Cuando este post vea la luz, muchos de sus lectores estarán de vacaciones de agosto. Para algunos será un reconfortante (y deseado) regreso al campo, al pueblo, aunque solo sea por unos días, mientras que otros buscarán las playas, los viajes… Para los primeros será un revivir de lugares y de costumbres, como son las fuentes, donde jugábamos de niños, y las fiestas que se llevaban a cabo junto a ellas. Este corto artículo es sólo un escueto recuerdo a las fiestas ligadas al agua. Para más detalle, puede consultarse «Aquellas aguas vivas», en Manantiales de Andalucía. Por cierto, este libro, que se puede descargar completo desde la web de «Conocetusfuentes», contiene cerca de 60 pequeños capítulos sobre multitud de aspectos relacionados con los manantiales.
Desde la más remota antigüedad, las fuentes tuvieron, aparte de su más evidente papel material, un simbolismo enorme, hoy difícilmente imaginable. Retrocediendo sólo al cristianismo, el papel del agua viva fue trascendental, como lo atestiguan multitud de costumbres, liturgias y fiestas, muchas de ellas auténticos fósiles vivientes, que aún perviven a duras penas por toda nuestra geografía hispana. La llegada del verano era antaño época añorada para el relajamiento y disfrute. Especialmente si las cosechas habían sido felizmente rematadas, pasadas las interminables incertidumbres meteorológicas inherentes a la agricultura y ganadería. Muchas eran fiestas de agua, y de vino (siempre unidos), en sus orígenes paganas y después cristianizadas, como tantas otras cosas.
Si esas fiestas se mantienen todavía, es en gran parte por el empuje (nostálgico en buena medida) de emigrantes retornados, así como de oleadas de turistas (muchos extranjeros), que buscan y aprecian más ese simbolismo identitario de nuestros pueblos. La relación de ellos sería muy larga, y cometeríamos olvidos imperdonables de hacerla. Que cada uno piense en los que conoce y tiene más cerca, muchos importantes y famosos, y otros pequeños y casi olvidados, perdidos en valles y serranías, pero que por contrapartida suelen conservar mejor las esencias primigenias.
Y de entre las fiestas del agua, merecen destacarse por su universalidad las de la noche de San Juan (24 de junio). Con múltiples variantes y especificidades locales, se celebran en toda Andalucía, igual que en las regiones mediterráneas de la vieja Europa. Fiestas del fuego, pero también del agua, su antagónica. ¡Qué noches aquellas llenas de juegos y pillerías!, recuerdan aún los más ancianos, en las que nadie se libraba del remojón de un calderazo furtivo. Noches en las que las personas acudían a ritos curativos y adivinatorios de las aguas. Aguas que eran también de noviazgos y amores. Aguas que servían asimismo para borrar los malos augurios y purificar la suerte del nuevo año agrícola que se iniciaba en septiembre. Y también eran noches de encantadas y de misterios (en el libro La Sierra del Agua: 80 viejas historias de Cazorla y Segura se dedicó un capítulo a la noche de San Juan en las fuentes de Cazorla).
Pero esa fiesta sanjuanera es sólo una más del largo santoral de celebraciones del año. De verdad, merece la pena acercarse a conocer los pueblos, sus fuentes y sus aguas a través de las fiestas. Son una buena excusa para visitarlos en estos meses de vacaciones estivales. Un aliciente más para querer al agua con su eterna magia, que, de paso, puede darnos suerte, salud y amor.
Texto elaborado por Antonio Castillo, Luis Sánchez y David Oya
Foto J. Andrada
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