Para los que nos gusta (mucho) el agua y la cultura, que ambas cosas van unidas casi siempre, hay en España lugares-icono, verdaderos santuarios que deberíamos visitar al menos una vez en la vida. Son sitios en los que el alma se eleva y el bienestar invade el cuerpo. Refugios que crean adicción en nuestro subconsciente, y a los que volvemos cada vez que podemos. Uno de ellos es, sin dudas, el Parque del río Piedra y su monasterio aledaño. La verdad es que no es fácil llegar allí, a trasmano de casi todos sitios, seguro que uno de sus atractivos para muchos. Por la autovía A-2, dirección Madrid-Barcelona, hay que coger la salida 204 (Alhama de Aragón – Monasterio de Piedra), o bien, en la misma autovía dirección Barcelona-Madrid, la salida 231(Nuévalos – Monasterio de Piedra). A unos 230 km de Madrid, cerca de Calatayud, se encuentra el pueblo de Nuévalos, hacia donde nos dirigen los carteles anunciadores del «Monasterio de Piedra«. Muy cerca también se halla otro lugar mágico del agua, el balneario de Alhama de Aragón, pero esa es historia para contar en otra ocasión.
Por una modesta carretera comarcal, el viajero avanza sorprendido. Avanzamos por una meseta esteparia hasta donde alcanza la vista, sin mayor atractivo aparente. ¿Me habré perdido? Pero no, paciencia, de forma inesperada la carretera desciende y caemos de bruces en una verde hoz. Allí se esconde el tesoro que buscábamos, porque hubiera sido imposible encontrarlo «por casualidad». Un verdadero oasis de frescor y vida dentro de los páramos esteparios de ese perdido lugar.
Agua, mucha agua, encajada entre tajos y grutas, dan sustento y protección a una densa arboleda, que crece allí protegida de heladas y cierzos. Desde luego, queda claro por qué el lugar fue colonizado desde la más remota Prehistoria, haciendo la vida más amable a sus pobladores. Primero fueron abrigos y cuevas, mas tarde chozas, castillos y hasta monasterios. En la era cristiana, los reyes aragoneses tuvieron allí punto de retiro en el castillo de Peña Vieja o de Piedra, al que sucedería un monasterio cisterciense. Como se ve, el sitio era disputado. Hoy, a la entrada de la hoz, nos recibe un noble edificio, una reliquia viviente que se mantiene erguida y relativamente lozana. Es el monasterio de Piedra, aunque su nombre completo es el de Real Monasterio de Santa María de Piedra. Lo fundaron 13 monjes cistercienses que recalaron por allí en 1194. Sabían donde se metían, y la orden se mantuvo en el mismo lugar, nada más y nada menos que hasta 1835. ¡¡Casi 700 años!! Desde el abandono del monasterio, como suele ocurrir en estos casos, el edificio sufrió diferentes vicisitudes, ruinas y saqueos. En 1983 fue declarado «Monumento Nacional«.
Claustro del monasterio de Piedra (siglo XIII)
Detalle de una de las plantas de antiguas celdas, rehabilitadas hoy como confortables habitaciones de hotel
Desde hace unos años, la parte del monasterio destinada a alojamiento, donde se encontraban las celdas, fue rehabilitada como hospedería, con lo que el sitio permite actualmente disponer de la extraordinaria comodidad que ello ofrece. Desde el mismo hotel, que nada tiene que envidiar al más regio Parador Nacional, se realizan visitas guiadas (previa obtención de la correspondiente entrada) al resto del monasterio y al Parque del río Piedra, que dispone también de exhibición de vuelo de aves rapaces.
Exhibición de aves rapaces, a la entrada del parque
Pero vayamos al agua y a sus paisajes, el motivo del monasterio y de su larga historia anterior. El lugar fue declarado «Paraje Pintoresco Nacional«, en 1945, y «Conjunto de Interés Cultural» (en la categoría de Jardín Histórico), en 2010. El parque está cercado y perfectamente habilitado para el turismo con zonas de descanso, servicios y unos 5 km de sendas (unas 2 horas y media de recorrido), que van enhebrando la mayoría de los rincones y paisajes de mayor interés (cascadas, lagos, grutas, túneles…). La verdad es que la combinación y secuencia de elementos diferentes le da un ritmo muy atractivo y sugerente a la visita. Siempre bajo el manto protector (de frío y calor) del agua y de su soberbia arboleda asociada. En ella destacan pies de enorme porte, como plátanos de sombra, almeces y castaños de indias, con intercalaciones de fresnos, chopos, saúcos, tejos, higueras y nogales. El juego del agua es continuo en chorreaderos, saltos y cascadas, potenciadas por «mesas», escalones y trancos creados por deposiciones de toba calcárea. De ahí seguramente el nombre dado al río, como impenitente creador de caprichosas formas de precipitados rocosos.
Muy impactante es la bajada a través de un túnel del lateral derecho de la cascada de la Cola de Caballo (50 metros de altura), así como la prospección de la oscura Gruta Iris, accesible al público desde 1860. Fue precisamente por esos años cuando se relanzó turísticamente el entorno. En 1867 se creó el primer centro de piscicultura de España de trucha común y cangrejo ibérico junto al lago del Espejo y la Peña del Diablo, otros rincones emblemáticos del recorrido. En todo ese bien hacer es de justicia mencionar a don Juan Federico Muntadas, «descubridor» y enamorado del lugar, artífice de lo que con el tiempo llegaría a ser este parque.
El recorrido se hace subterráneo en algunos tramos
En definitiva, si no conocéis el lugar, apuntarlo en lugar preferente de vuestra agenda de «lugares del agua por visitar». Y, en cualquier caso, si alguna vez pasáis por la autovía que une Madrid con Zaragoza, recordar que, escondido en un desfiladero, se encuentra un magnífico lugar donde hacer un alto en el camino de tantos kilómetros y velocidad. Y si es con noche incluida, muchísimo mejor. Muy recomendable también perderse allí en una escapada de fin de semana.
Río Piedra, con típicas pozas en escalera formadas por deposiciones de toba calcárea
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