REGRESO POR NAVIDAD (A UNA FUENTE)

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Mi infancia son los recuerdos de un cortijo y una fuente, sentimientos parecidos a los que han tenidos millares de personas antes que yo, y entre ellas el añorado Antonio Machado (“es el palacio donde nací, con su rumor de fuente”). Vine al mundo recién acabada la guerra civil en un recóndito cortijo de la sierra de Segura, donde pasé los primeros 18 años de mi vida. Hacía finales de los 50 la familia abandonó el cortijo, yo me fui al servicio militar, me casé y emigré a Centroeuropa, a tierras muy diferentes a las de mi infancia, prósperas es verdad, pero gélidas y oscuras. Allí trabajé, me adapté y fue donde nacieron mis hijos y después los nietos, y donde vivo actualmente ya jubilado.

Desde que me fui siempre hice lo posible por regresar cada año por Navidad a mis raíces, al pueblo, al cortijo y, sobre todo, a la fuente. Para mí, ese largo (y costoso) viaje era algo instintivo, lógico, natural. Lo había visto hacer a muchos animales, aves sobre todo. En las noches de luna llena del invierno, precisamente por Navidad y Año Nuevo, sentía el graznido de las grullas pasando muy altas sobre nuestro cortijo camino del sur. Por abril era el canto de los primeros jilgueros en la copa de la noguera. En mayo aparecían las golondrinas en el charco del vado del río. Por junio eran las codornices las que caían exhaustas a nuestras paratas de habichuelas. Y en San Juan eran bandadas de abejarucos las que amenizaban nuestro sopor de principios del estío. Y así, cada mes, cada estación, cada tiempo tenía sus viajeros que volvían a otear en los mismos posaderos del año anterior, a anidar en las mismas ramas, a beber en las mismas fuentes.

Para mí, un animal también que habitaba en el norte, como muchas de estas aves, y para mi familia, la llamada empezaba a producirse por Todos los Santos. El reloj biológico cosquilleaba mis entrañas cuando la nieve era un manto continuo y la claridad del día apenas llegaba al suelo, igual que les debía pasar a las grullas y gansos que ahora veía en los estanques helados junto a mi casa. Era la Navidad que se acercaba, y tocaba ese querido y deseado regreso al cálido hogar, a la familia y al luminoso sur. Desgraciadamente, no pude cumplir ese deseo todos los años, sobre todo al principio con los niños demasiado pequeños. Más tarde, y durante algún tiempo, fue un regreso a mis más queridas raíces, a mis padres, y especialmente a mi madre, la que peor llevaba nuestra ausencia. Fueron Navidades que recuerdo muy gratamente. Por la inexorable ley natural, mis progenitores murieron hace unos años, igual que desde tiempo inmemorial les viene ocurriendo a las golondrinas o a las codornices, mientras que su descendencia sigue acudiendo fiel a la cita. Y yo me apliqué a los mismos dictámenes de esa sabia naturaleza.

Al principio viajábamos todos. Después, al hacerse mayores, los hijos se fueron retirando. No habían nacido en el sur, y para ellos no funcionaba esa apetencia, ese instinto natural. Seguí yendo entonces sólo con mi mujer, eso sí, después de pasar Nochebuena en familia. En el pueblo iba a la casa familiar, en buen estado y mantenida por una hermana. Allí está el cementerio donde yacen mis padres, pero apenas lo visitaba, no me decía nada ese recinto, no me transmitía ningún sentimiento. Prefería ir al cortijo y a la fuente. Como una liturgia bien aprendida, mi mujer y yo cogíamos las garrotas, una navaja, la gorra (que no falte), el macuto con algo de comer y de abrigo, y bien temprano del día 28 de diciembre, el de los Inocentes, tomábamos la vereda del monte que repechaba al cortijo (afortunadamente allí no han llegado todavía las pistas, los vehículos ni la gasolina). Frente a sus ruinas y al esqueleto tumbado de lo que fue nuestra noguera, me sentaba en el poyete del tapial, que se mantiene en aceptable estado. Y, al momento, creía ver salir por la puerta a mi padre de madrugada a echarse agua en la cara, diciéndome ¡Venga niño, espabila, que se nos va el día! Pero no paraba mucho allí, la fuente, unos bancales más abajo, tiraba de mí con una fuerza indescriptible y junto a ella era donde quería estar cuanto antes. Estropeada, como todo lo que se abandona, y solitaria, sigue dando un buen chorro, un agua fría como la nieve que viene de los calares que coronan el valle. Era ponerme a su vista y un escalofrío me recorría el cuerpo. Era precisamente allí donde con más intensidad me reencontraba con mi madre, jovial, alegre, lozana, guapa, con el cántaro a la cadera y cantando. Y pasado ese dulce trance, se me atropellaban los recuerdos. Allí nos juntábamos a jugar la chiquillería de los cortijos próximos. Era donde se iba a por el agua de la casa, a regar, a lavar, donde se majaba el esparto, se hacían las matanzas. Era, en definitiva, el centro de la vida social de los serranos que andábamos desperdigados por aquellos andurriales.

¡La Navidad y la fuente otro año más! ¡Qué recuerdos Dios mío! Entonces, abrazado a mi compañera de toda la vida, aquella niña morena de ojos negros, guapísima, con la que jugaba de pequeño en esa misma fuente, repasábamos juntos una vez más, y en silencio, nuestra vida, durísima en lo material, pero feliz en lo espiritual. Allí, al rumor de aquellas aguas, la rondé ya de moza durante varios veranos, hasta que al final junté el valor suficiente para declararme un 28 de diciembre de hace hoy 57 años. ¡Cómo no voy a querer a esta fuente! ¡Cómo olvidarla! ¡Cómo no rendirle al menos una visita al año!

Completamente feliz, lleno, aliviado, como el que ha cumplido con un deber inexcusable, me sentía flotar por la vereda de vuelta al pueblo. Desde la cuerda cimera, desde ese puntalillo donde de pequeño siempre me detenía a tomar resuello, me volvía a echar una última mirada al lejano valle forestal, donde descansaba la fuente, todo ello coronado por altivos y blancos calares, antes de trasponer y decirle definitivamente adiós. Y en el silencio de aquellos riscos perdidos, donde hoy sólo habitan las cabras monteses y las águilas, pido siempre con todas mis fuerzas un mismo deseo: que no sea esta la última vez, que la vida nos dé la oportunidad de volver allí juntos la Navidad próxima.

12 Comments

  1. Jose Torres 17 diciembre, 2014 / 11:49 - Reply

    Es inevitable emocionarse cuando uno se siente tan identificado con un escrito tan lleno de proximidad y calor. Salvando algunos matices ,pero manteniendo la esencia , y hablo en primera persona, sigo con la misma liturgia el ritual de la Navidad. Y al igual que la veleta de la pelicula de Victor Erice, desde hace unos días sólo miro al Sur.También ha comenzado la etapa de ir dejando hijos atrás,fue muy dura la primera Navidad en la que nuestro hijo mayor decidió no acompañarnos. La pequeña,ya mayor de edad, sigue viniendo.No concibo unas Navidades fuera del paisaje, las voces y las personas en las que me reconozco.Así pues ,hago las maletas y cogido de las manos de mi compañera y mi hija me aguardan las fuentes y el calor que buscamos. A todos Felices Fiestas , y un recuerdo muy especial para aquellas personas que queriendo no pueden pasarlas en su tierra.

  2. Alfonso Castillo 18 diciembre, 2014 / 16:41 - Reply

    Un texto maravilloso para estos días, y realmente emociona leer a ese español emigrante que aún cuida de sus costumbres en fechas navideñas. Me enseña que nunca que olvidar ni descuidar la esencia ni los orígenes de uno mismo. Al leerlo, parecía que me estaba teletransportando a ese lugar, a la vera de los dos en la fuente. Un abrazo y gracias por compartirlo.

  3. Rocioy 18 diciembre, 2014 / 18:13 - Reply

    Ay, Antonio, me he emocionado con tu relato. Eres un hombre muy sencillo y lleno de vida. Qué suerte de fuente y de vida. Un abrazo y que vayais muchos muchos años más juntos a la fuente

  4. Serafín y familia 18 diciembre, 2014 / 22:20 - Reply

    Precioso y emocionante relato tan duro y sensible a la vez. Nos ha encantado sobre todo a Serafín. Un abrazo y FELIZ NAVIDAD A TODA LA FAMILIA y nuestros mejores deseos para el nuevo año.

  5. Margarita 19 diciembre, 2014 / 10:57 - Reply

    Feliz navidad Antonio, que relato mas emotivo, es un placer leerte!

  6. ANTONIO GÁMEZ LÓPEZ 19 diciembre, 2014 / 21:21 - Reply

    Este emotivo relato remansa nostalgia y sentimientos, es un recorrido a lo vivido por este hombre que nos recuerda el avance de un reloj biológico, que en el fondo nos hace más parecidos de lo que a veces aparentamos. Son recuerdos que marcan el alma y que son los esenciales. Empieza parafraseando a Antonio machado, en ese principio que se pierden en el tiempo y que en realidad son nuestros orígenes. Con afecto Felices Navidades.

  7. José Luis Muñoz 20 diciembre, 2014 / 19:50 - Reply

    Es curioso como cuando somos mas inexpertos, inconscientes, frágiles…..niños en definitiva, grabamos los recuerdos con especial intensidad. Feliz Navidad.

  8. Granada es Agua - Nacho 20 diciembre, 2014 / 23:39 - Reply

    Antonio, es una dicha que hayas compartido con nosotros esta bonita experiencia de vida y como cada detalle te envuelve y te pone los sentimientos a flor de piel. Como siempre, a tus pies por tu trabajo y por cómo lo comunicas. Un fuerte abrazo!

  9. Paisajes del Agua. Antonio Castillo
    Paisajes del Agua. Antonio Castillo 31 diciembre, 2014 / 11:06 - Reply

    Antes de que el calendario volteé la página de este 2014, quiero dar las GRACIAS a todos y cada uno de los autores de los 8 comentarios recibidos hasta el momento al artículo “Regreso por Navidad a una fuente”. José, qué puedo decirte, que me ha sorprendido la similitud que manifiestas con el protagonista del relato, con esa veleta que mira al Sur en esta época navideña. Alfonso, siempre tan atento con toda esta gran familia de los Castillo, no podía faltar tu comentario. Rocío, tus letras rebosan sensibilidad, la misma que vierten tus pinceles en esas bellas acuarelas que haces. Serafín y familia, sabéis de sobra que gran parte de vuestras vivencias son similares a las reflejadas en el relato, sois parte del paisaje de esas benditas sierras de Cazorla y Segura. Margarita, me alegra que te emocionara el texto. Antonio, me halaga tu comentario viniendo de un serrano tan auténtico como eres. José Luis, muy acertada desde luego esa reflexión que haces sobre la infancia y los recuerdos. Y Nacho, soy yo el agradecido por ser tú quién compartes algunos de mis escritos a través de “Granada es Agua”. A todos, de nuevo, gracias, Feliz Navidad y próspero 2015

  10. Rosa Monsalve Morenilla 1 enero, 2015 / 20:52 - Reply

    Querido Antonio, acabamos de recibir con emoción la visita de nuestro hijos que, desde tierras gélidas y oscuras de Centroeuropa ,-aunque para ellos ahora su hogar- ,han vuelto a “su pueblo, su cortijo, su fuente”. Ahora , ya en la triste despedida, he encontrado un ratito para leer este entrañable artículo, que hemos recibido como felicitación de Navidad. Gracias por compartirlo con nosotros. Ahora especialmente lo he disfrutado y aunque un poco triste , te transmite la ilusión de que siempre habrá un punto de encuentro en el “nido” ; en las raíces. que, como hilos misteriosos nos mantienen unidos en la distancia.
    Que 2015 nos llene de nuevos reencuentros y sepamos disfrutarlos… ¡Gracias de nuevo!

  11. Angel Ramos Salas 3 febrero, 2015 / 17:06 - Reply

    Querido Antonio, después de haber leído esta preciosa historia y haber leído los distintos comentarios me parece casi una osadía hacer otro más, pero me atreveré.
    Una de las cuestiones más importantes en la vida es no olvidarnos nunca de nuestro orígenes sentirnos orgullosos de ellos y rememorar los afectos y buenos momentos que recordamos, sin lugar a dudas también habrá otros no tan positivos, pero aquí es donde actúa esa memoria selectiva que todos llevamos.
    Sin lugar a dudas emocionante y bella historia en la que se manifiestan muchos sentimientos familiares, infantiles y afectivos.
    Una vez más gracias por hacernos participes de ellos.
    .

  12. Paisajes del Agua. Antonio Castillo
    Paisajes del Agua. Antonio Castillo 11 febrero, 2015 / 11:27 - Reply

    Queridos Rosa y Antonio, gracias por compartir en público vuestros sentimientos y reflexiones al hilo de este “Regreso por Navidad”, tema, que, efectivamente, nos toca muy de cerca a muchos de nosotros que tenemos hijos que están (o estarán) fuera buscándose la vida. Ese regreso al nido y a las raíces creo que es universal. Un abrazo

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