El embalse de Rules permanece lleno, mientras que, río abajo, la costa mediterránea granadina, sumida en las luces del atardecer, espera las conducciones y el agua como maná caído del cielo
Como cada verano, desde hace más de 10 años que se terminó el embalse de Rules (río Guadalfeo, Granada), regresan a los medios de comunicación artículos y viñetas que protestan (nuevamente) por la falta de conducciones de la citada presa (ya se sabe que en Granada las cosas llevan su tiempo). No sé que administración es la responsable de ese increíble retraso, si la autonómica, la estatal (lo más probable) o ambas a la vez, dentro de un guirigay en el que ambas se echan la culpa. Mientras, la ciudadanía asiste atónita y excesivamente prudente (según yo lo veo) a este esperpéntico espectáculo, digno del más inverosímil guión ideado para Pepe Gotera y Otilio, esos dos chapuzas a domicilio ideados en 1966 por el célebre Ibáñez. Por supuesto, no culpo a los funcionarios, si acaso a los de Justicia por no haber obligado ya a las administraciones y a sus responsables a tomar una decisión justa, valga la redundancia, que para eso les pagamos. Pero, desde luego, responsables con mayor o menos implicación hay, cómo son los políticos y los gestores al servicio de la sociedad y el interés público. ¡Qué paradoja!
Dos viñetas de este mismo mes de agosto de 2015 publicadas por el periódico Ideal que ironizan sobre las conducciones de la presa de Rules y sobre las infraestructuras granadinas («infraestortugas»)
A lo mejor en el futuro un estudioso recopila la historia, la ordena y nos la cuenta, dando nombres de los principales responsables. Mientras tanto, un decenio de estos la falta de tuberías se resolverá, y en los libros de la historia hidráulica española quedará impreso un capítulo surrealista que se estudiará para sonrojo y sorpresa de las generaciones venideras, capítulo que bien podría tener por nombre «El alucinante caso de la gran presa de Rules y sus inexistentes conducciones».
Esa imponente y brillante obra de la ingeniería hidráulica para regular las impetuosas y generosas aguas del deshielo de Sierra Nevada, a través del río Guadalfeo, fue en su momento una apuesta, cara y arriesgada, largamente ambicionada por sucesivas generaciones de ingenieros de caminos. Había sido proyectada a principios del siglo XX en el Tajo de los Vados, y descartada entonces por la envergadura de la obra y por la elevada tasa de torrencialidad, erosión y arrastres de la cuenca, entonces excesivamente deforestada. Por fin, con una cuenca más corregida, una rentable demanda litoral, con un elevado potencial agrícola (hortofrutícola) y turístico, y unos aportes hídricos asegurados (lo que no siempre ocurre en muchas presas), se decidió iniciar las obras. Estas se culminaron en 2003, ofreciendo una capacidad de almacén de 118 hm3, con unos recursos renovable medios de 150 hm3/año. Esos generosos recursos estaban destinados a mejorar e incrementar la superficie regable litoral, y a extender y garantizar el abastecimiento urbano (en gran parte destinado al sector turístico). Aunque muchos no sean conscientes del todo, el litoral granadino, endémicamente afectado por malas comunicaciones, iba a convertirse con esta obra hidráulica en un auténtico mirlo blanco dentro de la próspera costa mediterránea española, bien comunicada, pero mal dotada en general de recursos hídricos. ¡Qué gran suerte! Pero, mira por donde, faltaba un nimio detalle, hacer las imprescindibles conducciones (y producir energía hidroeléctrica) para dar funcionalidad a tanto esfuerzo ingenieril y económico, y de ahí arranca desde entonces esta increíble y alucinante historia que no es de ficción, sino muy real, desgraciadamente.
Aún así, hay quienes piensan (cándidamente) que la inacción de este último decenio no es tan grave, total, llevábamos toda la vida sin esa presa. Al respecto, son varias las puntualizaciones a hacer. La presa interrumpe desde que se levantó el flujo de sedimentos al delta del Guadalfeo. Son muchas las voces expertas que han alertado de los serios desequilibrios que esto ocasionará en la dinámica litoral, mermada en los imprescindibles aportes de gravas y arenas que necesitan las playas, lo que solo puede remediarse a medias (es un auténtico parche) inyectando más dinero público en nueva obra civil (espigones y protección de paseos marítimos, etc) o, lo que es pero aún, en la regeneración de playas, lo que supone tirar el dinero al mar cada equis tiempo. Esa precisamente era una de las cruces de la obra (se sabía), que debía ser compensada con las caras, representadas fundamentalmente por la extensión y mejora del regadío y el abastecimiento urbano. Pero sin esos beneficios la obra es un total despropósito. Y en el debe hay que seguir sumando los intereses de lo invertido y la amortización del embalse, cuyo tiempo útil para esa obra será de poco más de 50 años. Y queda sumar aún el lucro que podría haberse generado en este largo decenio en el pujante sector agrícola y turístico litoral, una auténtica millonada en dinero, contando también con el ahorro de bombeos, pero, sobre todo, una bendición en puestos de trabajo directos e indirectos, de esos que tan escasos estamos en Andalucía y tanto nos quejamos por no tener (habría que ver cómo hubieran resuelto este retraso hidráulico las comunidades autónomas de Murcia, Valencia y Cataluña).
Como se ve, esta historia de la presa de Rules lleva camino de convertirse en un despropósito monumental, digno del más alocado guión de Pepe Gotera y Otilio, motivo de carcajadas, sino fuera porque es un asunto real y demasiado serio, que afecta al presente y al futuro de miles de personas. A ver si el verano que viene se puede escribir otra crónica bien diferente, llena de esperanza y prosperidad. ¡Ojalá!
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