Hoy 2 de febrero, Día Mundial de los Humedales, me ha parecido oportuno contarles la curiosa historia de un humedal «extraño», a contracorriente de naturaleza y tiempos, el de Padul (Granada), que gana entidad mientras la mayoría transitan hacia el decaimiento y la extinción. Pero singular también por haberse formado en el interior de una fosa tectónica y por haber dado lugar a una turbera sobre terrenos básicos. Ecosistemas y paisajes únicos que son reflejo de la conjunción de una herencia natural con una historia antrópica, porque nuestros paisajes son siempre culturales.
El nombre de Padul tiene su origen en el vocablo latino palus, udis, que significa «laguna» o «charca». A ese humedal le tengo mucho cariño, porque entre los años 1980 y 1982 lo disfruté como laboratorio de campeo, mientras hacia la tesis de licenciatura sobre sus aguas subterráneas, en el contexto más general de la depresión tectónica de Padul y su contorno de altas montañas. Y todo ello a las puertas de Granada, entre las cimas blancas de Sierra Nevada y el Mediterráneo azul, como se ve, un lugar idílico, dentro de la comarca del Valle de Lecrín. Lástima que ese bucólico cuadro quedara mancillado por horribles canteras de áridos y por una urbanización en diseminado demasiado intrusiva. Por aquellos lejanos años, la zona era un paraíso para las aguas subterráneas, pero el humedal apenas existía. Les cuento brevemente la historia.
El humedal de Padul proviene de la primitiva área pantanosa que se formó posiblemente al principio del Cuaternario, hace 1,8 millones de años. Unos «pocos» años antes, hace 6 millones, se había retirado el mar, que entonces bañaba el Valle de Lecrín y la Vega de Granada, donde suponemos (el hombre no existía) estuvo la idílica bahía de Granada, a los pies de Sierra Nevada, con su isla de la Tórtola. Al final de esa apasionante historia geológica, el humedal de Padul terminó por ser el último vestigio acuático de un territorio que en sus orígenes fue mar, luego extenso lago interior y más tarde área pantanosa, mientras el resto del territorio pasó a ser tierra firme.
Hace 8 millones de años había una bahía frente a la actual ciudad de Granada con islas y canales que conectaban el Atlántico con el mar de Alborán (Mediterráneo). El borde litoral quedó cubierto por sedimentos de playa y formaciones coralinas
Ese humedal relicto sobrevivió a los tiempos en el centro de una fosa o depresión tectónica cerrada, entre los relieves de Sierra Nevada (al norte) y de la sierra de las Albuñuelas (al sur). Por su baja cota en relación a los relieves circundantes, concentró un importante flujo regional de aguas subterráneas, sin contar con las de escorrentía superficial. En esas condiciones, cuenca endorreica (cerrada) y abundancia de aguas, se formó un humedal de aguas someras, cubierto de vegetación palustre, que en su máximo esplendor pudo rondar las 400 hectáreas de extensión. Las diferentes pulsaciones climáticas cuaternarias, con periodos fríos glaciares y cálidos interglaciares, ejercieron una enorme influencia en la dinámica geológica e hidrológica del pantanal. Los sedimentos de los últimos 300.000 años nos muestran, como si de un libro abierto se tratara, que hubo alternancias de épocas cálidas de importante sedimentación organógena procedente de la vegetación acuática (capas de turba), a las que siguieron otras más frías en las que dominaron aportes terrígenos (capas de arcillas, limos y arenas), con escasa presencia vegetal. El humedal se convirtió en una singular e importante turbera, y así se le ha conocido popularmente hasta hace pocos años.
En cualquier caso, en todo tiempo sus orillas tuvieron que ser un hervidero de fauna, entre ella hombres prehistóricos cazadores y recolectores. Sabemos que aquellos ancestros compartieron orilla con temidos tigres de dientes de sable, rinocerontes y grandes mamuts, cuyos restos (de hace unos 40.000 años) se han encontrado en las explotaciones de turba, enormes bestias peludas las últimas citadas convertidas hoy en icono emblemático del municipio.
Pues bien, aquel humedal primigenio continuó viendo pasar milenios de forma indolente, salvo por las vicisitudes climáticas y geológicas, hasta que en el año 1779 el hombre moderno (agrícola e industrial) decidió intervenir. Al parecer, el ayuntamiento de Granada, de quién dependía entonces El Padul, se propuso desecar aquella superficie pantanosa, al entender que era foco de insalubridad y epidemias, y que con ello además se ganaban magníficas tierras para la agricultura. El Catastro del Marqués de la Ensenada (1752) considera que la extensión inculta de la laguna, que finalmente fue desecada, era de 187 hectáreas. A tal fin, se excavaron una serie de canales de drenaje, «madres» en el argot local, dispuestos en forma de tenedor, con los que se desangró la cubeta, dándole salida a través de un canal de desagüe, cerca de Cozvíjar, conocido como río Viejo o de la Laguna. No obstante, hubo un par de enclaves que se resistieron, donde los hundimientos tectónicos eran más intensos y afloraban más aguas subterráneas. Un humedal simbólico quedó aislado en Aguadero, en el borde norte (manantial del Ojo Oscuro), y otro en Agia, en el borde sur (manantiales de los Molinos).
Esa desecación dejó al descubierto la negra turba, con lo que pronto se empezó a ver la manera de explotarla, si bien se desconocían reservas y calidades. De forma casi artesanal y a cielo abierto, se inició en 1943 la explotación en los dos sectores antes aludidos, los de mayores potencias de turba. Las cortas mineras se mantenían secas a través de bombas de achique, diques y canales perimetrales de drenaje. Con altibajos, fueron años en los que el paisaje de Padul estuvo caracterizado, no por un humedal, sino por agujeros negros con montañas de turba aledañas, con alguna lámina de agua libre en las cortas abandonadas.
Las fotos aéreas del año 1957 del vuelo americano daban cuenta por aquel entonces de una depresión totalmente cultivada, con incipientes explotaciones de turba y pequeñas manchas de marjalería (más negras). Fue la época de mayor recesión del humedal, cuya vegetación era además periódicamente incendiada para evitar su expansión hacia terrenos agrícolas perimetrales, práctica que se ha venido manteniendo de forma furtiva hasta fechas relativamente recientes.
A finales de los años 70 del siglo pasado, la eléctrica ENDESA se fijó en este yacimiento como potencial suministrador de combustible para una central térmica que habría de ser construida a medio camino entre las localidades de Padul y Arenas del Rey, buscando allí sus lignitos. De esa época procede la mayor fase de investigación de la turbera de Padul, en la que se realizaron sondeos testigueros (algunos surgentes todavía hoy) para la cubicación de reservas. La falta de madurez de la turba y su alto contenido en agua fueron algunas de las causas que hicieron fracasar el proyecto, que hubiera supuesto, esta vez si, una radical transformación del paisaje paduleño.
Mientras tanto, el hundimiento milimétrico de la fosa tectónica seguía su curso y las periódicas limpiezas de las «madres» (bastante eutrofizadas) empezaban a abandonarse por descenso de las rentabilidades agrícolas y por la emigración del mundo rural. De esa forma, el drenaje fue entorpeciéndose, provocando encharcamientos cada vez más amplios, que se dejaban ver por la expansión espontánea de carrizales y juncales. En el año 1980, un estudio de la evolución del humedal (incluido el criptohumedal) alertaba de que este iba en aumento y alcanzaba ya las 80 hectáreas en época húmeda.
El año 1989 marca un nuevo hito en la historia del antiguo humedal, al incluirse buena parte del mismo en el recién creado Parque Natural de Sierra Nevada, lo que dotó de mayor sensibilización y protección a este valioso enclave. Hace apenas una decena de años, se produce el abandono de la actividad extractiva de la turba en el borde norte (zona de Aguadero). Los efectos fueron casi inmediatos, con una manifiesta regeneración del humedal del que venimos hablando. Al cesar bombeos y drenajes, las aguas inundaron la corta de turba hasta la cota piezométrica local. Se formó una profunda lámina de agua libre (una laguna en sentido estricto), al tiempo que se encharcaban terrenos aledaños, todo ello bajo la protección de la administración, con el aliento de una sociedad cada vez más concienciada con su escaso y maltratado medio ambiente. Y en esas seguimos, mientras que aún se mantiene una pequeña actividad extractiva de turba en el borde sur, en la zona de Agia.
El humedal de Padul es hoy un área lagunar magnífica, en la que se intercalan láminas de aguas libres con carrizales encharcados. Al fondo la sierra del Manar, en la baja montaña de Sierra Nevada
Lo que hoy día vemos es bello y diverso ambientalmente, pero en gran parte antrópico, como hemos ido relatando. Un área lagunar de aguas profundas, como nunca antes la hubo, rodeada de amplias superficies de carrizales encharcados, circunvalados a su vez por un anillo de criptohumedales. Y cerrando el perímetro exterior, sobre todo, cultivos de cereal. Un hábitat diverso y adecuado para multitud de especies animales, especialmente aves acuáticas, que han encontrado allí un ecosistema protegido. La estampa de este humedal luce hoy esplendorosa, habiendo alcanzado una superficie máxima de 120 hectáreas (en aumento) de las 187 que se sabía existían antes de la desecación de finales del siglo XVIII, a contracorriente de los tiempos modernos, en los que la deshidratación del campo es galopante y los ecosistemas acuáticos, especialmente los humedales, están en regresión, pese a una mayor concienciación ambiental. Este artículo ha querido ser un chorro de aire fresco sobre el favorable condicionante hidrogeológico del humedal, sin entrar en cuestiones de contaminación de aguas, especies invasoras, ocupación de terrenos, etc, que habrá que ir mejorando. En estos momentos es el mayor humedal de la provincia de Granada que no sea un embalse.
La depresión de Padul en 1957 (vuelo americano) y en 2015 (Google Earth). Nótese la extraordinaria expansión del humedal
Un humedal cargado de historia natural y humana como hemos ido viendo, que puede ser recorrido a través de una buena red de senderos, entre los que destaca el del Mamut, que circunvala el corazón del humedal. Por cierto, recomiendo vivamente hacer una visita en lo más crudo del invierno, cuando jirones de nieblas se elevan de la «cálida» laguna al amanecer, la escarcha viste de blanco el carrizal, los verdes trigales despuntan y las nieves engalanan las laderas occidentales de Sierra Nevada. Y dentro del agua, se escucha el jolgorio de cientos de aves acuáticas que se concentran en esas acogedoras aguas sureñas camino de África o de vuelta de ella.
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