Juan Luis González-Ripoll cogiendo raíces muertas a orillas del agua (foto propiedad de la familia González-Ripoll, hacia 1990)
El 9 de marzo de 2001 murió Juan Luis González-Ripoll (Córdoba, 1925), hace hoy 14 años. Fue un escritor enamorado de las sierras de Cazorla y Segura (Jaén, España). Para sus lectores, el recuerdo de Juan Luis estará siempre unido a esas montañas, y sobre todo a las historias de sus habitantes, como fueron Los Hornilleros de su novela más leída y conocida. En ella retrató magistralmente la vida de los primeros colonos de la sierra de Segura.
Muchos de los que amamos profundamente a esas sierras leímos a Juan Luis. ¿O fue más bien al revés? Es el extraordinario poder de evocación que tiene la literatura sobre los territorios y sus gentes, como ya ocurriera infinidad de veces a lo largo de la historia con otros grandes escritores. Todavía me recreo de vez en cuando con los personajes y las tierras de la vieja Castilla de Delibes, con el que González-Ripoll hubiera congeniado perfectamente.
Desgraciadamente, no tuve la oportunidad de conocer a Juan Luis en persona, aunque tengo el testimonio de quienes si lo trataron y llegué a tiempo de cartearme con él a finales de los 90. En sus misivas (ya le costaba bastante trabajo escribir) se notaba un hombre atento, amable y sensible. Sus libros, leídos en mi juventud, en la que se es tan receptivo e influenciable, me encantaron. En cuanto pude, me lancé a conocer aquellas sierras, pasé por sus cortijadas y hablé con viejos serranos, verdaderos manantiales de sabiduría y sentido común. De entre sus libros (todos sobresalientes) causaron profunda huella en mí Narraciones de caza mayor en Cazorla (1973) y, como vengo diciendo, Los Hornillleros (1976), novela que aborda la dura vida de los primeros colonos que poblaron aquellas inmensidades, «en un tiempo lejano en que la sierra atufaba a lobo y aún quedaban osos en la alta montaña». Sin ser un escritor profesional (aunque de esa novela se han vendido muchos miles de ejemplares) sus textos destilaban oficio costumbrista y un fuerte olor a monte (según él, tenía facilidad para contar historias), solo al alcance del que, aparte de talento, tiene alma serrana y ha compartido muchos ratos de conversación en las chimeneas de la sierra junto a un vaso de vino y unas nueces.
Son varios los autores que han dado vida a libros parecidos para esas montañas, como José Cuenca (otro extraordinario escritor con alma serrana) con La Sierra Caliente o La Noche de Bodas, algunos nacidos en la Sierra, a los que invito a conocer y leer tras echar una vistazo, siempre agradable, a las modestas estanterías de libros de la Sierra y de sus pueblos. Se trata en todos los casos de relatos costumbristas, etnográficos, de tiempos pasados, literatura parda que dicen mis amigos cuando quieren meterse conmigo. Libros que embridan el monte, sus cosas y sus gentes como elementos inseparables que son de la naturaleza que yo entiendo. Al respecto, en La Sierra Caliente (2003), José Cuenca nos deja una certera reflexión: «Sin sus hombres y mujeres, la Sierra es solo piedra». Pues eso. Y Juan Luis fue uno de los primeros que mejor entendieron esa conjunción hombre-naturaleza y supo plasmar el espíritu y el alma de aquella vieja sociedad serrana que ya tocaba a su fin. Quiso con todas sus fuerzas a una Sierra y unas gentes que vivían de ella que ya no volverán jamás.
Portada de Los Hornilleros (cuarta edición, 1995), ilustrada con una preciosa y evocadora acuarela de la Fresnedilla del Aguamula, obra de Fernández Ríos
¿Y por qué traigo a este blog de «Paisajes del Agua» a Juan Luis González-Ripoll? se preguntarán algunos. Pues porque con sus libros nos enseñó a muchos a querer las sierras y los ríos de Cazorla y Segura. En toda su obra trasciende un profundo amor por el agua (seguramente por la afición que tuvo a la pesca de la trucha, igual que el citado Delibes). Ríos como el Segura, el Zumeta, el Madera, el Guadalquivir, el Borosa o el Aguamula fueron hilos conductores de sus escapadas serranas y de muchos de sus episodios literarios. Sin ir más lejos, gran parte de las entretenidas vicisitudes de su novela Paisaje sin lobos (1998) trascurren a orillas del río Zumeta, junto a Santiago de la Espada. La inspiración le afloraba con facilidad en la casa familiar de la Ponderosa, a escasos metros del río Guadalquivir, junto al arroyo Aguasblanquillas y a la fuente de la Tobilla. Desde ese tranquilo refugio literario, de paseos, de aficiones múltiples (pesca, fósiles, pintura, fotografía…) y de meditación olía las esencias del monte y oía el rumor de las aguas. En el jardín y el huerto se entretuvo en construir varias fuentes, siempre atraído por la magia del agua.
Desde esa casa de su inspiración, le encantaba ir en busca de la charla con sus amigos serranos y a perderse por los ríos próximos, entre ellos el Borosa y el Aguamula. Como buen pescador, le atraían las aguas profundas y oscuras de escondidos charcos y pozas, donde imaginaba viejas truchas al acecho. Los ríos le llamaban también poderosamente su atención cuando venían crecidos. Le hechizaba la fuerza indómita del agua que se desataba en esas montañas de vez en cuando. Tras las tormentas, con el campo rezumando por todos sus poros, se calzaba unas botas de goma y salía a rebuscar raíces arrastradas por las corrientes, con las que hacía bellas esculturas. Precisamente, en la foto que encabeza este post se le ve con una de aquellas viejas y retorcidas raíces tras una riada. Magistral es el capítulo de El Puente (en Los Hornilleros) en el que relata la avenida de un río de la sierra de Segura.
…venían los torrentes corriendo los montes abajo,/como si resbalaran por un hule, y toda el agua iba a parar al río,/que empezó a subir y a correr por las madreviejas antiguas,/llevándose por delante todo lo que encontraba,/arrancando de cuajo árboles que tenían un siglo
Hoy, cuando la Sierra que él conoció ha dejado de existir, todavía fluye el agua pura por los escondidos charcos y pozas de sus amores, por los que aún navegan los recuerdos de este hombre bueno y enorme escritor. Descanse en Paz.
Para saber algo más de este personaje, pueden leer el artículo Juan Luis González-Ripoll, la voz de las sierras y valles del Segura y el Guadalquivir, de José Luis Martín de Jorge Sánchez (en La Sierra del Agua, 80 viejas historias de Cazorla y Segura, 2012)
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