En mis paseos de ocio y trabajo por el campo, no dejo de sorprenderme por la cantidad de nacimientos, fuentes, arroyos, ríos y humedales que se han secado, o andan muy mermados de caudal. Y ello en lugares en los que, por testimonios y vestigios bien visibles, antaño corría el agua de forma generosa. Presas, azudes, acequias, balsas, albercas, molinos, cortijos y paratas de riego, hoy abandonadas y comidas por el monte, son testigos mudos de un pasado reciente mucho más glorioso desde el punto de vista hídrico. Pero el fenómeno es especialmente desconcertante en sierras que aparentemente han permanecido vírgenes, alejadas de la explotación de las aguas, y en las que la precipitación media no ha decrecido de forma significativa (eso sí, nieva bastante menos). Las dos causas fundamentales, precipitación y explotación, a las que se suele recurrir para explicar siempre los descensos de caudal. ¿Qué está pasando entonces?
El tema me ha intrigado siempre, y sobre ello he meditado largamente, plasmando mis impresiones en algunos artículos de divulgación. En ellos paso revista a las causas más comunes que influyen en la abundancia o escasez de aguas de nuestros campos (ver «Causas de la desaparición de manantiales. El silencio de la ausencia», en el libro Manantiales de Andalucía– paginas 198 y ss-, o «El silencio de la ausencia. Fuentes que se secan», en La Sierra del Agua). Sin embargo, hay una afección, realmente una reinterpretación de la sobreexplotación de aguas subterráneas, que no he visto suficientemente tenida en cuenta en la bibliografía científica, y, mucho menos, en documentos técnicos y de gestión. Es la que ahora expongo a la opinión pública.
Voy allá. Se trata del fenómeno que di en llamar hace años el del «Papel Secante«, que tiene mucho que ver con el de los «Vasos Comunicantes» (muy intuitivo y del que todos hemos oído hablar) y, de paso, con la ley del flujo subterráneo de Darcy. En síntesis, mi argumentario es el siguiente: la epidermis terrestre es un puzzle y amalgama de materiales de diferentes porosidades, en gran parte humedecidos o saturados en agua a cierta profundidad. El símil de un extenso y potente pastel «milhojas» plegado, fracturado, revuelto y agujereado (por millares de sondeos) puede valer para hacernos una idea de que la epidermis terrestre es más o menos permeable al agua, sobre todo si relativizamos la variable temporal. En dicha superficie, cualquier detracción de agua que se haga desencadena un reajuste hidrodinámico en horizontal y vertical, en el que interviene la gravedad (o la presión si el agua está confinada), pero también fenómenos menos visibles como la absorción, la adsorción y la capilaridad. Esas fuerzas provocan con el tiempo una llamada en cadena del agua en todas las direcciones, que, en principio, no tiene apenas fronteras, salvo que se choque con bordes o límites absolutamente estancos o impermeables, los cuales existen, pero hemos de convenir que son poco frecuentes en la naturaleza. Esa es precisamente la principal novedad del asunto, el carácter extensivo de las afecciones, en absoluto limitadas a los acuíferos o sistemas hidrogeológicos tradicionales («masas de aguas subterráneas» en el argot oficial), habitualmente considerados compartimentos individualizados y estancos a efectos de gestión.
Experimentando en el laboratorio con un simple papel secante saturado en agua se entiende bien el fenómeno descrito, de ahí el nombre (algo heterodoxo) que le di en su momento para hacer más fácil su comprensión. En este papel, cualquier salida de agua es compensada con la llamada de la circundante, que al desplazarse arrastra a su vez a la más próxima, y así hasta llegar, si el déficit de saturación es importante, a los bordes del papel. El experimento resulta equivalente, y es más real, si el papel es un grueso libro, compuesto por hojas de diferentes porosidades, también dentro de ellas mismas.
Así pues, y según un comportamiento físico universal, el «hueco» dejado por el agua extraída de la tierra, independientemente de donde se encuentre, con matizaciones si está en niveles acuíferos confinados, tenderá a «rellenarse» a través de una «succión» en cadena. Lo mismo ocurre, en sentido contrario, con la recarga, que habitualmente se extiende como una mancha de aceite, reponiendo el déficit de saturación del terreno, también en cadena. Naturalmente, los tiempos en los que ambos procesos, hidratación y deshidratación, se dejan sentir en zonas poco permeables alejadas y/o profundas serán muchas veces considerables (o no) a escala humana. Quizás sea esa del tiempo la razón del relativo olvido y desconsideración por estos fenómenos lentos y en cadena. Pero al final, llegan y afectan.
¿Oiga, y todo eso para qué sirve?, se preguntarán algunos. Pues a mí me ha valido para dar una explicación verosímil al «extraño» o «misterioso» agotamiento hídrico de territorios teóricamente vírgenes, como decía al principio, con captaciones situadas aparentemente muy alejadas. Un caso paradigmático es el de pequeñas (o incluso grandes) sierras calcáreas rodeadas de materiales detríticos de baja permeabilidad sobre los que existen extensos olivares puestos de regadío en los últimos decenios. El sensible abatimiento de niveles piezométricos por bombeos periféricos a estas sierras, aumenta el gradiente hidráulico, con el que se «dispara» o activa el efecto «secante» del que venimos hablando, que alcanza a los acuíferos saturados próximos. En definitiva, lo que ocurre no es más que la respuesta natural a un desajuste (brusco muchas veces) de vasos comunicantes colindantes, que antes estaban en perfecto equilibrio.
En concreto, en algunos bordes del Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y las Villas (también del Parque Natural de las Sierras Subbéticas, y de otras sierras acuíferas) se da ese fenómeno de agotamiento progresivo de manantiales y ríos. Y ello sin infringir las normas de explotación de las masas de aguas subterráneas en cuestión, por la sencilla razón de que los sondeos están fuera de ellas. Este fenómeno es el mismo que sirve para explicar otras casuísticas, entre ellas la moderada eficacia que a largo plazo manifiestan muchos perímetros de protección, frente a extracciones situadas en el exterior de lo smismos.
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