Cangrejo de río español (Servicio Nacional de Pesca Fluvial y Caza, 1964)
NOTA.- Este artículo es similar a otro publicado en la tercera edición de «La Sierra del Agua, 120 viejas historias de Cazorla y Segura» (Editorial Universidad de Granada, 2018)
Una calurosa tarde del verano de 1975 mojaba mi cucharilla en la poza del Tobazo, en el Guadalquivir de Mogón. Era joven, y un viejo pescador a caña fija, al verme, se apiadó de mí.
— Quita eso, y pon uno de estos.
Y de una capachita de esparto extrajo un pequeño cangrejo de río.
— Si quieres sacar una trucha grande utilízalo entero, pero de esas hay pocas. Mejor pon solo la cola, y si la pelas mejor.
Y eso hice, pero las truchas no mostraban el menor interés por nuestros apetitosos cebos, de forma que, aburridos, el hombre mayor empezó a contarme cosas de cangrejos, de truchas y de los peces del río.
— Aquí verás también barbos, bogas, cachuelos, colmillejas…. De las truchas, hay de las dos, de las del terreno y de las arco iris repobladas. También había antes anguilas que subían desde el Atlántico, pero las presas las pararon y se fueron perdiendo. De los cangrejos tengo muchos recuerdos. De antiguo no se les tenía demasiada fe, aunque eso iba por zonas. En estas aguas del Guadalquivir y sus afluentes se criaban bien, e igual en las del Guadiana Menor. De chico los veía hervir en los canales de los molinos cuando los cortaban para limpiarlos. Pero de unos años a esta parte he notado una merma. Será porque la gente los pesca más, porque ahora se cotizan y hay quienes los venden, porque las aguas llevan cada vez más venenos de pueblos, olivos y almazaras, o también porque se mueran de enfermedad. Todo puede estar influyendo. Las truchas llevan otro ritmo, desde hace una década se han recuperado mucho gracias al trabajo de la guardería y de los servicios de pesca del Patrimonio Forestal y del ICONA.
A los cangrejos les gustan los ríos que salen de estas sierras calizas, pero sobre todo los tributarios medios, no los de cabecera, que tienen trancos que no pueden pasar y donde las aguas son excesivamente frías, cristalinas y puras, sin la basurilla y comida que ellos necesitan. Su lugar preferido está en aguas no profundas, pero tranquilas, con abundante vegetación de carrizos, cañas y zarzas, y fondos pedregosos, pero que sean fangosos en remansos y pozas. Las riadas les afectan, igual que a las truchas, pero vuelven a colonizar rápido porque se encuevan, sobre todo desde arroyos de corto recorrido que nacen en manantiales y apenas cogen caudal ni se enturbian los días de tormenta.
De cuando era chico las truchas las teníamos apuradas, de los cangrejos no me acuerdo tan bien, pero se cogían con facilidad. En Mogón hubo un ciego que los cogía a mano, y la gente se los compraba. Y tengo entendido que por los ríos que salían del borde sur de estas sierras, en el Guadalentín, Guadiana Menor, y afluentes como el río de Huéscar o el de Castilléjar, los gitanos los cogían en grandes cantidades para venderlos.
Artes de pesca de cangrejos de río (tomada de «El cangrejo de río en España», Servicio Nacional de Pesca Fluvial y Caza, 1964)
Pero cangrejos y truchas no llevan vidas paralelas. Por la parte del Segura siempre hubo mayor riqueza en truchas, pero sin embargo tengo oído que antiguamente no había cangrejos. Ahora hay algunos (pocos) de los repoblados. Tampoco los hubo, ni truchas tampoco, en riachuelos y arroyos de montaña por encima de trancos y cascadas, ni en la cuenca del Segura, ni en esta del Guadalquivir. Pero lo que muchos no saben, es que desde siempre los serranos esturreábamos lo que pillábamos donde nos venía en gana. Nos divertíamos con eso, aparte del interés por conservar semilla y disponer de «vedados» donde acudir en caso de necesidad. Y a eso se debe que haya cangrejos y truchitas en sitios insospechados para los estudiosos de estas especies. En algunas albercas, balsas de riego y charcos escondidos se llegaron a criar truchas hermosas de verdad, que daba gusto verlas con sus pintas rojas y negras. Las que hay por encima de la cerrada de Utrero, en el Guadalquivir, dicen que las echó uno que llamaban el Tío Felipe Lagunillas. No sé.
A todo esto, se sumaron las repoblaciones de la administración, sobre todo a partir de los años 50. Al principio, como no había piscifactorías, los ingenieros trajeron cangrejos y truchas (huevos) de otros lugares de España. Al parecer, los cangrejos venían de Castilla La Vieja, de provincias como Burgos, Soria, Segovia o Zamora, y también de León. Las truchas igual. De la piscifactoría del río Piedra, en Zaragoza, se trajeron huevos, pero eso fue mucho antes. También recuerdo ver a guardas con bandejas de huevos de truchas, que venían de Centroeuropa. Cuando el Patrimonio hizo la piscifactoría del Borosa, en el año 1963, se inició un ambicioso plan de cría de truchas del terreno. Se cogían huevos en los frezaderos de Valdeazores (y otros) que se fertilizaban en la propia piscifactoría. Así se reforzaron las poblaciones de todos los ríos del Coto Nacional y alrededores. También se repobló con cangrejos de los que se cogían en los arroyos que más tenían, entre ellos el Cañamares y el Guadalimar. De esa época, y ahora con el ICONA, arrancaron también las repoblaciones periódicas con truchas arco iris, y en los pantanos con otras que les dicen de lago, que son plateadas, y se crían hermosas de verdad. Estas truchas venidas de fuera son más tontucias que las autóctonas, de forma que están alegrando mucho nuestras cestas. La verdad es que llevamos casi una década en que la pesca deportiva ha pegado un estirón tremendo por los ríos y pantanos de estas sierras, que hasta viene gente de toda España a pescar nada más abrirse la veda por marzo. En eso hay que reconocer que los ingenieros y los guardas han hecho una buena labor. Que da gusto ver el trasiego de pescadores que se organiza en primavera por las riberas de estos ríos de Cazorla y Segura, y por las orillas de sus pantanos, y que dejan sus buenos duros en restaurantes y hostales.
Cuando las sombras de la tarde empezaron a caer sobre el profundo pozo, comenzó el movimiento de mosquitos y con ellos tímidamente el de las truchas. Entonces, cogí río abajo con una cola de cangrejo ensartada en mi anzuelo. Pero ni pesqué, ni me divertí, porque lo mío era el lance y no la espera. Al regresar ya casi oscuro encontré al viejo pescador con dos truchas parejas a sus pies que raspaban el kilo, una arco iris repoblada y una común del río, ambas sacadas con cangrejillo entero.
Desde aquella conversación con el viejo pescador de Mogón, hace la friolera de 44 años, he mantenido viva la curiosidad por saber más de truchas y de cangrejos. Y tengo que decir que aún no he desentrañado el misterio de la distribución de cangrejos en estos ríos de la Sierra del Agua (sierras de Cazorla, Segura y aledañas). Verán. La vertiente atlántica (Guadalquivir) fue cangrejera de antiguo, mientras que la mediterránea (Segura) careció de referencias, más allá de una población relicta en el Segura por Calasparra, y de algún cangrejo suelto por las bajeras de los ríos Madera y Mundo. ¿A qué se debió ese reparto tan desigual en ríos hermanos, que comparten acuíferos, aguas y ecosistemas? Las truchas siguieron patrones diferentes y más uniformes, seguramente condicionados por su primitiva repoblación desde el mar, más allá de haber estado ausentes en arroyos y tramos por la existencia de barreras y cascadas.
Cerrada del Zarzalar, en el río Taibilla, dentro de la cuenca del Segura, donde los cangrejos no fueron conocidos antes de los años 60, salvo en lugares puntuales (foto Luis Cano, 28 de diciembre de 2017)
Para terminar de complicar las cosas, hace unos años se documentó una importación y repoblación de cangrejos en el siglo XVI desde Italia, por encargo del rey Felipe II. Nada que debiera sorprendernos. Desde la más remota antigüedad, el hombre jugó (y lo sigue haciendo) con estas traslocaciones con animales y plantas que creía interesantes para algo. De ahí el lío que subyace muchas veces con las especies autóctonas puras, autóctonas relictas, exóticas naturalizadas y exóticas. Un embrollo que irá en aumento en el futuro, porque hoy días las barreras a muchas especies es casi imposible con el enorme tráfico comercial y de turistas entre todos los continentes.
Pero yendo a esto de los cangrejos, hay científicos que sostienen, con gran eco mediático, que los nuestros provendrían sustancialmente o exclusivamente de aquella repoblación italiana. Por contra, recientes investigaciones sostienen que existen filogenéticas diferenciadas, que sugerirían una presencia más antigua del cangrejo en nuestras aguas. Se habla de unos 40.000 años, lo cual sigue siendo, extrañamente, poco tiempo. ¿Y antes?. Llegados hasta aquí, mi intuición me lleva al relato de que las primitivas poblaciones autóctonas tuvieron que sufrir una crisis o una epidemia masiva, un tipo de peste parecida a las muchas que han azotado al cangrejo, quedando con bastante probabilidad algunas poblaciones acantonados, aisladas y a salvo en las recónditas cabeceras de algunos ríos y arroyos.
Cangrejo de río autóctono (Austropotamobius pallipes) (Consejería de Medio Ambiente, Junta de Andalucía, 2008)
Tampoco se han documentado vestigios paleontológicos (es verdad que de difícil fosilización), ni prehistóricos, ni referencias documentales excesivamente antiguas. Un enigmático vacío que pudo deberse a que había pocos, o a que entonces no se les prestaba demasiada atención. En fin, todo esto del cangrejo de río me resulta curioso, cuando no misterioso. Con el paso del tiempo, los científicos nos irán contando más cosas, aclarando las sombras de su pasado en la península ibérica, y más concretamente en estos ríos de la Sierra del Agua, que son todos los de Cazorla, Segura y las sierras limítrofes, que conforman, como bien sabemos, una única cordillera de similares características geológicas y biogeográficas.
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