Hace un año (en noviembre de 2015), recibí una poética y emotiva carta de un amigo (la reproduzco al final), con el que compartí por los años 70 del siglo pasado pasión por el agua y muchos ratos por los ríos de Granada. Venía mi amigo a reflexionar sobre el deterioro tan inmenso y veloz del medio ambiente, y más concretamente de nuestras queridas aguas. Y terminaba su misiva con la frase entrecomillada que da título a este articulo: «Comprendo, comparto y aliento tu inútil esfuerzo«. Al principio me chocó su descarnada franqueza para una despedida, pero eso duró apenas un instante. No había ninguna contradicción en la frase, llevaba razón y, además, lo sabía. Si queremos, como en cualquier circunstancia de la vida, en la que las cosas no son ni blancas ni negras, algo de sinrazón tenía, pero no mucha. He de aclarar antes se seguir que mi amigo se refería a mis esfuerzos de divulgación y denuncia acerca de la (insostenible) gestión de la Naturaleza, y especialmente del Agua. Es evidente que en esa lucha no todo esfuerzo es inútil y algunas cosas se vienen consiguiendo por cambiar los designios de una civilización que se encamina con paso firme hacia su autodestrucción. Pero no soy ciego, ni sordo, y estos logros no son más que pequeñas batallas ganadas (muchas de forma temporal), ciertamente reconfortantes, pero absolutamente insuficientes para alcanzar la victoria final, si se me permite este símil bélico, que tan bien solemos entender. Lo más habitual es que los esfuerzos en defensa de la naturaleza supongan chinas o palos en las ruedas de la potente maquinaria (propulsada por el dinero y el poder, que hacen crecer la codicia y la corrupción) que nos conduce al despeñadero. Dificultades que ralentizan la marcha depredadora, pero que no la detienen. Sé que este diagnóstico será tachado de derrotista por muchos, a mi modo de ver almas cándidas que se conducen con luces cortas, que creen en el «buenismo» del ser humano o que confían en el poder persuasivo de la Ley. ¡Por Dios, qué ceguera!
Son muchos los hechos y los síntomas que indican que la Naturaleza viene enfermando sin mejoría alguna. Es verdad que la batalla perdida es la que no se libra. Por ello, no renuncio a seguir «pataleando», a seguir expresando lo que pienso, a seguir predicando en el desierto. Me conformo con muy poco, más que nada con mantener ligeramente a salvo mi conciencia, porque a fin de cuentas me comporto en la vida como un consumidor más de este sistema insostenible ambientalmente.
«Un lógico eslogan que queda bien» (no nos queda otro remedio), pero nada más. Los verdaderos poderes que mueven el mundo no son individuales, ni tampoco actúan localmente
Por contrapartida, no puede aplicarse la sentencia de mi amigo, como es más que notorio, al avance imparable de la «modernización«, del «progreso» y del «desarrollo» tal y como nuestra sociedad lo entiende. En eso nadie nos moja la oreja, de forma que la humanidad ha ganado una barbaridad, en general, en bienestar y esperanza de vida. ¡Una pena que ese desarrollo y la naturaleza no se lleven nada bien!. Por supuesto, sigue habiendo teóricos del asunto que creen que no tendría por qué ser así, pero la realidad, una vez más, es cansinamente tozuda.
Muchas veces he dicho que la geología, y más concretamente la estratigrafía y la paleontología, me ha dado potentes recursos científicos para comprender mejor el pasado de la Tierra y de la Vida, y de esa manera imaginarme el futuro. Y lo que veo es que nos espera, en el mejor de los casos, la casi extinción (en una o en varias fases). ¡Qué barbaridad!, dirán algunos de ustedes, que querrán creer que al final el hombre recapacitará, y que, en cualquier caso, mensajes «derrotistas» o «catastrofistas» como el mío no benefician en nada. Algunos amigos que saben de mis pensamientos ambientales mantienen que sería mejor «maquillar» la realidad, ver la botella medio llena, infundir positivismo, entusiasmo y esperanzas. No participo de esa filosofía, ni tampoco de tildarme de catastrofismo por estos vaticinios, que en absoluto los vivo como opresores o deprimentes. Creo simplemente que estamos dando curso a un proceso natural (eso si, acelerado), en el sentido de que la Naturaleza aplicará inmisericordemente la selección natural, de forma que la especie humana se comportará como las demás, que nacen, se expanden y mueren. Y no pasa nada, el planeta Tierra continuará con nuevas especies y formas de vida por millones y millones de años.
Otro buen amigo, con el que comparto cervezas y preocupaciones por estos temas, dice que la humanidad se irá al traste por septicemia (ambiental). Comparto su pronóstico. El ser humano seguirá en expansión (igual que el Universo) hasta el colapso del recipiente (la Tierra), aunque a este proceso le falte aún bastante tiempo para alcanzar los rincones más recónditos, que siguen siendo muchos y extensos. La esperanza, y en esa creo firmemente, es que algunas razas, muchos efectivos, bastantes lugares aislados o, incluso, algunos congéneres venidos de otros planetas (si llegamos a colonizarlos), pudieran quedar a salvo, dando lugar a una nueva recolonización (cómo ya ocurrió en la Prehistoria). Acabar con toda la humanidad será difícil, porque la vida está diseñada para resistir y aferrarse con uñas y dientes.
Pero llegará un momento en que la vida inteligente del futuro (creo que la seguirá habiendo en algún sitio) estudiará una minúscula capa superficial de la Tierra, el Antropoceno (a partir de 1950, coincidiendo con las primeras explosiones nucleares), plagada de restos humanos de una civilización que pobló y dominó la tierra durante apenas un fogonazo del tiempo geológico, y se preguntarán: ¿Qué fue lo que pasó? ¿Fue quizás un cambio drástico del clima? ¿Chocó un meteorito contra la tierra? ¿Fue un tormenta solar? ¿Fue una enfermedad epidémica masiva? ¿La Tierra se volvió radiactiva? ¿Se contaminaron las aguas? ¿Hubo erupciones devastadoras? Alguna de esas, o ninguna de ellas, podrán ser las causas, pero las habrá.
Termino con un rayo de luz, al que acompaña una hermosa fotografía que le viene bien. En la despedida del libro La Sierra del Agua, 100 viejas historias de Cazorla y Segura, una persona sabia y sensible dejó escrito lo siguiente: «…todos los finales se supeditan a un principio y todos los principios se alimentan de un fin. Habrá otra vez» (se refiere a un nuevo Génesis, al resurgir de una nueva civilización).
Foto de portada del libro «Génesis», de Sebastião Salgado
Esa es mi esperanza, y que tarde en llegar ese final que nutre a todo principio, y lo revitaliza de nuevo. Bueno, ¡vaya rollo les he contado! Y ahora les dejo con la carta que tuvo la culpa de esta larga reflexión con la que a lo mejor (o a lo peor, mejor sea dicho) les he contrariado un poco el día.
Querido Antonio,
Ha sido una agradable sorpresa conocer como tu amor al agua te lleva a reencontrarte con la belleza y compartirla.
Desde el otro lado del mundo conozco y comparto tu delicada poesía en torno a “nuestra agua”. Los más viejos tuvimos a nuestro alcance la misma agua a la que tú rezas, sus bellezas y sus frutos que incluso compartimos contigo. Son aguas familiares, cercanas, suaves y amorosas, pertenecen a un entorno muy lábil y solo pueden ser tratadas con ternura.
Los que antes que tú nos acercamos a ellas y a sus frutos, disfrutándolas, comprobamos en la brevedad de nuestra existencia, la extrema fragilidad de su belleza.
Recuerdo el ejemplo de la edad de la tierra, representada en 45 rayas de diez metros sobre la arena de la playa y en el ultimo centímetro del ultimo metro (millones de años arriba o abajo), aparezco yo pescando truchas en arroyos tan delicados que no soportan ser andados, trayendo cangrejos desde América con un hongo saprofito, que destruye a los que existían y viviendo tragedias de otra índole en nuestro sencillo entorno. Mi hermano cazaba meros en el rebalaje a nos mas de cinco metros de profundidad. Hasta los gorriones han desaparecido.
Tu cariño al agua señala tu profesión y tú me diste agua para el pequeño trozo de tierra que mi Padre me dejó y la felicidad que ella conlleva.
En la última diezmilésima de milímetro, hemos destrozado muchas cosas que nunca tendrán siquiera remiendo. Comprendo, comparto y aliento tu inútil esfuerzo.
Un abrazo
En un lugar de las Américas, 5 de noviembre de 2015
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