En estas fechas, a las mismas puertas de puente de Todos los Santos, muchas plazas de nuestras ciudades y pueblos olerán al anochecer a castañas asadas. Castañas recogidas en umbrías ricas en aguas. En castañares que encienden de colores y olores algunos privilegiados valles de montaña en esta época otoñal. A propósito, árboles que fueron introducidos en la Península Ibérica por la mano del hombre, hoy naturalizados y perfectamente adaptados al medio.
Bueno, traigo aquí a los castaños como topónimo de fuentes porque estamos en época y porque me apasiona saber de los nombres que el hombre ha ido dando a las cosas y, sobre todo, de su por qué. En ese sentido, los millares de fuentes que se reparten como una densa perdigonada por nuestra región son fiel reflejo del elenco toponímico español, y más concretamente del andaluz, igual que lo son los nombres dados a cortijos o a cerros.
¡Y claro!, no podían faltar los topónimos de fuentes relacionados con los castaños, como las de los Castaños, del Castaño o del Castañar, que de todo hay. Si nos interesa Andalucía, basta hoy día entrar en Google y teclear cualquiera de esos nombres junto a «Conoce tus Fuentes» (la Web de los manantiales de Andalucía) para que la pantalla nos devuelva el milagro de varios enlaces, que a su vez nos llevan a las correspondientes fichas del catálogo. Hay muchas fuentes con esos u otros nombres parecidos, pero no son todas, ni mucho menos, como corresponde a un inventario ciudadano abierto que todavía tiene importantes vacíos espaciales, sobre todo en las zonas más recónditas y serranas, precisamente el nicho que ocupan los mejores castañares.
La toponimia es bonita porque, para el que es curioso y escudriñador, ofrece más información de la que en un principio uno piensa, al tiempo que suele tener relación con sucedidos e historias, siempre interesantes. En ese sentido, la toponimia, como relación de los hombres con el territorio, es parte integrante también del paisaje. ¡Claro está!, es importante tener ciertas aptitudes detectivescas, no exentas de buenas dosis de imaginación. Para mi se ha convertido en un juego y un divertimento recrear de antemano los paisajes y lugares que voy a visitar sólo por sus nombres. Veamos. Cualquiera de «las fuentes de los castaños» las imagino, esto es una obviedad, cerca de esos majestuosos árboles (aunque eso sí, puede que ya desaparecidos), en zonas umbrías y húmedas, con ricos sotobosques de mullidos y olorosos suelos, alfombrados de hojarasca y castañas en está época que se avecina. En parajes en los que arroyos, ríos, acequias y fuentes andan cerca. Y, muy importante, donde el agua brota de rocas silíceas (pizarras y granitos sobre todo), porque en terrenos calcáreos y de aluvión no se da demasiado bien el castaño (aunque se cría). Es curioso, una deducción geológica que procede de la toponimia y que, de paso, nos abre los ojos a otras interesantes consideraciones.
A ver. Imagino que las fuentes (la mayoría humildes rezumaderos) deben ser abundantes por la buena pluviometría y humedad que necesitan estos portentosos árboles para vivir, y porque el flujo apenas está jerarquizado en dichos materiales rocosos de baja permeabilidad. Aparte de ello, las fuentes deben ser de escaso e irregular caudal, ya el flujo dominante es de tipo subsuperficial. También las imagino discretas, poco adornadas, porque se hallan en territorios montunos y cinegéticos, en los que el hombre ha parado poco. Muy abundantes, por contrapartida, deben ser los drenajes naturales a hondonadas, barrancos y arroyos, emboscados y de difícil acceso. Allí, en charcas, manaderos y humedales solitarios creo estar viendo retozar a los jabalíes al caer la noche, animales que tanto gustan del agua, de las nutritivas castañas y del amparo que le brindan esos tupidos bosques.
Una «fuente de los castaños» atípica por su bella factura. Junta a ella, la usual paleta otoñal de colores, con encinas y serbales que hacen compañía a los castaños en ese lugar
Como se ha podido comprobar, la toponimia me ha llevado a dibujar un (mi) cuadro ideal de las «fuentes de los castaños». En realidad, cuando las visitemos será frecuente llevarse sorpresas. Veremos que algunas de esas premisas, incluidas las aparentemente más lógicas, no se cumplen, y eso nos conducirá a su vez a otras deducciones igualmente interesantes. Es lo que tiene el atractivo trabajo de investigación y la enorme complejidad, diversidad y heterogeneidad de la naturaleza. Gracias a Dios.
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