«De la tierra brota un auténtico río de aguas cristalinas», es la Deus Fons (la fuente de los Dioses) de los antiguos romanos
El catálogo «Conoce tus Fuentes«, la Web de los manantiales de Andalucía (www.conocetusfuentes.com), contiene a fecha de hoy 9.183 entradas. De todos esos manantiales catalogados, apenas el 0,6 % (59 puntos) superan un «caudal alto», establecido en más de 100 l/s, y de ellos se pueden contar con los dedos de las manos los que sobrepasan los 1.000 l/s en toda Andalucía, que recordemos es un extenso territorio de cerca de 90.000 km2.
Pues bien, Deifontes (Granada) es uno de esos manantiales excepcionalmente caudalosos, una anomalía hidrogeológica que muy rara vez la naturaleza nos brinda en respuesta al drenaje de extensas sierras kársticas, como es el caso de Sierra Arana, con 100 km2 de afloramientos permeables. En sus «buenos años mozos» (hasta la década de los 60 del siglo pasado), sin apenas competencia de pozos y sondeos, rondaba los 1.200 l/s de caudal medio (hoy apenas llega a los 600 l/s). Por esa razón, a nadie extraña que el frondoso y vivificante paraje de Deifontes fuera enclave privilegiado de las diferentes civilizaciones que pasaron por la región, que vieron en sus abundantes y cristalinas aguas, no solo una oportunidad de riqueza y vida cómoda, sino, también, la manifestación y protección de los dioses, que hacían manar milagrosamente auténticos ríos de la tierra, incluso cuando no llovía. En las proximidades se conservan vestigios neolíticos, con abundantes restos íberos, romanos y árabes ligados al agua.
Deus Fons (la fuente de los Dioses) llamaron los romanos al manantial, junto al que levantaron un templete de culto, al tiempo que se aplicaron en mejorar la captación de las aguas (la balsa del nacimiento es, como mínimo, del siglo II) y en conducirlas mediante un largo canal, para separarlas de las turbias del anexo río Cubillas. Su finalidad era abastecer, entre otras, a las ciudades de IIurco y Castella, junto a Sierra Elvira. Sobre el río Cubillas se aplicaron asimismo en la ejecución de varias presas en media luna para derivaciones y riegos, algunas de las cuales se han conservado hasta nuestros días. La construcción de esas presas, así como la del canal (hoy llamado de Deifontes o de Albolote), con varios soberbios acueductos, son fiel reflejo de la solvencia ingenieril de la época romana, más que probada en las numerosas infraestructuras hidráulicas que dejaron repartidas por la antigua Hispania.
Con el paso del tiempo, Deifontes se convirtió en lugar de peregrinación, culto (ermita de San Isidro en época cristiana) y parada obligada en la posada del Nacimiento (la última data del siglo XVI, hoy en ruinas), al pie del agua y del Camino Real de Granada a Iznalloz y los Montes Orientales. Pero, sobre todo, Deifontes fue muy querido por las gentes como de lugar de recreo, fiestas, festejos, reuniones, procesiones, celebraciones, comidas, baños, pesca y, desde luego, meditación. La combinación de los nacimientos de aguas, de la acogedora y fresca arboleda (con enormes sauces, álamos, olmos, mimbres, plátanos, etc.) y de una palpitante vida fue siempre un potente imán para el hombre, que durante mucho tiempo tuvo como casi único medio de recreo pasar los festivos y domingos en el Nacimiento. Fue un «Olimpo del Agua» y uno de los «Paisajes del Agua» más sobresalientes de Andalucía (se vinculan dos vídeos sobre ello).
Recorriendo hoy el lugar, descubrimos algunos de los profundos cambios acaecidos en las últimas décadas. Llaman poderosamente la atención horribles restos de hierros, válvulas y tubos, testigos mudos de un episodio en el que se pretendió regular directamente el manantial mediante varios sondeos, sin decoro, ni disimulo alguno hacia un recinto tan especial y bello. Estos restos oxidados se han convertido, sin quererlo, en un monumento a la insensatez e insensibilidad humanas hacia el agua, que nos recuerdan que aquella batalla la ganó (en 1982) la ciudadanía, haciendo buena, una vez más, esa máxima a la que tanta fe le tenemos en «Conoce tus Fuentes», que dice: «Conocer para amar/ amar para conservar». De todas formas, que nadie se llame a engaño, las aguas le vienen siendo detraídas al manantial a mayor distancia mediante sondeos, como por otra parte es lógico dentro de las prácticas de regulación habituales de los sistemas acuíferos. Las fotos de época y los datos de los hidrogramas de la década de los 60 del siglo pasado indican claramente que las aguas ya no brotan con la fuerza, ni con el caudal de antaño. Tampoco habitan ya aquellas pozas los cangrejos autóctonos, que hacían las delicias de las cocinas del pueblo. Pero lo más llamativo es el acondicionamiento como parque del recinto y su vallado. No sé, veo loable el esfuerzo realizado, pero no me agrada ese cerramiento completo, que coarta el libre acceso hacia un espacio que siempre fue del Pueblo. Supongo que el vallado se hizo con la mejor de las voluntades, con la finalidad de frenar (¡qué difícil!) esa plaga tan extendida hoy día que es el vandalismo, la suciedad y la falta del más mínimo respeto por el entorno (o a lo mejor son otros los motivos para el vallado, que desconozco). Una pena y una paradoja que la ciudadanía ganara la batalla al bombeo del manantial en los años 80, y ahora, en pleno siglo XXI, se haya visto obligada a doblar las rodillas ante la ignominia del vandalismo y la incultura (¿vamos hacia atrás?).
Pero la fuerza de la naturaleza sigue siendo magnífica. Aún hay cosas que permanecen inmutables. Todavía brotan musicales las aguas procedentes de la infiltración de las lluvias y de las nieves, esas que encanecen en los inviernos la cadena montañosa de Sierra Arana. Nacimientos que siguen, como hace milenios, dando lugar a un oasis de agua, de vida y de frescor. Al pasear por este olimpo de los dioses, que ha sido solaz y admiración de los hombres de todos los tiempos, entre la alegre melodía del agua y el dulce canto de los pájaros que habitan en la ribera del agua, me recorre el cuerpo un escalofrío, la sensación de estar ante un sitio privilegiado, único y mágico (¿será cosa de los dioses?).
Me despido de ese remanso de agua y paz (hoy miércoles no había nadie) con el deseo de que sepamos seguir apreciando y conservando estas excepcionales identidades físicas (y espirituales) del agua para asombro y disfrute de las generaciones venideras.
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