La vida de los prehistóricos de las «cuevas del agua» en la Sierra del Agua

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Cuevas del Engarbo, junto al río Zumeta (Jaén), en la frontera de Andalucía con Castilla-La Mancha, con pinturas prehistóricas declaradas Patrimonio de la Humanidad

Nota.- Una versión similar de este artículo fue publicada en La Sierra del Agua, 120 viejas historias de Cazorla y Segura (Editorial Universidad de Granada, tercera edición, abril de 2018)

 

Nadie nos lo ha contado, no había escribientes, aquello fue hace demasiado tiempo. Tampoco es fácil recrear la vida de nuestros antepasados serranos. Los yacimientos son escasos y las dataciones en general bastante imprecisas. Aparte de ello, nuevos descubrimientos obligan a reescribir continuamente la Prehistoria que dábamos por buena. En fin, me arriesgaré. Sabemos que los homínidos habitaron la Sierra del Agua (me refiero en sentido amplio a las sierras de Cazorla, Segura y aledañas, un macizo montañoso de 650.000 hectáreas) desde el Paleolítico Inferior. En justicia y con todo merecimiento esos fueron los primeros serranos que dejaron sus huellas en la montaña y sus depresiones.

Portada de la tercera edición de “La Sierra del Agua”(Editorial Universidad de Granada, tercera edición, abril de 2018)

 

Su presencia está confirmada en las depresiones del extremo meridional hace un millón de años (1 Ma, se dice pronto), e incluso hace 1,4 Ma, si nos atenemos a las dataciones de los restos dejados por el «Hombre de Orce«. Parece mucho tiempo, pero cuando escribo estas letras (febrero de 2018) se acaba de publicar la presencia de homínidos evolucionados hace 5,7 Ma en la desecada isla mediterránea de Creta. Un auténtico bombazo. Si ese descubrimiento se da por bueno, intuyo que a estas tierras del sureste peninsular tuvieron que llegar algunos grupos mucho antes de lo que sabemos hasta ahora. Otra cosa es que alguna vez encontremos sus restos, tarea casi imposible dada la enormidad del territorio, la difícil fosilización, la cubrición de los restos, el tiempo pasado y la mínima ocupación que tuvo que existir.

Fueran más antiguos, o de 1,4 Ma, aquellos primeros homínidos se asentaron en un lugar «de película» para buscarse la vida. Fue cerca del gran lago que por aquellos tiempos ocupaba lo que hoy es el centro de la depresión del Guadiana Menor, en la Hoya de Guadix-Baza, por tierras de Orce, Cúllar y Fonelas. Un territorio endorreico que algunos paleontólogos definieron como el Serenguethi español de hace 2 Ma. Un paraíso para paleontólogos de grandes mamíferos (Fonelas, por ejemplo). Un territorio que, dicho sea de paso, pretende convertirse con todo merecimiento en Geoparque Mundial del Cuaternario de la UNESCO.

Panorámica de la depresión del Guadiana Menor, donde hasta hace unos 350.000 años existió un gran lago, alrededor del cual se han encontrado restos de homínidos de más de 1 millón de años. Al fondo, estribaciones meridionales de la Sierra del Agua (pertenecientes a las sierras de Cazorla y de Castril-Huéscar)

 

Esta gran depresión lagunar limitaba al norte con las faldas meridionales de las sierras de Cazorla y de Castril-Huéscar. Seguramente en esas laderas y en los desfiladeros labrados por los ríos que bajaban de las montañas estaban los improvisados asentamientos de aquellos homínidos, en cuevas y abrigos a resguardo de sus temibles depredadores de entonces. Eran las «cuevas del agua» de que trata este artículo, denominadas así por haber sido creadas por el agua, y por disponer de ella en sus inmediaciones. La bajada a las depresiones a por alimento- carroña sobre todo- duraba lo imprescindible, ya que estaban infectadas de tigres de largos dientes de sable, hienas gigantes y grandes cánidos, de los que eran presas fáciles, al no disponer de armas eficientes con que defenderse, aparte de ser muy vulnerables por su endeble cohesión social. Precisamente, ha sido en el borde de ríos, lagos, charcas y humedales donde se han hallado sus restos más antiguos, fosilizados al ser cubiertos rápidamente por lodos de avenidas. Sucesivos cambios climáticos primero y, sobre todo, el vaciado del gran lago por la captura del Guadiana Menor (hace unos 350.000 años) hizo que aquel paraíso para la vida desapareciera y la ocupación se dispersara siguiendo los ejes de los valles hacia otros altiplanos, depresiones y montañas más o menos alejadas.

Durante centenares de miles de años, los hombres siguieron perfeccionando sus habilidades, sus armas y su cohesión social, abandonando el carroñeo y haciéndose ya decididamente cazadores. A base de perseguir los rebaños de sus presas, que se desplazaban por la presión de la caza, la escasez del agua y alimento o por cambios severos del clima, fueron colonizando territorios cada vez más alejados. Por lo que se refiere a estas sierras de Cazorla y Segura, la colonización principal llegó desde el levante. Uno de los asentamientos mejor documentados hasta el momento, a los pies de la sierra de Beas de Segura, es el de Puente Mocho, en este caso en las terrazas del Guadalimar. En él se han encontrado hogares y abundante industria lítica, cuyas últimas dataciones comprenden entre 200.000 y 400.000 años.

Hace unos 250.000 años los homos empiezan a ser sustituidos por los neandertales, mientras que hace 35.000 años aparecen en escena los sapiens, morfológicamente muy similares ya a cualquiera de nosotros. Para entonces, son diestros cazadores de ciervos, cabras, bóvidos y caballos, que habitan cuevas del corazón de la Sierra del Agua. No obstante, para ser rigurosos con lo descubierto hasta el momento, la datación más antigua pertenece a grupos de cazadores del Paleolítico Superior de hace unos 11.000 años en la cueva-abrigo del Nacimiento, junto a Fuente Segura. A partir de esa época, la ocupación está ya prácticamente documentada hasta nuestros días, dentro de lo que ha constituido el último periodo cálido postglaciar, una etapa amable para la vida y para la expansión de los humanos.

Siguiendo la lógica colonizadora de las «cuevas del agua«, se han buscado y excavado buena parte de las que tenían mejores condiciones. Gracias a ello, hoy sabemos que son más de un centenar las que albergan vestigios de ocupación, en su mayoría pinturas. Están repartidas por todos los bordes de la Sierra del Agua y en especial por la mitad oriental, en las provincias de Albacete y Murcia. Relativamente bien documentadas están, aparte de la citada cueva del Nacimiento, las cuevas del Zumeta (Engarbo y otras), la de Valdecuevas y la de la Cañada de la Cruz. Pero hay muchas más, algunas humildísimas. Cuando redacto estas líneas, se acaba de publicar que las pinturas de la cueva de Ardales, en Málaga, a un alpargatazo de estas sierras, parecen tener una edad próxima a los 65.000 años. Otra sorpresa mayúscula, que viene a indicarnos que la pintura no se inicia con los sapiens, como se había dado por sabido, sino con los neandertales. ¿Influirá esto en la datación de las pinturas de la Sierra del Agua, y consecuentemente en la edad confirmada de su ocupación? Creo que sí.

La Sierra del Agua, un extenso territorio rico en caza y pesca, con abundantes cuevas kársticas y caudalosos ríos fue un territorio propicio para la ocupación humana en la Prehistoria (documental sobre la Sierra del Agua-Cazorla, Segura y aledañas-. RTVA)

 

En fin, llegados hasta aquí, quiero hablarles ahora de la cueva del Agua de Poyotello, asomada en balconada sobre el río Segura. No es muy conocida y tampoco fue de las mejor ocupadas. Pero es maravillosa. Si no la conocen, vayan a visitarla. Nada más postrarse ante su alta boca podrán percibir el aliento de nuestros antepasados prehistóricos.

Boca de la cueva del Agua (de Poyotello), vista desde dentro, asomada en balconada sobre un encajado río Segura

 

Siguiendo el modelo de ocupación de la cercana cueva-abrigo del Nacimiento (unos 10 kilómetros aguas arriba), debió ser al principio morada intermitente de grupos de cazadores, a los que sucedieron grupos más estables de pastores y agricultores. La cueva disponía de nacimiento propio, mientras que su profundidad y altura le permitía tener un hogar permanentemente encendido. El agua hacia de regulador térmico, acentuando la calidez en invierno y el frescor en verano. Los cazadores dejaron pinturas en abrigos próximos. Su motivo principal eran ciervos, cabras y bóvidos en escenas de caza con arco. Más tarde, los pastores se aplicaron sobre todo a la cría de ovejas y cabras en los nutritivos pastos de los calares superiores de Poyotello. Los numerosos abrigos y extraplomos de los cortados de las Riscas de las Buitreras, donde se encuentra la cueva, seguramente se acondicionaron como tinadas para el ganado, entonces acosado por lobos y osos. Por contrapartida, lo escarpado de la ladera de la cueva no permitió un uso agrícola extensivo, aunque debieron cultivarse cereales en las en las planicies superiores, en las terrazas de toba y en las vegas pegadas al río (que darían lugar al topónimo actual de Huelga Utrera). Las aguas podían ser conducidas desde la misma cueva, desde manantiales cercanos o desde el río para las zonas más bajas. En el hogar las mujeres de dedicaban a curtir pieles, a elaborar cerámica que después decoraban y a fabricar preciosas piezas de ajuar con huesos. Los hombres, aparte del pastoreo, seguían siendo recolectores y cazadores. Alguno tuvo que ser además fino pescador de truchas que habitaban en las profundas pozas de río Segura. Ya no dibujaban escenas de caza, tras adoptar un estilo esquemático más avanzado.

Sepulturas talladas en las tobas o escondidas en cuevas inaccesibles, albergarán las osamentas de aquellos pastores neolíticos, con sus vasijas de agua y de grano, sus arcos, flechas, hachas y lanzas, sus abalorios y ajuares. Los pastores sapiens de los calares de Poyotello mantuvieron su cultura hasta apenas tres milenios antes de Cristo. Después vendrían a ocupar la cueva los pastores de la Edad de los Metales, los íberos, romanos, visigodos, musulmanes y cristianos. Todavía hoy, en los albores del siglo XXI, en la era de Internet y de las redes sociales, hay pastores que siguen utilizando ocasionalmente esta cueva del Agua, con un iPhone en el zurrón, dando continuidad a un relevo generacional y cultural que ya no se ha interrumpido.

 

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