Icono del espacio temático dedicado en la población de Orcera a la Provincia Marítima de Segura de la Sierra (1748 a 1833)
Con la colaboración de David Oya
La sierra de Segura (Jaén, Albacete y Murcia), sobre todo, pero también la de Cazorla y aledañas, fue en épocas pasadas, ya lo sabemos, manadero de abundantes aguas y criadero de extensos pinares. Pinos y aguas propiciaron una valiosa combinación para que, desde tiempos remotos, la madera se convirtiera, aparte de en combustible universal, en materia prima de primera necesidad. Una vez más, el agua de la Sierra fue precioso recurso, no solo para generar pastos, cargar regueras o dar de beber, sino también para exportar por flotación las maderas, en lo que se llamarían maderadas. De eso quiere hablarles este artículo, de cómo largos troncos de pinos salgareños (y también resineros o negrales) se echaban a navegar por los ríos serranos, de la epopeya de pastorear las maderadas hasta lejanos mares, de aquellos duros hacheros, ajorradores y gancheros que las hacían posibles. Quedan fuera otras muchas hazañas relacionadas, como las de los barcos construidos con estas maderas que sufrieron tempestades y se batieron el cobre en encarnizadas batallas, como la de Trafalgar, cuando España era potencia comercial y militar. Para esbozar como fue aquel singular pastoreo fluvial de pinos durante, como mínimo, diez siglos, hemos seleccionado una pequeña ventana temporal, la de la Provincia Marítima de Segura de la Sierra (1748-1833).
Conviene recordar que las sierras de Segura, Cazorla, Alcaraz y adyacentes fueron (y son) uno de los más extensos bosques madereros de España. En un inventario de 1785 se hablaba de 264 millones de árboles (entre pinos, robles y encinas fundamentalmente), de los que 110 millones eran pinos salgareños. Estos pinos, cuyas esbeltas siluetas son hoy querido emblema de estas sierras, siempre fueron muy apreciados para construcción por sus derechos y robustos fustes, si bien los pinos resineros lo fueron también por su mayor ligereza y menor longitud.
Extensos bosques de pinos, red de ríos flotables e imperiosas necesidades de abastecimiento de maderas conformaron el cóctel perfecto para que la Corona pusiera sus ojos en la explotación forestal de estas sierras a partir del siglo XVIII. Se abolía con ello el régimen de aprovechamiento comunal (y también privativo) que había imperado desde las Órdenes del Común de 1580, lo que sería motivo, desde entonces, de infinidad de abusos, depredaciones, litigios y enfrentamientos entre administraciones y serranos.
La explotación se inició en 1733 con la creación del Real Negociado de Maderas, dependiente del Ministerio de Hacienda, para la construcción de la Fábrica de Tabacos de Sevilla, así como para el abasto general de maderas, que llegarían a utilizarse en gran número de edificios nobles. Las maderas llegaban por el Guadalquivir hasta el puerto de Sevilla, donde se construirían los almacenes Segura (en honor al lugar de procedencia de las maderas). Aquello fue el germen de la Provincia Marítima de Segura de la Sierra, que se crearía en 1748 con la promulgación de la Ordenanza de Montes. Ello supuso una excepcionalidad para unas tierras de interior, cuando las provincias marítimas estaban localizadas en franjas litorales y áreas insulares, en especial cerca de los puertos de Cádiz, Cartagena y Ferrol.
La Provincia Marítima englobó un amplio perímetro alrededor de las sierras de Segura y Cazorla, en las provincias de Jaén, Albacete, Murcia, e incluso Ciudad Real. Grosso modo, el territorio coincidía con lo que se había conocido en épocas antiguas como Monte Oróspeda o de forma genérica como montes orospedanos. Solo quedaron significativamente fuera las sierras septentrionales de la provincia de Granada, con más complicada saca y para las que fracasó la construcción de un alucinante canal navegable desde las fuentes del río Guardal hasta el puerto de Cartagena. Bajo dominio de los ministerios de Hacienda (Real Negociado de Maderas) y de Marina (Provincia Marítima) se dice que quedó una superficie próxima a las 900.000 hectáreas, pertenecientes a más de 50 poblaciones (se recuerda que el Parque Natural de las Sierras de Cazorla, Segura y Las Villas posee 210.000 hectáreas).
Delimitación aproximada de la Provincia Marítima de Segura de la Sierra en el año 1805 (detalle del mapa de España y Portugal, 1872. Instituto Geográfico Nacional)
Para hacer efectiva la explotación existió un Tribunal de Marina en Orcera y dos intendencias, una en Cartagena (aguas mediterráneas) y otra en Cádiz (aguas atlánticas). Llegó a existir incluso tropa, junto a un cuerpo de guardas de marina, que sustituyeron a los caballeros de la sierra o a los ballesteros de monte, que venían ejerciendo desde antiguo las funciones de guardería forestal en los montes comunales. Los litigios fueron continuos, sobre todo por las limitaciones ganaderas y los numerosos incendios provocados para generación de pastos, de forma que llegaron a dictarse duras penas de presidio en arsenales y en África, trabajos forzados y destierros.
La explotación se iniciaba con el marcado de los pinos por los delineadores. El derribo, desrame, pela y labra de los árboles se realizaba preferentemente con hacha entre los meses de marzo a mayo. A partir de entonces empezaba el ajorro o arrastre de los troncos en carretas y el transporte por los ríos de cabecera, aprovechando las aguas altas de los deshielos, hasta los principales botaderos, aguaderos o playas, donde los palos se apilaban en cambras. Ahí quedaban secándose al sol durante el verano hasta la llegada de las lluvias otoñales, cuando se iniciaban las flotaciones por los ríos principales huyendo de las crecidas. Comenzaba una apasionante aventura fluvial de meses que terminaba en Córdoba, Sevilla o Cádiz, cuando las conducciones se hacían por el Guadalquivir, o, en menor medida, en Calasparra, cuando se hacían por el Segura, sitio en el que se estrechaba el río y era necesario sacar la madera para conducirla en carretas hasta Cartagena.
Pineros en la cerrada de Utrero, en el río Guadalquivir (detalle de una fotografía de Luis Cano Ramos, alrededor de 1950)
El río Segura presentó siempre mayor dificultad para las maderadas por su relativa pendiente, trancos rocosos y menores caudales que el Guadalquivir. Aquí el pastoreo de pinos prácticamente se realizaba de a uno. Para dejar ciertos pasos expeditos hubo incluso que barrenar algunos estrechos, lo que entonces se conocía como «apañar el río». Fue el caso de las casas de la Toba, Cantanal de la Laguna, estrechos de Gontar, Paralis y de la Graya, puente de Yeste, estrechos del Infierno y de Almazarán, muelas de Robledo, estrecho de Carrizales y los Almadenes de Calasparra.
También era frecuente levantar pequeñas presas para facilitar las flotaciones, abriendo y cerrándolas a conveniencia, así como apilar troncos en las orillas (adobos) con el fin de hacer tiro e incrementar la velocidad de la corriente por el canal central. Las maderas se sacaban en hileras y en almadías (con los troncos unidos) cuando el mayor caudal lo permitía. De forma simbólica, se utilizaron ocasionalmente chalanas o barcazas para arrastrar las maderadas.
En aquellos tiempos hubo un auténtico ejército de hacheros y una carretería real, que llegó a contar con hasta 300 pares de bueyes. Pero si el personal de tierra era numeroso, no se quedaba atrás el de agua, las «gentes del río», los pineros, gancheros o bicheros, auténticos equilibristas encargados de pastorear las maderas por los ríos. En esa tarea participaban cientos de personas, perfectamente organizadas, constituyendo un auténtico poblado en marcha.
Acarreo de madera en la sierra de Segura. En la época de la Provincia Marítima llegó a existir una carretería real con hasta 300 pares de bueyes (foto Arturo Cerdá. Fototeca Forestal Española, INIA, 1916)
La Provincia Marítima y el Real Negociado de Maderas convivieron con severas desavenencias mutuas hasta la década de los 30 del siglo XIX. Años después, una nueva Ordenanza encomendó a las Direcciones Generales de Montes la continuación de los aprovechamientos, que se prolongarían hasta los años 50 del siglo pasado. El ritmo de las extracciones no decayó en absoluto, destinándose las maderas a actividades mineras (apeadero del puente Ariza, para surtir al distrito de la Carolina-Linares) y a traviesas para los ferrocarriles españoles (RENFE, tras la Guerra Civil).
Hoy, en los albores del siglo XXI, cuesta creer que por modestos ríos como el Borosa, Gracea, Aguamula, Aguascebas, Trujala, Hornos, Guadalentín, Zumeta, Tus, Madera o Mundo se pudieran conducir aquellos largos y pesados troncos. Tampoco podrían navegar ya por ríos principales como el Guadalimar, Guadiana Menor, Guadalquivir o Segura, continuamente interrumpidos por presas y con caudales bastante más bajos que los de antaño. Seguramente, la diferencia estaba entonces en la práctica ausencia de regulación y derivación de las aguas, y en mayores nevadas y deshielos, inmersos en la Pequeña Edad del Hielo.
p.d. Una versión similar de este artículo fue publicada en el libro “La Sierra del Agua, 120 viejas historias de Cazorla y Segura” (abril de 2018), bajo sello de la Editorial Universidad de Granada
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