Masas de Aguas Subterránea en la cuenca andaluza del Guadalquivir
Sé que con este artículo doy una pedrada en el plácido estanque del statu quo de la gestión de las aguas subterráneas. Para los que no estén al tanto, las Masas de Aguas Subterráneas (en adelante MAS) son oficialmente «volúmenes claramente diferenciados de aguas subterráneas en un acuífero o acuíferos» (sic). Sobre el terreno se identifican como delimitaciones que encierran unidades hidrogeológicas (acuíferos o conjunto de acuíferos conectados) sometidas a unas mismas normas de explotación.
Ese concepto «estanco» o en «cajas de zapatos» de las unidades hidrogeológicas, y consecuentemente de sus balances hídricos, no se ajusta a la realidad. Tuvo un sentido aproximativo cuando la explotación de las aguas subterráneas se limitaba, como mucho, a algunos pozos y sondeos poco profundos. Con el tiempo, el vertiginoso aumento de los sondeos profundos y del volumen de las extracciones por bombeo han roto el modelo conceptual de los acuíferos estancos, y por tanto la figura de las MAS ha quedado en buena parte desfasada.
Mi tesis es que nos estamos haciendo trampas continuamente con las MAS y sus normas de explotación. La realidad es que se captan recursos desde unidades limítrofes o incluso alejadas, y, lo que es peor, desde zonas sin interés acuífero, no consideradas por tanto MAS. Así pues, la gestión de las aguas subterráneas necesita a mi modo de ver de una valiente revisión. En principio, debería abandonarse la idea de seguir manteniendo «zonas sin interés acuífero», incluyéndolas en MAS colindantes. A continuación, creo que habría que apostar por agrupar MAS y no por disgregarlas. Partiendo de la base de la circulación lateral y vertical de las aguas subterráneas, aunque pudiera ser extremadamente lenta, todas las MAS están potencialmente conectadas por grupos.
Corte geológico desde la sierra de las Villas hasta la Loma de Úbeda, Jaén (IGME, 2006). Bajo los sedimentos terciarios de la Loma (en amarillo) se están captando niveles profundos jurásicos, que afectarán a los recursos de unidades colindantes
Algunos quizás sepan de mi teoría-símil del «Papel Secante», que no es más que una adaptación divulgativa del viejo modelo conceptual del flujo subterráneo de Toth (1962), en el que ya se hablaba de flujos locales, intermedios y regionales. O también de la ley física de los vasos comunicantes. En esencia, lo que vengo a defender es que la mayoría de las aguas subterráneas de una región están conectadas (mal conectadas si se quiere), tanto lateralmente como, sobre todo, en profundidad. Ello hace que buena parte de los volúmenes de agua extraídos del subsuelo (salvo que se trate de aguas fósiles o congénitas) tiendan a ser rellenados, llegando a afectar, si los descensos piezométricos son mantenidos e importantes, a territorios distantes en el medio-largo plazo. Los hidrogeólogos sabemos que las divisorias hidrogeológicas son «mudables» y que si se aumentan los gradientes hidráulicos (por descensos piezométricos) se pueden activar flujos hídricos que antes estaban imposibilitados por la baja permeabilidad de sus bordes «estancos».
Esquema modificado del modelo conceptual del flujo subterráneo de Toth (1962)
Esta ineficacia de las MAS vale igual, por parecidos razonamientos, para los perímetros de protección, normalmente establecidos para captaciones de aguas potables, aguas embotelladas y aguas minero-medicinales. Así se comprueba como, en demasiadas ocasiones, desde el exterior de esos perímetros, algunos bastante generosos en extensión, se termina afectando cuantitativamente (la calidad merecería otras precisiones) a las captaciones protegidas.
Lo que veo en demasiadas ocasiones son MAS subexplotadas, cuyos niveles piezométricos (¿sorprendentemente?) bajan paulatinamente, mientras que los manantiales merman de caudal (o se secan). ¿Qué está pasando entonces? No es el cambio climático. La explicación es más sencilla. Sólo hay que darse una vuelta en mitad del verano por los contornos para comprobar que las aguas que faltan se están bombeando muchas veces a decenas de kilómetros de distancia, desde otras MAS o incluso directamente desde zonas sin interés acuífero superficial.
Eso, por ejemplo, es lo que está pasando en muchos sectores olivareros y de otros cultivos intensivos de los entornos a las sierras kársticas de Cazorla, Segura y las Villas, sierra de María-los Vélez, Sierra Mágina, sierras de Jaén y de Granada, la Subbética cordobesa y en todos aquellos lugares donde las aguas subterráneas se vienen explotando intensamente y a grandes profundidades.
Otro ejemplo. Estos meses atrás se ha puesto nuevamente de actualidad, a través del programa de TVE-2 el Escarabajo Verde, el caso del agotamiento del río Aguas, en el paraje de Sorbas (Almería), en una zona subdesértica que se ha dado en llamar el último oasis de Europa. Allí, la afección procede fundamentalmente de extracciones por bombeo para riego de olivares intensivos localizados a casi ¡30 kilómetros de distancia! El mismo programa ha tratado igualmente en otro de sus capítulos la situación hídrica del Parque Nacional de Doñana, afectada por extracciones para el regadío desde sus contornos.
Hay situaciones similares en otros muchos lugares que suelen pasar desapercibidas merced a la lentitud de los procesos que finalmente dan lugar a las afecciones (de decenas de años cuando menos), que además, para complicar las cosas, se enmascaran con descensos reales de recarga debidos al cambio climático (una percha en la que, en demasiadas ocasiones, colgamos casi «en exclusiva» nuestros males ambientales). Son muchos los observadores de la Naturaleza (científicos, montañeros, senderistas, pastores, agricultores, etc.) que vienen detectando y alertando de esas situaciones en nuestros campos, y sobre ello he reunido algunos artículos al final del texto.
¿Soluciones? No son fáciles. Técnicamente no lo son, y tampoco socialmente por la cantidad de derechos adquiridos, intereses y hechos consumados existentes alrededor de las aguas subterráneas. Pero en cualquier caso, si se sigue con la inercia actual las cosas a futuro serán cada vez más costosas y traumáticas de revertir en muchos acuíferos, cuya sobreexplotación ya es galopante. Temo especialmente por las escasas cabeceras de montaña y zonas húmedas que mantienen espacios muy valiosos ambientalmente. Son depósitos de agua muy apetecibles por su explotación desde otras MAS periféricas con menores exigencias o controles.
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