La Sierra del Agua (Cazorla, Segura y limítrofes), un topónimo literario e integrador

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La Sierra del Agua alberga en su interior grandes mares, el mayor de ellos es el embalse del Tranco, almacén de las aguas del Alto Guadalquivir

 

A primeros de 2012, David Oya y un servidor debatíamos qué nombre dar a un libro de viejas historias del agua que acabábamos de terminar sobre un extenso conjunto montañoso del sureste peninsular. El título y la cubierta, como todo el mundo sabe, son cuestiones de capital importancia para acaparar la atención de cualquier libro. Así es que, allí nos encontrábamos los dos dándoles vueltas al asunto. Habíamos recogido 80 viejas historias (hoy ya vamos por 120 y la tercera edición) de un vasto territorio, integrado por diferentes sierras, las más extensas y conocidas las de Cazorla y Segura, sin desmerecer la belleza de otras más pequeñas, como las de Castril, Seca, Guillimona, Alcaraz, Taibilla, Moratalla o las Villas. Nuestro problema, y la lástima, es que no existía un topónimo para el conjunto, amparado bajo un mismo paraguas orográfico, geográfico y geológico. Porque cuando uno recorre el territorio, apenas percibe diferencias naturales, culturales y etnográficas entre las sierras que lo componen, más allá de las inferidas por los rangos de altitud y la orientación. A fin de cuentas, esa isla montañosa, levantada tras el plegamiento alpino, hace 15 millones de años, tuvo el mismo basamento geológico, generando endemicidad a sus plantas y animales, aparte de carácter, cultura e idiosincrasia a sus habitantes (animales también, a fin de cuentas), ya fueran estos de Jaén, Albacete, Granada o Murcia.

Cubierta de la primera edición (Editorial Universidad de Granada, 2009) de «La Sierra del Agua»

 

No obstante, esta disfunción toponímica no siempre existió. En época romana y visigoda fue el Monte Orospeda (o también Montes Orospedanos). En tiempos de la Orden de Santiago y del «Adelantamiento», entre los siglos XIII-XIX, fueron las sierras de Segura (la mayor extensión) y Cazorla, respectivamente. Y entre 1748-1833 fueron los montes de la Provincia Marítima de Segura de la Sierra. Desafortunadamente, ninguna de esas denominaciones genéricas se consolidó, por lo que actualmente numerosos topónimos locales compiten entre ellos, generando confusión y algunas estériles controversias. Una pena, sobre todo al comprobar la enorme fuerza que imprime una marca, como ocurre a grandes montañas españolas, como Picos de Europa, Gredos, Pirineos, Sierra Morena o Sierra Nevada. Siempre hay una explicación para todo, y la ausencia de un nombre de conjunto se debió posiblemente a cuestiones históricas geopolíticas. Hay que recordar que estas sierras, frontera de mares (Atlántico y Mediterráneo), lo fueron también de provincias romanas, taifas, reinos, órdenes militares y religiosas, y ahora provincias y autonomías. Sin olvidar que la orografía intrincada, extensa y relativamente laberíntica de estas montañas no favoreció el imaginario colectivo de montaña única.

Llegados hasta aquí, podíamos haber recurrido al binomio tantas veces utilizado de sierras de Cazorla y Segura, pero esa elección dejaba fuera a otras sierras importantes, aparte de que queríamos dejar claro que el ámbito espacial del libro desbordaba al jiennense Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas (210.000 hectáreas), asimilado por la gente, lo queramos o no, como sierras de Cazorla y Segura (cuando no de Cazorla exclusivamente). Incluidos estaban también el Parque Natural Sierra de Castril (Granada) y el Parque Natural Calares del Mundo y de la Sima (Albacete), aparte de otras sierras igual de bellas y merecedoras de protección.

Urgía, por tanto, dar nombre a ese paraguas imaginario que amparaba a tantas sierras hermanas, cuyas historias de hombres y aguas habíamos contado. Al final, como ya saben, nos decantamos por “La Sierra del Agua”, incluyendo en el subtítulo los nombres de Cazorla y Segura para no despistar geográficamente demasiado a los potenciales lectores. Y llegados a este punto, es importante aclarar que la elección de ese topónimo literario no fue motivo de capricho o de una genialidad del momento, sino fruto del estudio de fuentes orales y documentales, trasmitidas por serranos y visitantes durante la Pequeña Edad del Hielo (siglos XIV-XIX). En esa época era frecuente la alusión a una Sierra arbolada y húmeda con osos. A una Sierra de umbrías y malezas impenetrables, donde vivían corzos, venados, cabras, jabalíes, lobos, linces y osos. A una Sierra donde tenían su cuna de piedra los principales ríos del sureste peninsular. A una Sierra colonizada por “los hornilleros”, aquellos hombres levantinos que llegaron buscando una nueva vida junto al agua. A una Sierra donde navegaban por sus ríos largos troncos de laricios hacia los lejanos puertos de Cádiz y Cartagena. A «una Sierra preñada de agua, que reventaba por todas sus costuras al llegar los deshielos». Era la Sierra del Agua, el evocador topónimo con el que en 2012 quisimos consagrar al Agua como cordón umbilical, como eje, como denominador común, como elemento identitario de estas sierras, cuna del Gran Río andaluz, el Guadalquivir, y del río del Levante, el Segura.

Viejo mapa de la Sierra del Agua, un topónimo literario e integrador utilizado para dar nombre a las sierras de Cazorla, Segura y adyacentes (detalle del mapa de Antonio de Benavides, 1809. Centro Geográfico del Ejército)

 

En concreto, los límites aproximados de la Sierra del Agua son, en el sentido de las agujas del reloj, y empezando por el borde sur, la depresión del Guadiana Menor, al oeste la campiña de Jaén y Sierra Morena, al norte la llanura manchega y al este el corredor de pies de monte de Liétor a Caravaca de la Cruz (el borde mas gradual e impreciso). Estamos hablando de una SIERRA (con mayúsculas) de 135 kilómetros de longitud por 50 de anchura media, con una superficie próxima a 650.000 hectáreas.

Ha querido la casualidad que aquella gran Sierra del Agua de nuestros ancestros, que reventaba sus aguas en manantiales, ríos y cascadas, haya sido algo parecido a la que hemos vivido como un fogonazo en esta húmeda primavera del 2018. Les recomiendo, si pueden, que vean a pantalla completa y con los altavoces activados el vídeo titulado La Sierra del Agua, de Manuel González. Creo que el autor ha sabido recoger con suma sensibilidad lo que los ojos de nuestros antepasados vieron, la esencia de lo que hemos imaginado que fue la Sierra del Agua en el pasado.

El topónimo de «La Sierra del Agua» es utilizado en numerosos foros, artículos y reportajes que hacen referencia a estas inmensas sierras que aglutinan a tres parques naturales y se extienden por cuatro provincias y tres comunidades autónomas, con una extensión próxima a las 650.000 hectáreas

 

 

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