El 26 de febrero de este año, hace hoy tres meses, «Paisajes del agua» entró en Facebook. Antes, el 9 de junio de 2014 me había embarcado en este blog, un espacio de fotografías, miradas, lugares y reflexiones sobre el agua. Cómo dije entonces, mi deseo es que se convirtiera en una herramienta de comunicación informal, sin ataduras, ni directrices, que mantendría con la persiana levantada mientras tuviera ilusión, cosas que contar y gente a la que entretener. La experiencia hasta la fecha ha sido gratificante y enriquecedora, nada especial, por otra parte, tratándose de un proyecto que prácticamente acaba de empezar. Por tanto, todo bien, salvo que, como ya me habían advertido, dar contenido propio y digno a un blog es un auténtico ojo oscuro. Para que se me entienda mejor, un profundo sumidero de precioso tiempo, de ese que arañamos a nuestros ratos de ocio y de sueño. Eso es lo único que me pesa, no puedo ocultarlo, y es la cruz de la moneda de los que mantenemos trabajo y picoteamos en muchas cosas a la vez, incluidas varias aficiones (en el argot de un querido compañero, soy un «catacaldos», si bien le dejó a él el honor de ser el genuino fenotipo).
Pues bien, durante estos meses de blog he visto crecer las entradas, las interacciones, los comentarios y las sugerencias, de amigos y también de absolutos desconocidos. y una de las advertencias más repetidas era la que señalaba la importante deficiencia de no estar presente en las redes sociales, como medida de dar más visualización y accesibilidad al blog, y consecuentemente hacerlo más transversal. Después supe, por los entendidos, que se trataba de una necesidad en el mundo de la comunicación actual, para la que ya es suficiente disponer de página Web. Así pues, me dejé convencer, soy fácil de embarque, como ya he dicho. Y con ello cometí otra nueva temeridad (a sabiendas, que es lo más grave), la de agrandar ese sumidero de tiempo, ayudado por, ¿mi amigo?, Jesús Yesares. Eso sí, me atrevería a decir, aunque recibo cantos de sirena, que hasta aquí he llegado. Para las nuevas generaciones dejo Twitter, Linkelind, Instagrand y demás chiringuitos del estilo, aunque, bien mirado, debo aplicarme esa sabio refrán tan hídrico que dice «Nunca digas, de este agua no beberé». Pero lo que si tengo claro desde el principio es que todo esto es para mí un experimento, un entrar en cocina para saber algo de qué van las redes sociales y para no convertirme en un «autista social», obligado si cabe por mi perfil de trabajo, en el que la divulgación científica es parte importante. Un ensayo en el que no sé el tiempo que duraré, que puede ser mucho o poco, ya se verá. En cualquier caso, deberé andarme con cuidado, porque estas cosas crean adicción, son excelentes herramientas, pero se pueden utilizar bien o mal, hasta llegar incluso a necesitar de un psiquiatra de cabecera. Por eso, y por el consumo de precioso tiempo, no puedo remediar mirar de reojo (y cierta envidia) a aquellos que viven y trabajan ajenos a todo este lío, con un montón de tiempo extra para hacer otras cosas, y especialmente para irse mucho más al monte. En fin, reflexiones mías.
Pero volviendo al tema, y para los que no estén muy al tanto del enorme poderío de las redes sociales (muy relacionado con el auge de los partidos políticos emergentes en España, por ejemplo), diré que en este corto periodo de tiempo se han cuadriplicado las entradas al blog. Del mismo modo, han aumentado extraordinariamente las «personas alcanzadas» en las diferentes noticias del «muro». Estas son palabrejas de la jerga digital que he ido conociendo, todo ello dentro de un universo absolutamente revolucionario, que marcará un antes y un después en las relaciones humanas. Y ahí estoy, como un novato que observa con ojos curiosos todo este fenómeno. Igual que no dejo de sorprenderme de ese enorme espía y chivato que es Internet, que sigo a través de las estadísticas del tráfico de mis páginas, y que cuentan tantas cosas. Aparte del aspecto cotilla, creo que analizar las visitas que tenemos en nuestras publicaciones, sean estas científicas o de divulgación, es un ejercicio de aprendizaje y autocrítica sumamente saludable. No hemos tenido nunca demasiada cultura de evaluaciones, encuestas, audiencias, testeo o controles. Y en esa línea, estas nuevas herramientas me han certificado (sin excesiva sorpresa, tengo que admitirlo) el modesto impacto que suelen tener, en general, los contenidos digitales de divulgación del conocimiento (menos aún los científicos), sumidos en un infinito océano de portales, muros, blogs, páginas Web, canales de vídeo y demás expositores, que superan en muchísimo a los potenciales lectores de ese «género», que además es tristemente minoritario. Pero, en ese maremágnum informativo y de cierto desaliento, es posible encontrar pequeños destellos de satisfacción, cómo ha sido comprobar que algunos contenidos han interesado. «El enigma de las monjas arrieras de Sierra Nevada» (del 24 de marzo) ha llegado a día de hoy, y sólo de forma directa (y eso sin contar las entradas al blog, ni a las compartidas), a 1.045 personas. Le sigue «El bosque protector del Marquesado del Zenete y el agua» (del 21 de marzo), con 1.016 personas alcanzadas, y «El refugio Elorrieta, ¿conservarlo o destruirlo?» (8 de abril) con 744. Son cifras modestas (nada que hacer con las centenas de miles o millones de entradas de los contenidos de diversión), pero que a mí me parecen una auténtica barbaridad para temas de de divulgación local. Y, desde luego, alcances increíbles si los comparamos con los que tendrían las exposiciones de esos mismos artículos en revistas, conferencias o clases, donde el público alcanzado ahí si que es verdaderamente reducido, en general.
En definitiva, las redes sociales (Facebook, Twitter y demás) son nuevas tecnologías que están modificando a pasos agigantados las formas de trabajar, la comunicación y las relaciones personales. Como un inmenso escaparate abierto al mundo que son, aportan más frescura, inmediatez e interacción que cualquier blog para ligar contenidos con lectores. Y ello se potencia en el caso de este blog por el agua, que tengo comprobado que es un magnífico conductor de emociones, sensibilidades, reflexiones y ciencia aplicables a la vida misma.
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