«Ojos de mar», un océano de misterios

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Pozos de las Ánimas, en la cordillera andina argentina, dos clarísimos «ojos de mar» (www.losmolles.com.ar)

 

Seguro que ustedes habrán oído hablar de los «ojos de mar«, en relación a lagos o pozas más o menos circulares y sobre todo profundas y oscuras. El nombre hace alusión a la primitiva creencia de que ese tipo de aguas estaban conectadas con las del mar a través de los entresijos de la tierra.

En general, el ciclo del agua, aunque hoy nos parece evidente, no fue entendido durante milenios. Lagos cerrados, fuentes y manantiales eran origen de aguas de las que costaba trabajo explicar su procedencia ¿Cómo era posible que enormes lagos y pozas conservaran en todo tiempo agua, especialmente en regiones secas, o, lo más intrigante aún, después de mucho tiempo sin llover? Entonces, en vez de atribuir esas aguas a la infiltración de las de lluvia, se pensaba que la tierra era una enorme esponja que estaba conectada con mares y océanos, los grandes almacenes de los que debía proceder toda el agua. De esta manera, Tales de Mileto, en el siglo VII a C, pensaba que el agua de las fuentes tenía su origen en los océanos y que eran los vientos y oleajes los que la empujaban hacia el interior de las rocas. Aristóteles, el gran pensador del siglo IV a C, empezó a admitir que algunas fuentes pudieran proceder de aguas de precipitación infiltradas, pero seguía entendiendo que otras aguas ascendían por fuerzas capilares desde el mar por fisuras y cavernas, perdiendo la sal a través de filtraciones. Otra posibilidad que contemplaba es que las aguas marinas pasaran a vapor en las profundidades de la tierra, ascendiendo en estado gaseoso para condensarse en las fuentes, libres ya de sales. Y esas ideas perduraron más de lo que pudiera creerse. Prueba de ello es la obra Mundus Subterraneus (padre Kircher, 1665), en la que se explica como las aguas del mar pasan por fracturas y oquedades a los hidrofilacios (cavernas llenas de agua) del interior de la tierra para dar lugar a los ríos. DFBV555

Conexiones del mar con los ríos en la obra Mundus Subterraneus (Kircher, 1665)

Con el tiempo, la observación fue afinando las explicaciones, hasta desembocar en el funcionamiento del ciclo del agua tal y como hoy lo entendemos. Así pues, superadas por la ciencia aquellas ancestrales y descabelladas ideas, lo lógico es que el adjetivo de «ojos de mar» hubiera pasado a mejor vida. Pero no ha sido así. En el imaginario popular, sobre todo de gentes del campo, muchas aguas negras e insondables siguen viniendo del mar, digan lo que digan. Pero es que, además, la preservación del imaginario de los «ojos de mar» se ha visto reforzado por un extenso legado de historias, leyendas y supuestos sucedidos que daban a entender que las comunicaciones con el mar existían o, cuando menos, que en esas aguas pasaban cosas extrañas y misteriosas, para las que no había explicación. El color cambiante y oscuro de las aguas, la profundidad, la ausencia de fondo, la tenebrosidad o la falta de exploración, eran condimentos más que suficientes para la sugestión, para espolear la imaginación, la fantasía, la superstición, la brujería y, a la postre, el misterio. Es curioso, pese a tratarse de épocas, lugares y culturas diferentes, sin conexión alguna, las historias que han llegado hasta nuestros días son similares aquí y en Oceanía, por citar un lugar remoto y desconectado del mundo. ¿Habrá entonces algo de verdad en ellas? Muy común era la idea de que en esas aguas habitaban animales deformes, extintos, peligrosos, monstruosos, devoradores o arcanos. Otra idea generalizada es que eran lugares sagrados, moradas de dioses o de lo contrario, de diablos y fuerzas del mal. O lugares donde habitaban ánimas benditas o en pena, seres reencarnados, fantasmas, espíritus, doncellas encantadas, sensuales sirenas, etc. En otros sitios servían de escondite de tesoros, de ciudades primitivas, de tumbas de reyes…Sea como fuere, el denominador común es que se trataba de aguas tenebrosas y peligrosas, vedadas al juego, a los baños, a la pesca, a la navegación y a la exploración. Y ello a cuenta de sus grandes peces, culebras o dragones, de las almas en pena, o por la violación de la morada de dioses y demonios. Aunque muchas de esas leyendas se pierden en la noche de los tiempos, otras son relativamente recientes, creadas para espantar a la chiquillería de aguas donde era fácil ahogarse por pánico o sugestión, en las que, además, muy pocas personas sabían nadar bien en campos y pueblos.

En el mundo hay infinidad de ejemplos de «ojos de mar», muchos en Sudamérica, especialmente dada a la brujería, las supersticiones y el fetichismo. Allí, en Argentina, tienen merecida fama los Pozos de las Ánimas, pero hay ejemplos magníficos también en Chile, Paraguay, etc. Aquí, en la península ibérica, muy cerca de mi casa de Granada, tengo dos buenos ejemplos, pero hay más. Uno es el «Ojo Oscuro de Padul«, una profunda poza abierta en una turbera, por la que mana un muslo de agua. Siempre tuvo fama de ser sitio peligroso, donde se habían ahogado personas de las que no se volvía a saber, se dice que atrapadas en el laberinto de conductos subterráneos que comunicaban con el mar. En la comarca es muy conocida la historia de una yunta de bueyes que arando en su borde fue a caer al agua, de los que nada más se supo, hasta que pasado el tiempo, un pescador dio aviso de la presencia de los cadáveres de dos bueyes en la cercana costa de Salobreña, en el mar Mediterráneo. DSJK098

Manantial del Ojo Oscuro de Padul (Granada), con la alberca de Palmones en primer término, donde se bañaban fuera de peligro los niños (1981)

 

Otro caso de libro es el «ojo de mar» de la laguna de Vacares, la más misteriosa y legendaria de Sierra Nevada. De ella se han dicho mil cosas: es insondable, ignota, cambia de color sin motivo aparente, su superficie de riza con los temporales del Mediterráneo, emite bramidos, en ella hay un pozo que comunica con el mar, esconde un castillo árabe, alberga un tesoro, es morada de una bella doncella que seduce a pastores y los ahoga, en sus aguas habitan grandes anguilas y peces negros deformes (enderezaron los anzuelos de Antonio Ponz en la expedición de 1754), etc., etc. DCXZ333

La laguna de Vacares (Sierra Nevada, Granada), un legendario y misterioso «ojo de mar» (foto de Nicolás María López y Dionisio Carnicero, 1899. Museo Casa de los Tiros)

 

Y como esos casos se podrían citar bastantes más repartidos por el mundo entero. De todos modos, no se rían ustedes demasiado de estas historias. Verán. Algunos sabrán que en su momento pasé varios veranos de campo documentándome para el libro Lagunas de Sierra Nevada. Pues bien, andaba yo un día de mediados de agosto por las proximidades de la citada laguna de Vacares junto a un pastor que tenía careadas a la vista un par de cientos de cabras, a casi 3.000 metros de altitud. Era un día calmo, de bochorno, cuando al dar vistas al hondo embudo de la negra laguna vimos que la superficie del agua estaba completamente rizada, con borregas blancas en el centro. El pastor, con toda naturalidad me dijo, «Eso ocurre cada vez que hay temporal en el Mediterráneo, de forma que a través de los entresijos de la tierra se trasmite el oleaje a la superficie de la laguna. No falla». No dije nada. Disimuladamente y en silencio observaba el fenómeno sin hallar explicación. Al llegar a casa, el telediario de la noche informaba que el tráfico marítimo en el Estrecho había permanecido interrumpido todo el día por fuerte oleaje. Se me puso la carne de gallina. ¡Joder!, ¿y si, al final, hubiera algo de verdad en esto de los «ojos de mar» que ya predijo Aristóteles hace 25 siglos, y creía a pies juntillas mi amigo, el pastor de Vacares? Lo dejo ahí. Tengo una explicación para esas borregas blancas, pero prefiero creer en la del mar.

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