«La Sierra del Agua», una lectura veraniega refrescante

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Los estrategas de la edición de libros están de acuerdo en que la mejor época para sacar al mercado sus productos es al final del otoño, con la Navidad tocando a la puerta. Sin quitarles razón, a mí me gustan mucho las novedades de verano, esas que salen cuando andas gozoso planificando las vacaciones y qué libros llevarte a ellas. Yo creo que igual que las bicicletas son para el varano, los libros también. Para la ocasión, en los albores de este verano de 2016, recupero la crónica de un libro que vio la luz en mayo de 2012, La Sierra del Agua, 80 viejas historias de Cazorla y Segura, de la Editorial Universidad de Granada. Una obra «rara» dentro del ámbito académico, que se sumerge en la etnografía del agua, lejos de sesudas investigaciones científicas. Eso sí, el libro vino auspiciado por el proyecto «Conoce tus Fuentes», que acababa de conseguir el Premio Andalucía de Medio Ambiente y el Premio Medio Ambiente de la Fundación Caja Rural. Precisamente, la dotación económica de éste último fue el germen de «La Sierra del Agua», sobre la relación de los hombres con el agua en un territorio de montañas, en gran parte salvaje, de más de 300.000 hectáreas. A esta tarea nos dedicamos en cuerpo y alma durante un año un servidor y David Oya, que nada más empezar los trabajos de campo tuvimos claro que teníamos que incorporar al proyecto editorial a colaboradores locales, nacidos o de adopción, buenos conocedores de las historias (cortas, sobre 1.000 palabras cada una) que queríamos contar.

La primera edición salió con 80 historias y 20 colaboradores. Aparte de intentar conseguir un libro «amable» y entretenido, el prestigio del sello editorial y una intensa promoción fueron determinantes para cosechar una excelente acogida. Como resultado de esta «siembra» de historias llegaron algunas distinciones y la atención de TVE, que en 2015 teatralizó algunas de ellas (el Escarabajo Verde, Escrito con agua), con el libro ya agotado. Por encargo de la Universidad de Granada, durante parte del año pasado y de este 2016 hemos dado un nuevo impulso al proyecto, con una segunda edición remozada, corregida y ampliada. Ya son 100 historias y 28 los colaboradores involucrados en sus 457 páginas, aparte de haber podido contar con otras valiosas aportaciones en forma de fotografías, poemas y reflexiones.

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Portadas de «La Sierra del Agua» en la primera edición (2012), a la izquierda, y en la segunda edición ampliada (2016)

 

Volvemos a estar satisfechos del resultado obtenido, con un libro, a nuestro juicio, mejor que el anterior, como por otra parte era de esperar de una segunda edición. Para celebrar con todos ustedes este «renacimiento» a las puertas de otro verano, me ha parecido oportuno rescatar del enmarañado universo digital una reseña a la primera edición publicada el 10 de agosto de 2012, «en plena chicharrera». Su autor fue Javier Broncano, administrador del blog «Segura en Verde», que «echaría la persiana» años más tarde, aunque Javier sigue muy productivo en redes sociales. Bueno, ahí va la citada reseña, (de igual título al de este artículo), de renovada actualidad para este nuevo verano que promete calores, descansos y buenos ratos de lectura para el que desee buscarlos.

«Ahora, en plena chicharrera veraniega, encontrar una fuente en el monte, beber unos largos tragos de agua fresca y darse un buen refrescón en la cara, es como disfrutar de un oasis en el desierto. También ahora es el momento de sumergirnos –más cómodamente- en el mundo de las fuentes serranas a través de la lectura de un libro de reciente publicación cuyo título y subtítulo no pueden ser más refrescantes y evocadores: La Sierra del Agua. 80 viejas historias de Cazorla y Segura. La obra, cuyos autores son Antonio Castillo y David Oya, forma parte del extraordinario proyecto Conoce tus fuentes para la catalogación de las fuentes andaluzas mediante la participación ciudadana a través de Internet.

Todas las historias giran alrededor de una fuente, una surgencia, un manantial, un lavadero o un tornajo, y son muy significativas porque estos elementos son una puerta de entrada al conocimiento del paisaje y el paisanaje de la Sierra tal como fueron mientras duró lo que ahora llamamos vida tradicional: sus leyendas, sus oficios, sus saberes, sus lugares y, sobre todo, sus personajes, esos serranos y serranas más duros que el pedernal y capaces de salir adelante en unas montañas abruptas, inacabables e incomunicadas.

A través de las páginas de este libro conoceremos la jugada que le hizo un viejo y resabiado jabalí a un serrano junto a la fuente de Rambla Seca; las aventuras de los resistentes antifranquistas cerca de la fuente de la Chacona; la terrible historia de la mujer devorada por los lobos junto a la fuente del Leganillo. Nos acercaremos a guardas ya legendarios en la historia reciente de la Sierra –la mayoría furtivos reciclados- como Justo Cuadros, que fuera el primer guarda mayor del Coto Nacional de Cazorla-Segura y los primeros catorce guardas reclutados por él, un equipo de auténticos tipos duros que tuvieron que lidiar a diario con sus excompañeros de correrías, que necesitaban imperiosamente aportar algo de proteínas a la dieta familiar y además sabían cómo hacerlo casi tan bien como ellos mismos.

Conoceremos historias relacionadas con el antiguo cultivo del tabaco serrano, la destilación de esencias o la producción de sal, nos conmoveremos con los recuerdos de infancia de José Laso en su aldea de los Anchos y con los de juventud de Amalia Carriquí junto a la fuente de El Majal. Y sabremos también por qué llevan o llevaron estas sierras en el alma los escritores José Cuenca y Juan Luis González-Ripoll, el pintor Alfonso Parras, el ingeniero forestal Enrique Mackay o el inolvidable Félix Rodríguez de la Fuente, entre otros personajes.

Hoy son muchas las fuentes que languidecen por haber perdido su función social. Ya no son, en las afueras de los pueblos, el espacio donde las muchachas intercambiaban sus confidencias lejos de las miradas indiscretas de los jóvenes; tampoco son el lugar adonde acudían a saciar su sed de manera perentoria los hacheros, los pineros o los pegueros, entre otras cosas porque casi no queda gente trabajando en el monte, y menos viviendo. Pero seguimos teniendo muchas razones para mirar las fuentes con cariño y para mantenerlas vivas: la memoria que guardan, la vida que albergan, el alivio que siguen regalando y hasta la música con la que hacen más profundo el silencio de la montaña.

Por todo eso, «La Sierra del Agua» es un libro que se bebe del tirón, casi con ansia, como el agua de la fuente que encuentras en la umbría cuando más falta te hace. Y luego, saciada la sed, vuelves a ella para, ahora sí, saborearla despacito».

 

¡¡Gracias Javier!!

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