terminar, y como norma general para todos los sistemas expuestos, si nos decidimos finalmente a llevar alguno de ellos a la práctica, lo más importante es ser tenaces y perseverantes en el suministro de agua. Ello es fundamental para afianzar querencias y dar cumplimiento a su efectiva función abastecedora. Muy interesante (y entretenido) es hacer también un seguimiento de ellos con el fin de comprobar su correcto funcionamiento, con identificaciones y conteos de fauna. A ese respecto, cada vez es mayor el interés por la fotografía de animales en aguaderos desde hides preparados al efecto en la orilla del agua, o también desde cámaras de fototrampeo. Por último, conviene estar continuamente ojo avizor a la detección de posibles malos usos de especies oportunistas, al indeseable aprovechamiento de furtivos, a una depredación natural excesiva, etc. Con todas esas cautelas, estos sistemas, desde pantanetas hasta botijos dispensadores, ofrecen un servicio imprescindible en aquellos territorios donde las aguas han mermado o desaparecido completamente.
Sería deseable ir profundizando sobre este tipo de actuaciones, con la divulgación de casos ejemplarizantes, ideas, trucos, fortalezas, debilidades, etc. Desgraciadamente, y muy a pesar nuestro, me temo que aguaderos y bebederos artificiales están llamados a verse cada vez más, como triste alternativa a la casi extinción de aguas estivales en amplios territorios de sierras y montañas. En fin, nada de esto nos debe extrañar, cuando cada vez con mayor frecuencia asistimos al suministro de agua con camiones cisternas a poblaciones. A fin de cuentas, el hombre es un animal más, que ya no sale tampoco al campo sin su botella o cantimplora reglamentaria, porque sabe que las fuentes de aguas puras y cristalinas se han convertido en una rara avis.
Algunos artículos relacionados:
– Reflexiones sobre la gestión de las aguas subterráneas. ¿Hacia una tierra deshidratada?
– La seca de fuentes, una dolorosa epidemia
– La segunda desecación del campo español, ahora el turno de manantiales y ríos
– El desierto, ¿nace o se hace?. A propósito de la Hoya de Guadix-Baza
Deja una respuesta