La segunda desecación del campo español, ahora el turno de manantiales y ríos

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El panorama de tramos de ríos secos en verano empieza a ser habitual en Andalucía

 

Lo que se dice en este articulillo  no es agradable de leer, pero si quieren seguimos mirando para otro lado. Nuestros manantiales y ríos se secan. Este verano he recorrido buena parte de Andalucía haciendo un documental de sus ríos. Qué quieren que les diga, que he terminado muy triste con lo visto. Muchos “ríos” los he encontrado completamente secos, otros apenas con un mísero caudal, en demasiadas ocasiones de aguas residuales, y sólo unos pocos, muy pocos, relativamente aceptables. Les propongo un experimento. Si van de copilotos, asómense por la ventanilla del coche cuando un cartel de carretera les avise que está a punto de atravesar el puente de un río. La mayoría de las veces se preguntarán ¿dónde está?. Y la pena es que nos estamos acostumbrando resignadamente a verlos así, como canales secos, que sólo llevan agua en épocas de lluvias (o ni eso) y no cómo auténticos ríos de aguas permanentes. No dejarse confundir con los efímeros episodios de desbordamientos e inundaciones, habituales en el clima mediterráneo. Este proceso de desecación de nuestros ríos es notorio y progresivo, y está siendo motivo de numerosos artículos científicos, de divulgación y de opinión. Con éste, sumo uno más a la lista, en lo que he dado en llamar la segunda desecación del campo español. La primera fue la de los humedales a principios del siglo XX, y vino de la mano de zanjas y canales. Esta segunda es más compleja, y en ella tienen que ver tanto los represamientos y derivaciones abusivas de los ríos (sin respetar caudales ecológicos), como la sobreexplotación de las aguas subterráneas, con un efecto importante también del omnipresente cambio climático. Fundamentalmente, lo que les está ocurriendo a los ríos es que estamos secando sus nacimientos, los únicos aportes que los mantienen vivos durante el estiaje en el clima mediterráneo (ver El árbol y el río).

Muchos de ustedes habrán oído hablar de la Ley Cambó, en honor al ministro que en 1918 la hizo posible. Fue la ley que promovió la desecación de los humedales españoles a través de todo tipo de facilidades, incluido el acceso a la propiedad de la tierra “recuperada”. Hay que recordar que eran tiempos en los que apenas existía sensibilidad alguna por el medio ambiente, con limitados conocimientos de ecología. Es evidente que no podemos enjuiciar esa ley con los condicionantes actuales, de forma que a la par que se ganaron terrenos para la agricultura, hubo una irreparable pérdida ambiental. Humedales había entonces muchos por toda España, a criterio de los agricultores demasiados terrenos estériles e improductivos, sino fuera, si acaso, por las cacerías de acuáticas que se llevaban a cabo en los más importantes. Vaguadas, depresiones, hoyas, navas, vegas, llanuras aluviales y costeras, etc. eran frecuentemente zonas encharcadizas en invierno o láminas de aguas libres permanentes, merced a aportes subterráneos, entonces abundantes y a flor de tierra en amplias zonas. Terrenos llanos, afables y fértiles demasiado húmedos en los que no se podía cultivar y sacar provecho alguno. Áreas además que impedían el paso o se consideraban insalubres y foco de infecciones para las poblaciones próximas. Para todos esos terrenos húmedos vino la “benefactora” ley a incentivar el drenaje y sangrado, la desecación en definitiva. Aquella podríamos decir que fue la primera desecación a gran escala del campo español. No obstante, la riqueza de aguas era tal (hay que tener en cuenta que el regadío estaba entonces en mantillas y apenas existía explotación de aguas subterráneas), que aún quedaron diseminadas y desperdigadas infinidad de zonas húmedas en vaguadas, regueros, barrancos, charcas, lagunas, manantiales y riberas, que siguieron dando cobijo, alimento y agua a la fauna silvestre.

Y en esas hemos permanecido hasta que una nueva ley, esta no escrita (pero que va contra la Directiva Marco del Agua), se ha empeñado en los últimos decenios, con poca oposición social, en llevar a cabo una segunda desecación a gran escala del campo español. Me refiero a la seca de manantiales y ríos a través del descontrol y abuso en la extracción de aguas subterráneas, especialmente para nuevos regadíos (olivos, maíz, frutas y hortalizas), muchos localizados en el sur y este peninsular. Soy hidrogeólogo, y defiendo la (buena) utilización de estas valiosas aguas ocultas, pero siempre bajo el principio sagrado de una explotación sostenible económica y ambientalmente. Pero no, llevamos demasiado tiempo aplicado, con la indolente pasividad de las autoridades competentes, en extender el regadío mientras haya aguas subterráneas al alcance, aunque estén bien profundas y los niveles no se mantengan. Y claro, como era previsible, en enormes extensiones, especialmente de zonas agrícolas y bordes de sierras, hemos deshidratado la tierra, de forma que en ella ha dejado de manar el agua de forma natural (o está en ello), y manantiales, arroyos y ríos, por ese orden, vienen viéndose afectados en cadena. Y todo a una velocidad que da miedo, a ojos vista de muchas gentes mayores del campo, a las que se les saltan las lágrimas cuando echan la vista atrás hacia las aguas que conocieron y las (irreconocibles) que les están dejando a sus nietos.

Mientras, muchos “instruidos” y medios de comunicación nos consuelan haciéndonos creer que la culpa de este desaguisado la tiene el cambio climático, esas pertinaces (¿les suena esa adjetivo?) sequías que nos asolan. Un viejísimo recurso ese de la humanidad de no asumir culpa directa alguna, buscando en descargo a un chivo expiatorio. Por supuesto que el cambio climático, sobre todo el calentamiento global, está influyendo en el agotamiento de nuestros ríos y nacimientos, pero no tanto, ni tan deprisa, como lo están provocando las derivaciones y los bombeos ilegales o insostenibles que campan a sus anchas por España. Y en todo esto, que quede bien claro, no echo la culpa a los agricultores y demás usuarios del agua, que se aprovechan de la situación, cuando no son víctimas del desgobierno hídrico, que los ha empujado a entrar en esta carrera depredadora y perforadora (con el consentimiento administrativo), al secárseles sus fuentes o ríos por culpa de otros. Un proceso pernicioso, que una vez desencadenado es muy difícil de detener.

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El regadío con aguas subterráneas, aunque éste sea eficiente, será insostenible a medio-largo plazo en amplias zonas del sureste español, donde la recarga pluviométrica es demasiado escasa

 

Como todo proceso de desecación, y si nadie lo remedia, éste será progresivo y llevará bastante tiempo. Aún quedarán a salvo reductos especialmente húmedos, zonas de montaña, espacios protegidos, grandes nacimientos y ríos, a los que no afectarán tan directamente los bombeos, sino otras causas, entre ellas, ahí sí, el cambio climático antes aludido. No obstante, me temo que la especulación del agua por su alto valor económico y las imperiosas necesidades de conseguirla, harán que nos vayamos arrimando a esos territorios “vírgenes” poco a poco. ¿Qué será de la vida en esas extensas áreas donde ya no corre agua limpia durante los largos estiajes, salvo si acaso la que sale por goteros o aspersores de riego? ¿Qué será de mamíferos, aves, abejas o anfibios?

A finales de la década de los 70 del siglo pasado, Miguel Delibes, aquél escritor y cazador que defendía el mundo rural de su querida Castilla la Vieja, vaticinó la desaparición de la perdiz roja y de la codorniz de Castilla. Nadie le hizo caso, entre otras cosas porque los remedios iban en contra del “progreso” agrícola. Quizás fuera también porque esos pájaros (ojo, indicadores de otros profundos cambios en el medio ambiente) servían para poco, que no fuera para la diversión de la caza. Delibes llevó (desgraciadamente) razón. Esta segunda desecación del campo español que numerosos expertos están vaticinando arrastrará igualmente  consigo la desaparición de otras especies animales. Veremos a ver si éstas también sirven para poco.

No saben ustedes lo que siento ser portador de malos augurios. Pero no los puedo olvidar ni silenciar. Más me entristece a mí ver cómo las aguas de manantiales, arroyos y ríos, y la vida que de ellas depende, nos van abandonando de nuestros campos a pasos agigantados.

 

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Etiquetado en Ciencia, Reflexiones

8 Comments

  1. Jorge 8 septiembre, 2016 / 15:23 - Reply

    A largo plazo el problema no es grave, porque entre la vida que va despareciendo estará la del ser humano como especie, y el planeta recuperá todo su explendor. Lamentablemente no habrá nadie que lo juzgue por crímenes de guerra o genocidio y el ser humano se irá de “rositas”; tan solo la extinción no repara el daño causado

    • Paisajes del Agua. Antonio Castillo
      Paisajes del Agua. Antonio Castillo 11 octubre, 2016 / 18:38 - Reply

      Es verdad. Las especies pasan y la tierra sigue. Ahí la única pega es que dejáramos la tierra es malas condiciones, léase por radiactividad o contaminación. Y aún así se recuperaría. El tiempo geológico todo lo borra.

  2. Rosa 27 septiembre, 2016 / 12:10 - Reply

    Muestras un panorama desolador que, desgraciadamente, es bien cierto. Hablas también del “efecto importante del omnipresente cambio climático”, ¿Piensas realmente que tiene un efecto claro sobre nuestros ríos? Se conocen bien las variaciones en la temperatura (en ascenso) pero el tema del cambio en el régimen de las precipitaciones aún no está bien claro. Personalmente desconozco estudios concluyentes al respecto en la franja Mediterránea.
    Gracias siempre.

    • Paisajes del Agua. Antonio Castillo
      Paisajes del Agua. Antonio Castillo 11 octubre, 2016 / 14:02 - Reply

      Hola Rosa, cuando hablo de cambio climático (una redundancia, como bien sabes, porque el clima es por naturaleza cambiante) me refiero sobre todo al aumento de las temperaturas, sobre lo que no hay discusión. Otra cosa es conocer la influencia porcentual del hombre sobre las dinámicas naturales en todo ello. Sobre el cambio en el régimen de las precipitaciones la cosa se complica, y ahí no me atrevo a entrar. Lo que si es cierto es que una elevación de la temperatura aumenta las pérdidas por evapotranspiración, al tiempo que disminuye las aportaciones sólidas, y ambos factores influyen en una disminución del caudal estival de nuestros ríos.

  3. Rafael Hernnandez del Águila 4 octubre, 2016 / 8:48 - Reply

    La voz que clama en el desierto( Y nunca mejor dicho) Unas gotas de lucidez en esta sequía de sensatez que amenaza con devorarnos. ¡Y todo en medio de la sociedad de la información y el Conocimiento! Lo dicen, nos lo dicen y nos lo creemos respirando hondo.

    • Paisajes del Agua. Antonio Castillo
      Paisajes del Agua. Antonio Castillo 11 octubre, 2016 / 13:49 - Reply

      Querido Rafael, veo que tu comentario es más bien un quejido o un desgarrado grito. La desgracia, es que llevas razón. Las voces del uso sostenible de nuestros recursos se pierden en el desierto de la sociedad de la información y del conocimiento, que, según parece, no le interesa el agua. A lo mejor inventa un líquido (o una pastilla) que la sustituya. Sí, creo que podemos estar tranquilos. Sigamos respirando hondo.

  4. Chema Gómez 4 octubre, 2016 / 18:22 - Reply

    Pues la foto me recuerda un montón a una zona de riego que conozco cerca de Bugéjar, Almería, en el extremo del campo de la Puebla de Don Fadrique, o como yo le llamo, el desierto plantado de lechugas

    • Paisajes del Agua. Antonio Castillo
      Paisajes del Agua. Antonio Castillo 11 octubre, 2016 / 13:33 - Reply

      Hola Chema, la foto es de una de tantas depresiones del sureste español, que bien podría ser la del Campo de la Puebla (pero que no lo es). Quizás la bondad de esa imagen es que representa un tipo de paisaje muy extendido ya, dónde cultivos primorosamente irrigados comparten territorio con cárcavas, palmitos y otras plantas esteparias. Toda una paradoja

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