Ejemplos típicos de río «macho», a la izquierda (www.imujer.com), y de río «hembra, a la derecha (www.vuelaviajes.com)
Advierto que este no es un texto serio, lo cual tampoco es que sea una novedad de este blog. Aunque ya me gustaría a mí que sus artículos fueran bien divertidos, porque está comprobado que esa es la mejor manera de enseñar, y ahí reconozco que me pesa la carga de nostálgico empedernido, de haber vivido un mundo hídrico que ya no existe.
En fin, a lo que iba, hace unos días publiqué un artículo de título «El espermatozoide fluvial». En él, llamaba la atención sobre la semejanza de un espermatozoide con un río, en el sentido de que todo río que se precie, aparte de «cola» o cauce, debe tener obligatoriamente «cabeza», simbolizada idealmente por sus manantiales, muy propiamente denominados también nacimientos. Aunque pudiera parecer un símil inocente, el icono del espermatozoide posee un fuerte simbolismo, que, a fin de cuentas, pretende llamar la atención sobre el decisivo papel que juegan las aportaciones de aguas subterráneas en los ríos, sobre el principio de unicidad del agua y sobre la necesidad del uso conjunto (aguas superficiales-subterráneas) para una gestión sostenible del recurso. ¡Ahí es nada!
Terminaba aquél artículo aludiendo al diferente comportamiento de los espermatozoides que dan sexo masculino («machos» les podríamos llamar para entendernos) y femenino («hembras»). Y, al amparo de ello, prometía un nuevo artículo de chanza, hablando consecuentemente de ríos «macho» y ríos «hembra». Pues bien, aquí va ese ensayo «espermatozoico», del que imagino que nunca se ha escrito nada, aunque, como comentaré al final, han sido numerosos los prestigiosos autores de las letras españolas que han empleado la figura de ríos machos y ríos hembras.
Haciendo una burda abstracción (y perdonen, pero no es el blog para explicar esto con el rigor necesario), podemos decir que los espermatozoides «macho» son más rápidos que los «hembra», si bien su vida es más corta. Por el contrario, los «hembra» son más lentos, pero más longevos. Ello se debe a la muy diferente dote cromosómica de unos y otros, Y (más pequeños y ligeros) para los «machos» y X para las «hembras». Pues bien, ya dije en el artículo citado anteriormente que, basándose en este diferente perfil cromosómico y consecuente comportamiento, mi «teniente Agudelo», el de la mili, me aleccionó sobre cómo tener más probabilidades de concebir niños o niñas (él tuvo unas hijas preciosas), o de no tener nada. Al respecto, en google se pueden encontrar bastantes artículos sobre técnicas y estrategias, pero ¡ojo!, no asumo responsabilidades, que como se suele decir castizamente «las armas las carga el diablo», y en estas se aplica con especial maestría «diabólica».
A lo que íbamos, trasladando este comportamiento a los ríos se pueden establecer claramente los estereotipos: machos y hembras. Siguiendo con este juego deductivo, serían machos los ríos de cuencas poco reguladas subterráneamente, de forma que tras precipitaciones (o deshielos acusados) ofrecen respuestas de caudal impulsivas y torrenciales, pero de vida relativamente corta. De un tipo relativamente similar serían los ríos procedentes del drenaje de macizos intensamente karstificados, con respuestas de caudal rápidas e igualmente volátiles. Por el contrario, los ríos bien regulados por aportes subterráneos, tanto de naturaleza kárstica, como detrítica (u otras), serían buen ejemplo de ríos hembra, lentos e inerciales en sus respuestas de caudal, excelentes supervivientes, dicho sea de paso, a condiciones adversas, como por ejemplo las sequías.
Hidrogramas típicos de ríos «macho y ríos «hembra» ante un evento de lluvia
Cambiando de tercio, también sería posible admitir que un mismo río pudiera ser macho o hembra dependiendo de sus tramos. En ese sentido, los tramos altos o de cabecera se asimilarían al comportamiento macho. Cauces de altas pendientes y velocidades de flujo, pero vulnerables e inestables en caudal. Por el contrario, esos mismos ríos en el llano, en sus tramos medios y bajos, serían poseedores de flujos más lentos y de caudales permanentes en el tiempo, prototipo de hembras, como hemos venido defendiendo.
Como ya dije, sin conocer ni aplicar, por supuesto, este símil, han sido numerosos los autores de las letras españolas que en base a criterios meramente intuitivos o instintivos (que suelen funcionar muy bien) y desde la poesía o la literatura han hecho comparaciones ¡similares! No es difícil admitir que, puestos a asignar etiquetas, los ríos macho corresponderían a los vigorosos, impulsivos, rectilíneos, directos, etc. Por el contrario, se asimilarían mejor a las características femeninas (atención, que no quiero líos por lenguaje sexista) los ríos sosegados, hondos, misteriosos, sinuosos (las curvas meandriformes siempre presentes en el imaginario popular), etc. Ya lo dijo el gran Delibes, el Esgueva, por la sinuosidad de su curso, es río hembra, mientras que el Pisuerga es río macho. Pues eso.
Nota. Este es un artículo que se presta a fértiles aportaciones que lo enriquezcan en el futuro. Seguro que la imaginación y la agudeza de muchos de ustedes pueden ayudarme a mejorarlo
Deja una respuesta